viernes, 8 de mayo de 2020

EDITORIALES,


Sin espacio para el error ni para la improvisación
La Argentina debería seguir los ejemplos de Alemania, Italia y Japón después de la Segunda Guerra, impulsando una economía abierta y competitiva
Aunque el foco actual de atención en materia económica es la supervivencia se debe pensar en el día después y trabajar desde ahora en alternativas para que un fuerte ingreso de divisas permita estabilizar la economía, reactivar el empleo y frenar la inflación.
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Es un planteo prioritario y estructural. Ya no se refiere a urgencias asistenciales, a personas y empresas, sino al diseño de la política macro que configurará la capacidad de reacción de la Argentina a partir del segundo semestre y por varios años luego. Es tarea de estadistas y no de cortoplacistas. Para echar luz en un horizonte incierto se requieren las mejores capacidades de la Argentina, como se ha hecho en materia sanitaria. No es posible improvisar, no hay espacio para el error.
Muchos políticos ven las economías de guerra como manuales para administrar esta crisis. Pero la recuperación, luego de la paz, es otra cosa: las fábricas deben abrir; los servicios, recuperar clientes; los comercios, reponer existencias, y los cuentapropistas, integrarse a una nación en funcionamiento.
Los mejores ejemplos han sido Alemania, Italia y Japón, después de la Segunda Guerra. Los "milagros" alemán e italiano se lograron gracias al aporte intelectual y la gestión eficaz de Ludwig Erhard, en Alemania, y de Luigi Einaudi, en Italia, además del Plan Marshall. La clave fue abandonar el modelo autárquico y anquilosado de ambos países, impulsando una economía abierta y competitiva. En Japón, ocupado hasta 1952, también hubo una fuerte intervención estatal para reconstruir industrias, priorizando la competitividad para insertarse en el mundo y, en particular, en el mercado estadounidense. La disolución de los "zaibatsus" ("camarillas" oligopólicas) implicó una reforma estructural que no hubiera podido ocurrir sin la derrota.
Cuando la crisis actual amaine, nos encontraremos con empresas y comercios que habrán perdido su capital de trabajo por mantener gastos fijos sin ingresos, además de deudas comerciales, financieras y fiscales vencidas.
En ese momento, no habrá créditos accesibles, porque el sistema financiero no tendrá fondeo suficiente y el Estado carecerá de herramientas para impulsarlos, en un contexto inflacionario. Tampoco habrá -ni hay hoy- mercado de capitales interno ni acceso a créditos externos si se confirma el default. La demanda de ayuda internacional, en un entorno de déficits generalizados, superará con creces la capacidad de satisfacerlos. ¿Y qué méritos tiene nuestro país para ser atendido de forma preferente? A menos que tengamos ya un plan de contingencia, estaremos bajo la lluvia, sin paraguas. Todas las soluciones deben ser genuinas, sin artificios monetarios ni fiscales. Habrá que recrear la demanda de dinero con un programa que genere confianza y su objetivo, alentar el ingreso de capitales y la expansión de las exportaciones.
En las compañías familiares, habrá quienes "rompan el chanchito" para aportar los fondos necesarios, pero otros no lo harán -o no podrán hacerlo- y se darán por vencidos. En el mejor de los casos, habrá un proceso de consolidación en todos los sectores, si los sobrevivientes creen que vale la pena invertir más en el país. Todo dependerá del clima de negocios que se respire en la Argentina, expresión "horrible" según el delfín de la vicepresidenta de la Nación, Axel Kicillof. Será clave, en ese momento, que ese clima "horrible" sea muy atractivo para que los dubitativos ingresen sus ahorros al territorio nacional, donde el riesgo país aumenta cada vez que un kirchnerista abre la boca.
Ocurrirá lo mismo con las multinacionales. Los gerentes pedirán apoyo a sus casas matrices, ocupadas con sus propias urgencias. Las más tradicionales, con market shares relevantes, quizás reciban el apoyo solicitado. Habrá otras que soltarán la mano a sus directivos, para que sobrevivan como puedan, en el punto de equilibrio. Y, finalmente, estarán aquellas que, con el argumento de las pérdidas globales, cierren sus puertas aunque las autoridades las intimen y las multen.
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En cualquier caso, la Argentina tiene que preservar su capacidad productiva para luego ponerla en marcha, sabiendo que las importaciones serán con gotero y que la prioridad será exportar todo lo posible pues cada dólar será indispensable para funcionar. En previsión de ello, ahora mismo se deben analizar todas las cadenas de valor para encontrar cuellos de botella, bajar costos y remover obstáculos. Aquí hay demasiados "zaibatsus" sectoriales, sindicales y estatales que deben ser puestos bajo la lupa. Ya tendremos suficientes problemas afuera para seguir tolerando bloqueos en la propia casa.
Exportar no es soplar y hacer botellas. Los países exitosos tienen economías abiertas que aseguran insumos a precios internacionales, bajo costo del capital, tasas de interés razonables, costo laboral sensato, sindicatos no politizados y presión fiscal soportable. En definitiva, más que bienes, exportan buenas instituciones. Se sostiene que los países se cerrarán al comercio después de la pandemia. Eso lo harán los que puedan, no los que quieran. Solo aquellos que tienen mercado interno: la Argentina no lo tiene y, para sobrevivir, debe tratar de superar esas barreras y entrar en ellos.
Es esencial trabajar desde ahora para aprovechar una eventual recuperación de los mercados mundiales en las mejores condiciones posibles. El tipo de cambio será "ultracompetitivo", pero esa es una solución de patas cortas: los costos internos se recuperan, como ha ocurrido siempre. Será inevitable encarar el siempre dilatado debate sobre la competitividad, que tanto irrita a sindicalistas como a gobernadores, pues aquellos no quieren flexibilizar las relaciones laborales y estos no piensan reducir Ingresos Brutos ni impuestos de sellos. Prefieren gravar a quienes producen, en lugar de depurar el presupuesto de parientes y militantes y priorizar la salud, la educación y la seguridad.
En ese contexto, ¿qué visión de largo plazo tienen quienes abogan por soluciones populistas, proponiendo impuestos extraordinarios, controles de precios, distorsiones cambiarias y otras medidas autoritarias, cuando el desafío es incrementar la capacidad de generar divisas de forma creciente y sustentable? Un manotazo "por única vez" solo confirmaría que la Argentina sigue siendo el alacrán que muerde a la rana salvadora. La salida es la creación de riqueza como flujo, no con exacción.
La deserción del Mercosur es el camino inverso: la Argentina no tiene mercado interno y todo esfuerzo para lograr vender a terceros países sin aranceles es una gran solución, aunque haya sectores "sensibles" que se opongan. Pero la opción por los pobres también se refleja en la preferencia por la autarquía. Y en lugar de bajar costos para exportar, se prefiere convalidar los existentes pensando en que la reactivación vendrá con impulso monetario al mercado interno. Error: las industrias son demandantes de divisas y sin ellas, no podrán funcionar. Y con altísima inflación, nadie producirá ni venderá nada, pues no hay precio que compense la incierta reposición de insumos o de mercaderías. Más desempleo, mayor exclusión, más pobreza: la opción lograda.
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En Cuba el gobierno intentó expropiar las "grandes fortunas". ¿Qué tienen hoy en la isla? Nada. De esos bienes confiscados solo quedaron campos sin dueños, explotados por burocracias, sin dinero ni tecnología, pues los capitales se fueron. Las grandes fortunas se mudaron a Miami y hoy esos cubanos son una de las comunidades que más han aportado al desarrollo de los Estados Unidos.
Los discursos populistas son escuchados no solamente por las bases electorales, sino también por quienes deben resolver si arriesgarán sus ahorros en la Argentina. Se dirá que estos impuestos son para sufragar el esfuerzo fiscal por la crisis sanitaria y que, luego, todo será normal. Pero hubo déficit fiscal antes de la crisis y si no fuera por ese desborde de gastos se podría cubrir la emergencia con créditos.
Como el dinero es fungible, los nuevos ingresos irán a gastos corrientes, sin viso de ajuste alguno. Y los eventuales inversores pensarán mientras escuchan las noticias: "Cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar", mientras optan por no exponerse a la voracidad de nuestro riesgo país.
En resumidas cuentas, para recuperarnos después de la crisis, hay que cambiar las reglas de juego. Inspirarse en Ludwig Erhard y en Luigi Einaudi, y dejar de lado a José Ber Gelbard para la nostalgia camporista.

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