Bloopers. Cuando se levanta el telón... todo puede ocurrir
Ralladores que caen sobre la orquesta, micrófonos que no se apagan a tiempo, místicos cortes de luz y un molino para domar egocentrismos, historias desopilantes para un anecdotario del teatro argentino
Las sobremesas posfunción de teatro, las esperas en los halls de estreno, el cafecito previo o los entreactos suelen brindar anécdotas, chimentos y una nutrida cantidad de información graciosa que forma parte de la mística del ambiente teatral. Claro está, muchas de estas historias son repetidas tantas veces que uno no sabe a ciencia cierta si se trata de mitos o certezas entre bambalinas.
La revista porteña tal vez sea el género que mayor cantidad de anécdotas tiene y las peleas de vedettes son las más corrientes. En mayo de 1973, Alejandro Romay contrató a Nélida Lobato y a Zulma Faiad para Escándalos, la nueva revista de El Nacional. El productor tuvo que mandar a construir un segundo camarín principal, doble y con baño incluido, para que no hubiera diferencias entre las figuras. Pero el problema mayor estalló con el cartel. El Zar lo resolvió de una forma ingeniosa: mandó a construir un molino para la marquesina, con los nombres de ambas en sus aspas, que giraban permanentemente y no se sabía quién estaba primero. En los afiches figuraban "Zulma Lobato-Nélida Faiad", siempre invirtiendo los nombres en forma diferente.
Es muy difícil saber la edad exacta de aquellas vedettes que trabajaron en el Maipo a comienzos de la década del 50. Un conocido comisario, les habría hecho el favor de emitirles documentos nuevos a todas, pero con diez años menos. A juzgar por esa nueva documentación, Nélida Roca habría empezado a trabajar a los 8 años.
La revista porteña tal vez sea el género que mayor cantidad de anécdotas tiene y las peleas de vedettes son las más corrientes
Musicales con enredos
Es muy difícil saber la edad exacta de aquellas vedettes que trabajaron en el Maipo a comienzos de la década del 50. Un conocido comisario, les habría hecho el favor de emitirles documentos nuevos a todas, pero con diez años menos. A juzgar por esa nueva documentación, Nélida Roca habría empezado a trabajar a los 8 años.
La revista porteña tal vez sea el género que mayor cantidad de anécdotas tiene y las peleas de vedettes son las más corrientes
Musicales con enredos
Lo del famoso cachetazo de Libertad Lamarque a Eva Duarte también ya forma parte de la mitología de la farándula local. Y quedó plasmado oportunamente en el musical Eva, de Pedro Orgambide y Alberto Favero. En 1972, Romay había armado un elenco de lujo para Aplausos -versión musical de la película All About Eve- y el director Daniel Tinayre se dispuso a hacer la primera lectura de la obra. Sobre el final de la pieza, Libertad Lamarque, en boca de Margo Channing, le dice a su contrafigura: "¡Eva, mala mujer, gracias!". Todos se dieron cuenta de que no era una frase feliz para una estrella que cargaba sobre sus hombros semejante mito. Así fue como le cambiaron el nombre a su contrafigura (Marta González), que pasó a llamarse Annie.
Otra estrella, Susana Giménez, fue protagonista de muchas anécdotas durante los tantos años en los que hizo tres comedias musicales de gran suceso. Se dice que, como no es una eximia cantante, se grababan sus partes y ella hacía playback. La mujer del año comenzaba con ella cantando: "Sam Craig, estés donde estés...". Una noche, de pronto, bajó la tensión eléctrica y el playback comenzó a sonar con distorsión. Pero ella siguió moviendo los labios como "en 33". Bajaron el telón y todo volvió a comenzar. Pero ella no quería salir por la vergüenza. Luego, apenas se asomó, la sala completa la aplaudió a rabiar. Durante la primera temporada de la misma obra, se comenta que un maquinista se ahorcó en el Maipo y permaneció allí durante casi toda la función porque nadie quería que la diva se enterara, debido a que ella no hubiera querido continuar con la función. Y también se comenta que ese trabajador aparece cada tanto por los rincones del teatro, como fantasma.
Siempre se dijo que trabajar con chicos y con animales puede resultar peligroso. Y esa lección fue aprendida por los productores de 101 dálmatas, el musical que protagonizaron Reina Reech, Diego Olivera y Deborah Warren, en el Gran Rex. No solo había problemas con los cachorros, que crecen muy rápido. Cerca del final, había una escena en la que soltaban a los perros de sus jaulas desde los laterales y corrían por todo el escenario. Momentos después, la coreografía de "Dulce Navidad" era una gran patinada entre las descargas físicas que dejaban los perros. Además, dicen que había uno en particular que siempre orinaba a la protagonista.
Otra estrella, Susana Giménez, fue protagonista de muchas anécdotas durante los tantos años en los que hizo tres comedias musicales de gran suceso. Se dice que, como no es una eximia cantante, se grababan sus partes y ella hacía playback. La mujer del año comenzaba con ella cantando: "Sam Craig, estés donde estés...". Una noche, de pronto, bajó la tensión eléctrica y el playback comenzó a sonar con distorsión. Pero ella siguió moviendo los labios como "en 33". Bajaron el telón y todo volvió a comenzar. Pero ella no quería salir por la vergüenza. Luego, apenas se asomó, la sala completa la aplaudió a rabiar. Durante la primera temporada de la misma obra, se comenta que un maquinista se ahorcó en el Maipo y permaneció allí durante casi toda la función porque nadie quería que la diva se enterara, debido a que ella no hubiera querido continuar con la función. Y también se comenta que ese trabajador aparece cada tanto por los rincones del teatro, como fantasma.
Siempre se dijo que trabajar con chicos y con animales puede resultar peligroso. Y esa lección fue aprendida por los productores de 101 dálmatas, el musical que protagonizaron Reina Reech, Diego Olivera y Deborah Warren, en el Gran Rex. No solo había problemas con los cachorros, que crecen muy rápido. Cerca del final, había una escena en la que soltaban a los perros de sus jaulas desde los laterales y corrían por todo el escenario. Momentos después, la coreografía de "Dulce Navidad" era una gran patinada entre las descargas físicas que dejaban los perros. Además, dicen que había uno en particular que siempre orinaba a la protagonista.
Paola Krum revoleó su capa de Lucy y desparramó unos cuantos murciélagos muertos entre sus compañeros
Los animales "no contratados" y frecuentes en los teatros son los murciélagos y las ratas. A principios de los años 90, el Luna Park estaba lleno de murciélagos en su parte alta. A menudo se electrocutaban con las luces o caían medio moribundos en pleno escenario de Drácula, el musical. Quedaban los cuerpos en los carros escenográficos y, en una ocasión, Paola Krum revoleó su capa de Lucy y desparramó unos cuantos murciélagos muertos entre sus compañeros. En la misma obra, una vez una rata apareció en escena y logró que cundiera el pánico entre las actrices que vestían lujosos miriñaques.
Un musical que tiene numerosas anécdotas es Jesucristo Superstar, en la versión de corta duración que dirigió Rubén Elena, en 1989. El que más sufrió fue Aníbal Silveyra, quien interpretaba a Jesús. No solo porque había un actor que le pegaba latigazos en serio, sino porque en una función, a aquellos que sostenían con cuerdas la cruz donde estaba crucificado los traicionaron sus fuerzas. La cruz comenzó a ceder hacia adelante y Silveyra tuvo que resucitar a Jesús pero con el grito de: "¡¡¡Socorrooooooooo!!!".
Hace unos años, en el café concert Viejitos chotos, Marikena Monti quedó tan sorprendida como el público cuando su pianista interrumpió el tema que estaba tocando y pidió permiso para ir al baño. Marikena improvisó unas palabras hasta que el pianista volvió a ubicarse. Como es de suponer, en la siguiente función, hubo otro músico.
Una anécdota mística vivida por quien esto escribe ocurrió en la última puesta de Hair, de la Ciudad Cultural Konex, el año pasado. Todo transcurría de manera normal en la función, hasta que en la última escena dialogada, veinte minutos antes del final, el personaje protagónico encarnado por Agustín Iannone decía: "Quiero ser invisible". De pronto, se cortó la luz en el escenario. El operador, desesperado, no entendía qué había ocurrido. Los generadores seguían funcionando y las consolas también, pero no había luz en el escenario. Sin razón lógica. Pero uno de los integrantes del elenco de 30 artistas, recordó de inmediato que llevaba en su bolsillo una linterna. Todos al comienzo del segundo acto utilizaban linternas para una escena coreográfica. Con ella iluminó al actor que hablaba, y así todos comenzaron a sacar sus linternas para iluminar a quienes dialogaban, y la escena continuó "normalmente... mágicamente". El público pensó que había sido planeado de ese modo. De pronto, el mismo personaje protagónico dijo la frase: "Podría hacer milagros". Y la luz volvió. Hasta el día de hoy nadie se explica qué ocurrió en ese momento. "Mística", dijo un gran productor.
Espectadores participativos
El público es protagonista de muchas anécdotas que recopilan los artistas. Cipe Lincovsky, Leonor Manso, Patricio Contreras y Carlos Carella hicieron El patio de atrás, de Carlos Gorostiza. En la trama, los hermanos viven en su propio mundo, casi aislado del exterior. Por eso, cuando de manera insistente, suena el timbre de la supuesta casa del título, los personajes se hacen los indiferentes. Compenetrada con la acción, una espectadora saltó de la butaca y reclamó: "¡Atiendan la puerta, por favor!".
En Hay que deshacer la casa, Charo López comenzaba la obra sola en escena, se tiraba en la cama, miraba al público y decía: "Qué sola estoy, qué sola estoy. si alguien me diera una mano". "Lo que necesite, señora", le respondió un caballero del público.
En los años 80, Adela Gleijer llegó de Montevideo con su marido Juan Manuel Tenuta y aquí ambos retomaron su pasión por el teatro independiente. Cuando hacía un espectáculo en aquellos típicos sótanos, donde existía una gran cercanía con el público, la acción que definía a su personaje consistía en tratar de alcanzar, subrepticiamente, una cajita de pastillas ubicada en una mesa de apoyo. Su esfuerzo interpretativo estaba concentrado en transmitir la necesidad y dificultad de esa tarea, cuando, de pronto, advirtió que un dedo de alguien del público la corría hacia su lado para ayudarla.
Hace algunos años, cuando la obra intimista de Roberto Perinelli, Desdichado deleite del destino, se llevaba a cabo en el Anfitrión, una persona del público que llegó tarde irrumpió en escena. Pero en lugar de salir y buscar su ubicación, se quedó inmóvil. Nelson Rueda, uno de los actores, le dijo a Nacho Vavassori: "Me parece que lo busca un vecino, don". Fue el pie para que el hombre reaccionase y se fuera.
Desperfectos técnicos
Los desperfectos técnicos a menudo traen serias complicaciones. La sincronización de los movimientos escenográficos de El beso de la mujer araña hicieron que un falso movimiento de un bailarín le dejara su pie bajo una gigantesca reja y Valeria Lynch quedó una vez enganchada en la red sin poder bajar; un mal manejo del arnés hizo que un intérprete permaneciera sujeto y lastimado, vestido de gorila, en Chiquititas; y un error en la máquina de vuelo de Peter Pan hizo que el actor español Iván González quede girando sobre su propio eje con ganas de gritar: "Gilipollas", en los años 90.
En una revista del Astros, Haydée Padilla hacía su entrada con un tocado de plumas que tenía el tamaño de su cuerpo, desde un elevador. Hizo un leve movimiento y el peso de su tocado la hizo caer un piso abajo del escenario. Recién al salir a escena, los bailarines se dieron cuenta de que no estaba. A raíz de ese percance sufrió una fractura de pelvis.
Una famosa comediante, con un famoso actor y productor, dejaron la escena y se fueron a camarines, pero los técnicos se olvidaron de apagarles los micrófonos
Años atrás, la gran Hedy Crilla estaba en los ensayos generales de un gran éxito: Sólo 80, dirigida por su exalumno Agustín Alezzo. En un momento, se hacía un apagón total y Crilla debía avanzar a oscuras hasta situarse en frente del escenario. Un actor, ubicado en el lugar, servía de guía para la actriz de avanzada edad. Dominado por los nervios, este último demoró su salida, cuando se escuchó un fuerte golpe. Las luces se encendieron y no había nadie en la escena. De pronto, se escuchó la inconfundible voz con acento alemán de Crilla: "Queridos compañeros, estoy en la platea", pies arriba entre las butacas de la primera fila. Algo similar le ocurrió alguna vez a Ana María Picchio, en Made in Lanús, cuando un apagón antes de tiempo la hizo seguir de largo y caer de cabeza en la platea.
Si de caídas se habla, cabe recordar lo que le ocurrió a un bailarín de la última versión de La Bella y la Bestia. Siempre los músicos se quejaron de la red que cubría el foso de la orquesta. En una función, vestido de rallador de queso, el bailarín en cuestión comenzó a girar en un manage alrededor del escenario. pero le calculó mal, siguió de largo y podría haber ido a parar sobre el trombonista y el trompetista si no hubiera sido por la red de contención que lo atajó a tiempo.
Los desperfectos técnicos suelen ser enemigos de ese hecho único e irrepetible que es una función teatral. Un gran contratiempo ocurrió en épocas en las que aparecieron los primeros micrófonos inalámbricos. Una famosa comediante, con un famoso actor y productor, dejaron la escena y se fueron a camarines, pero los técnicos se olvidaron de apagarles los micrófonos. A partir de ahí, en la sala se pudieron escuchar claramente unos tremendos gemidos y exclamaciones provenientes de los camarines.
Fantasmas
Los animales "no contratados" y frecuentes en los teatros son los murciélagos y las ratas. A principios de los años 90, el Luna Park estaba lleno de murciélagos en su parte alta. A menudo se electrocutaban con las luces o caían medio moribundos en pleno escenario de Drácula, el musical. Quedaban los cuerpos en los carros escenográficos y, en una ocasión, Paola Krum revoleó su capa de Lucy y desparramó unos cuantos murciélagos muertos entre sus compañeros. En la misma obra, una vez una rata apareció en escena y logró que cundiera el pánico entre las actrices que vestían lujosos miriñaques.
Un musical que tiene numerosas anécdotas es Jesucristo Superstar, en la versión de corta duración que dirigió Rubén Elena, en 1989. El que más sufrió fue Aníbal Silveyra, quien interpretaba a Jesús. No solo porque había un actor que le pegaba latigazos en serio, sino porque en una función, a aquellos que sostenían con cuerdas la cruz donde estaba crucificado los traicionaron sus fuerzas. La cruz comenzó a ceder hacia adelante y Silveyra tuvo que resucitar a Jesús pero con el grito de: "¡¡¡Socorrooooooooo!!!".
Hace unos años, en el café concert Viejitos chotos, Marikena Monti quedó tan sorprendida como el público cuando su pianista interrumpió el tema que estaba tocando y pidió permiso para ir al baño. Marikena improvisó unas palabras hasta que el pianista volvió a ubicarse. Como es de suponer, en la siguiente función, hubo otro músico.
Una anécdota mística vivida por quien esto escribe ocurrió en la última puesta de Hair, de la Ciudad Cultural Konex, el año pasado. Todo transcurría de manera normal en la función, hasta que en la última escena dialogada, veinte minutos antes del final, el personaje protagónico encarnado por Agustín Iannone decía: "Quiero ser invisible". De pronto, se cortó la luz en el escenario. El operador, desesperado, no entendía qué había ocurrido. Los generadores seguían funcionando y las consolas también, pero no había luz en el escenario. Sin razón lógica. Pero uno de los integrantes del elenco de 30 artistas, recordó de inmediato que llevaba en su bolsillo una linterna. Todos al comienzo del segundo acto utilizaban linternas para una escena coreográfica. Con ella iluminó al actor que hablaba, y así todos comenzaron a sacar sus linternas para iluminar a quienes dialogaban, y la escena continuó "normalmente... mágicamente". El público pensó que había sido planeado de ese modo. De pronto, el mismo personaje protagónico dijo la frase: "Podría hacer milagros". Y la luz volvió. Hasta el día de hoy nadie se explica qué ocurrió en ese momento. "Mística", dijo un gran productor.
Espectadores participativos
El público es protagonista de muchas anécdotas que recopilan los artistas. Cipe Lincovsky, Leonor Manso, Patricio Contreras y Carlos Carella hicieron El patio de atrás, de Carlos Gorostiza. En la trama, los hermanos viven en su propio mundo, casi aislado del exterior. Por eso, cuando de manera insistente, suena el timbre de la supuesta casa del título, los personajes se hacen los indiferentes. Compenetrada con la acción, una espectadora saltó de la butaca y reclamó: "¡Atiendan la puerta, por favor!".
En Hay que deshacer la casa, Charo López comenzaba la obra sola en escena, se tiraba en la cama, miraba al público y decía: "Qué sola estoy, qué sola estoy. si alguien me diera una mano". "Lo que necesite, señora", le respondió un caballero del público.
En los años 80, Adela Gleijer llegó de Montevideo con su marido Juan Manuel Tenuta y aquí ambos retomaron su pasión por el teatro independiente. Cuando hacía un espectáculo en aquellos típicos sótanos, donde existía una gran cercanía con el público, la acción que definía a su personaje consistía en tratar de alcanzar, subrepticiamente, una cajita de pastillas ubicada en una mesa de apoyo. Su esfuerzo interpretativo estaba concentrado en transmitir la necesidad y dificultad de esa tarea, cuando, de pronto, advirtió que un dedo de alguien del público la corría hacia su lado para ayudarla.
Hace algunos años, cuando la obra intimista de Roberto Perinelli, Desdichado deleite del destino, se llevaba a cabo en el Anfitrión, una persona del público que llegó tarde irrumpió en escena. Pero en lugar de salir y buscar su ubicación, se quedó inmóvil. Nelson Rueda, uno de los actores, le dijo a Nacho Vavassori: "Me parece que lo busca un vecino, don". Fue el pie para que el hombre reaccionase y se fuera.
Desperfectos técnicos
Los desperfectos técnicos a menudo traen serias complicaciones. La sincronización de los movimientos escenográficos de El beso de la mujer araña hicieron que un falso movimiento de un bailarín le dejara su pie bajo una gigantesca reja y Valeria Lynch quedó una vez enganchada en la red sin poder bajar; un mal manejo del arnés hizo que un intérprete permaneciera sujeto y lastimado, vestido de gorila, en Chiquititas; y un error en la máquina de vuelo de Peter Pan hizo que el actor español Iván González quede girando sobre su propio eje con ganas de gritar: "Gilipollas", en los años 90.
En una revista del Astros, Haydée Padilla hacía su entrada con un tocado de plumas que tenía el tamaño de su cuerpo, desde un elevador. Hizo un leve movimiento y el peso de su tocado la hizo caer un piso abajo del escenario. Recién al salir a escena, los bailarines se dieron cuenta de que no estaba. A raíz de ese percance sufrió una fractura de pelvis.
Una famosa comediante, con un famoso actor y productor, dejaron la escena y se fueron a camarines, pero los técnicos se olvidaron de apagarles los micrófonos
Años atrás, la gran Hedy Crilla estaba en los ensayos generales de un gran éxito: Sólo 80, dirigida por su exalumno Agustín Alezzo. En un momento, se hacía un apagón total y Crilla debía avanzar a oscuras hasta situarse en frente del escenario. Un actor, ubicado en el lugar, servía de guía para la actriz de avanzada edad. Dominado por los nervios, este último demoró su salida, cuando se escuchó un fuerte golpe. Las luces se encendieron y no había nadie en la escena. De pronto, se escuchó la inconfundible voz con acento alemán de Crilla: "Queridos compañeros, estoy en la platea", pies arriba entre las butacas de la primera fila. Algo similar le ocurrió alguna vez a Ana María Picchio, en Made in Lanús, cuando un apagón antes de tiempo la hizo seguir de largo y caer de cabeza en la platea.
Si de caídas se habla, cabe recordar lo que le ocurrió a un bailarín de la última versión de La Bella y la Bestia. Siempre los músicos se quejaron de la red que cubría el foso de la orquesta. En una función, vestido de rallador de queso, el bailarín en cuestión comenzó a girar en un manage alrededor del escenario. pero le calculó mal, siguió de largo y podría haber ido a parar sobre el trombonista y el trompetista si no hubiera sido por la red de contención que lo atajó a tiempo.
Los desperfectos técnicos suelen ser enemigos de ese hecho único e irrepetible que es una función teatral. Un gran contratiempo ocurrió en épocas en las que aparecieron los primeros micrófonos inalámbricos. Una famosa comediante, con un famoso actor y productor, dejaron la escena y se fueron a camarines, pero los técnicos se olvidaron de apagarles los micrófonos. A partir de ahí, en la sala se pudieron escuchar claramente unos tremendos gemidos y exclamaciones provenientes de los camarines.
Fantasmas
Se dice que cada teatro de Buenos Aires tiene su fantasma. En el Maipo tienen nombre y hasta los saludan. Lo mismo que en el Cervantes, según lo que cuentan sus empleados, lleno de espíritus. Pero el más notorio es el de la sala chica del Broadway. Artistas, productores, técnicos y directores aseguran que ahí hay un fantasma que empuja. "Te juro que me empujó y casi me caí de la escalera", dijo un famoso jefe de prensa. Algunos, incluso, le han puesto Raúl. La puesta de El conventillo de la Paloma, que dirigió Santiago Doria en 2013 hizo reabrir el "gallinero" del Cervantes después de muchos años. "Fue un éxito que también lo medí porque las butacas replegadas durante mucho tiempo, en la primera función empezaron a bajarse solas", confesaba el seguidorista de aquel entonces.
P. G.
: http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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