Veamos el tema a lo largo de la historia de la antigüedad, comencemos con el hecho que el senador Lucio Sergio Catilina nunca quiso quemar Roma pero gran parte de los ciudadanos de la ciudad así lo creyó y ello que le costó la vida; muy posteriormente a Nerón le pasará algo parecido y la historia lo hizo responsable de ese hecho, cuando no hubo confirmación que tuviera algo que ver, solo le paso a él y alguien tenia que ser el responsable político.
El político romano Escipión Nasica le hizo una broma a un campesino sobre sus excesivamente callosas manos, pero la anécdota mas allá de lo denigrante que pudo haber sido, se extendió y se deformó y perdió las elecciones para convertirse en edil, nuca mas pudo participar en política.
Julio César nunca cruzó el rió Rubicón con un inmenso ejército; sin embargo, eso creyeron sus adversarios, que huyeron despavoridos.
Incluso Marco Antonio y Cleopatra terminaron sus vidas producto de una burda falsedad que no pudieron detener.
En la Roma republicana (del 509 al 30 antes de Cristo), las asambleas populares (contiones), servían como principal megáfono para la propagación entre la población de ideas, propuestas de ley, anuncios de todo tipo y ataques políticos.
En la Roma republicana (del 509 al 30 antes de Cristo), las asambleas populares (contiones), servían como principal megáfono para la propagación entre la población de ideas, propuestas de ley, anuncios de todo tipo y ataques políticos.
Un discurso pronunciado en una de esas asambleas populares podía servir como punto de partida para transmitir una información, pero los falsos rumores que surgían provocaban su rápida difusión.
El político, escritor y filósofo Cicerón ya había dado un importante llamado de atención sobre la importancia decisiva de estos rumores, sobre todo en época electoral, hasta el punto de que podían arruinar la reputación de un político o cambiar el signo de una batalla. Tal fue el caso del historiador griego Plutarco relata que, en el 49 a. C., Julio César marchaba supuestamente hacia Roma con un enorme ejército, cuando en realidad eran solo 300 jinetes y 5.000 infantes para atacar a su enemigo Pompeyo Magno.
La falsa noticia de su supuesto gigantesco ejército provocó el pánico y el caos en la ciudad. Sus habitantes huyeron. “Finalmente, Pompeyo, ante la imposibilidad de conseguir información fidedigna sobre las tropas del enemigo”, abandonó también Roma y dejó vía libre a César.
Otro ejemplo fue el del tribuno de la plebe Tiberio Graco, quien en el 133 a. C. quería que se aprobase una ley agraria justo cuando el rey Átalo III de Pérgamo acababa de morir y dejaba al pueblo de Roma su fortuna.
Graco propuso que esa enorme cantidad fuese destinada a financiar su reforma, pero muchos senadores se opusieron y comenzaron a acusarlo de querer convertirse en tirano. El senador Pompeyo le acusó entonces de recibir de Átalo una diadema real, como si fuera un rey. Claro que Pompeyo no aportó ninguna prueba, ni afirmó haber visto personalmente la entrega, simplemente dijo que sabía que se había producido.
El rumor se extendió por Roma. Graco fue asesinado y su cadáver tirado al río.
El consulado de Cicerón en el año 63 a. C. quedó marcado por una supuesta conjura. Cicerón presentó su lucha contra el senador Catilina, el presunto traidor, como su gran triunfo.
Primero, se ocupó de sacar a la luz una supuesta conspiración que nadie había visto y luego acabó con ella. En varios discursos en el Senado y ante el pueblo, subrayó el peligro que representaba para la supervivencia de la res publica que Catilina y sus hombres pondrían en marcha si lograban tomar el poder, según él, la alternativa era o la libertad que él mismo encarnaba o la tiranía de los supuestos conjurados.
Cicerón buscó en sus discursos causar pánico en la población. “Catilina no era sólo una criatura depravada y deshonesta", según la versión no contrastada del filósofo, “que aspiraba a poner fin a las instituciones de la República, sino que, además, quería destruir físicamente la ciudad”. Cicerón no ofreció ninguna prueba, ni dijo en qué basaba su acusación, ni explicó con qué propósito Catilina quería quemar Roma, pero lo acusó una y otra vez de querer hacerlo. Convirtió la eliminación de Catilina, no sólo en un problema político, sino ante todo de supervivencia para Roma. Catilina fue, finalmente, eliminado. Cicerón terminó vanagloriándose de haber salvado personalmente Roma de su destrucción por el fuego: "Yo he conservado íntegra la ciudad y sanos y salvos a los ciudadanos”, clamó.
Y un último ejemplo de “manipulación pública”.
Marco Antonio, en el 32 a. C., hizo testamento en vida. Octaviano (el futuro emperador Augusto) se enteró de que sus últimas voluntades estaban custodiadas por las sacerdotisas vestales y se hizo por la fuerza con ellas, de modo que sólo leyó solo algunas de sus partes en el Senado y en una asamblea popular, puso el énfasis en las cláusulas relativas a sus funerales, ya que Marco Antonio supuestamente había dejado escrito que quería ser sepultado en Alejandría, Egipto, en donde convivía con la reina Cleopatra.
Octaviano creó de esa forma la imagen que Marco Antonio era un lacayo de Cleopatra, producto del hecho que había sido absorbido por el lujo oriental. El impacto de esa lectura fragmentada fue la antesala de la declaración de guerra a Egipto y la victoria del futuro Augusto en la batalla de Accio frente a la flota de los amantes, con la posterior muerte de Antonio yel suicidio de Cleopatra.
Se puede decir que por regla general existe una estrecha relación entre la mentira, omisión o falsa noticia que se combina con acciones de rumor y miedo.
El miedo suele desembocar en enfado, incluso odio.
La indignación activa el deseo de castigar a quien ha sido identificado como enemigo.
La falsa noticia está en el origen del rumor que permite modelar la opinión pública y contagiar el pánico, a partir del cual era factible en Roma justificar la muerte de Graco, la represión de los catilinarios o la guerra contra Marco Antonio y Cleopatra.
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