¿Estamos a tiempo de oír la lección de Primo Levi?
Vivió y narró el horror de los campos de concentración nazis sin perder la fe en el hombre; hoy, su mensaje es más necesario que nunca
Se acaban de cumplir cien años del nacimiento de Primo Levi, el turinés que se convirtió en escritor luego de pasar una temporada en el infierno de los campos de exterminio nazis.
En varias entrevistas, declaró que su profesión de químico lo había salvado de la cámara de gas. Necesitados de profesionales, a los que utilizaban como mano de obra esclava para la construcción de fábricas, los alemanes trasladaron a Levi a Monowitz, uno de los campos satélites de Auschwitz. Había ingresado en un contingente de más de seiscientos judíos italianos; algunos, como él, formaban parte de la resistencia antifascista. De ese grupo sobrevivieron apenas veinte personas.
Según los escritos de la "trilogía de Auschwitz", compuesta por Si esto es un hombre (1947), La tregua (1963) y Los hundidos y los salvados (1986), las madres y sus hijos, los ancianos y los débiles fueron los primeros en ser asesinados: no "servían" para trabajar. En la primera de esas obras, esencial para comprender la experiencia sufrida por los detenidos en los campos de exterminio, Levi conjeturó que otros italianos habían sido ejecutados porque no comprendían el idioma polaco, "la lengua del infierno" para él y sus compatriotas.
En su regreso a Auschwitz cuarenta años después, junto con otros sobrevivientes, recordaría el olor del carbón y el frío intenso durante el invierno, casi imposible de soportar con la dieta nazi de menos de 1500 calorías diarias. En sus libros, sin maniqueísmos, Levi intentó comprender los significados de un crimen contra la humanidad llevado a cabo por otros hombres como él y como millones de víctimas.
"A través de la escritura, Levi modeló una forma de subjetividad: el sujeto narrador de la irracionalidad exterminadora en la Segunda Guerra Mundial -dice Esteban Ierardo, filósofo, docente y escritor-. Sobrevivió once meses en el infierno de Monowitz, subcampo de Auschwitz.
Y en Si esto es un hombre, fue conciencia narradora y parte de lo narrado, y acometió una operación enunciativa imposible: rehacer por la palabra lo que en sí mismo es abismo inefable e irreversible".
Levi dio forma al silencio de la vejación inexpresable. "En su escritura se evoca la trasformación de la condición existencial de la muerte: de la natural de los humanos a la muerte como fenómeno artificial plasmado, con meticulosidad atroz, como genocidio de un sujeto colectivo, un pueblo; el cálculo siniestro de una metodología para la supresión de individualidades y colectividades, en un proceso de ejecución con muchas instancias y responsables. Por la evocación escrita, soportó su segundo encuentro con el mal", señala Ierardo, autor de Sociedad pantalla y Mundo virtual (Continente).
Levi dio forma al silencio de la vejación inexpresable. "En su escritura se evoca la trasformación de la condición existencial de la muerte: de la natural de los humanos a la muerte como fenómeno artificial plasmado, con meticulosidad atroz, como genocidio de un sujeto colectivo, un pueblo; el cálculo siniestro de una metodología para la supresión de individualidades y colectividades, en un proceso de ejecución con muchas instancias y responsables. Por la evocación escrita, soportó su segundo encuentro con el mal", señala Ierardo, autor de Sociedad pantalla y Mundo virtual (Continente).
Como otros sobrevivientes del "horror programado", se quitó la vida en abril de 1987, arrojándose por el hueco de las escaleras del edificio donde vivía con su esposa, Lucia Morpurgo. La falta de una nota sobre esa decisión despertó sospechas entre familiares y amigos. En dos extraordinarias biografías ( The Double Bond, de Carole Angier, y Primo Levi, de Ian Thomson), se aborda el enigma de sus últimos días.
"En Los hundidos y los salvados, Levi dirigía la impugnación más radical contra el presupuesto asumido y compartido en los años 60 acerca de la situación existencialmente incomunicada del sujeto -indica Pablo Dreizik, docente en las cátedras de Gnoseología y Problemas Especiales de Gnoseología de la carrera de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires-.
Abonaba esa atmósfera un copioso conjunto de libros, cinematografía y filosofía, sobre todo francesa. Levi se refiere aquí, particularmente, a una escena del El desierto rojo, de Michelangelo Antonioni, en la que la protagonista se encuentra por la noche con un marinero turco que solo conoce su lengua: ambos quedan arrojados a su mutuo aislamiento y confinados a la incomunicación". Ese film de 1964 formaba parte de la llamada "tetralogía de la incomunicación" del director italiano, con La aventura, La noche y El eclipse. "La impugnación radical de Levi del regodeo en la figura de la incomunicación, el recurso a ella como una 'moda frívola e irritante', era para él una exigencia que se seguía de sus años en el campo de concentración. Tal exigencia adoptaba la forma de un imperativo ético: rechazar la comunicación es un pecado", remarca Dreizik.
Como muchos italianos, también los detenidos griegos y yugoslavos, aislados en la incomprensión del idioma del opresor, perdieron pronto la vida en los campos. "La apuesta de Levi, a contrapelo de las modas culturales imperantes, de confiar en la posibilidad de la comunicación y otorgarle un carácter de exigencia ética mantiene aún, en las condiciones de insularidad y desamparo existentes, una absoluta vigencia", concluye Dreizik.
Ante el aumento de la xenofobia y el rechazo de los diferentes, el valor del pensamiento de Levi se vuelve incontestable. "La fuerza de un pensador es producto de diferentes causas: históricas, filosóficas, teóricas, sociales, o hasta de las azarosas casualidades -dice Emmanuel Taub, investigador adjunto del Conicet, docente y editor-. Pero también del poder de sus palabras sobre la realidad de su tiempo, y de ese tiempo pasado que se vuelve a repetir otra vez, como si nada hubiésemos aprendido del odio, el antisemitismo, la muerte y la lógica moderna y burocrática que develó la Segunda Guerra Mundial y el genocidio nazi". Para Taub, que centra sus estudios en el pensamiento judío y la filosofía política, Levi permite entrever las formas que el mal radical puede asumir desde el Estado y otras esferas de organización social.
"En todo el mundo, en donde se empieza por negar las libertades fundamentales del hombre y la igualdad entre los hombres, se va hacia un sistema concentracionario", dictaminó Levi. Por eso, dice Taub, "allí donde se construya un campo de internamiento para inmigrantes y refugiados, allí donde se levante un Guantánamo, allí donde se busque criminalizar al otro por ser quien es, allí las palabras de Primo Levi estarán presentes y vivas, como lamentablemente siempre lo han estado". Es una voz de alerta que atraviesa fronteras.
En Frente al límite, ensayo donde Tzvetan Todorov se consagra al legado moral que (entre las ruinas) dejó el siglo XX, la obra de Levi adquiere un relieve paradigmático. Para el pensador búlgaro-francés, Levi, autor además de El sistema periódico (1975) y La llave estrella (1978), fue "el más célebre de los testigos", aquel que llevó su reflexión más allá del odio y la resignación. A diferencia de otros sobrevivientes (como Jean Améry o Bruno Bettelheim), Levi estaba seguro de que la comprensión cabal de lo que había significado la acción de los nazis y la sociedad alemana (cómplice aunque no culpable, según él) debía servir para alcanzar una humanidad mejor. Eso, sin embargo, no sucedió, y él mismo pudo comprobarlo cuando los vientos del negacionismo y el olvido comenzaron a soplar otra vez sobre Europa.
"Levi siente, pues, el océano de dolor crecer año tras año; se hace desesperadamente claro que, cualquiera que sea el destino de tal o cual individuo, el ser humano no mejora -escribe Todorov en 1993-. La humanidad, tomada en su conjunto, se niega a oír la lección de Auschwitz". Una pregunta que guíe la lectura del proyecto ético y literario de Levi podría ser si aún estamos a tiempo de entenderla. Expresada de manera punzante, se puede hallar respuesta inmediata en el título de uno de sus últimos libros, publicado en 1982, donde se narra la deriva de un grupo de sobrevivientes de los campos del nazismo: Si ahora no, ¿cuándo?
D. G.
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