A su imagen, por Jérôme Ferrari
El poder de las imágenes y los relatos que su silencio sugiere
M. V.
Todas las fotografías, en su carácter de objetos misteriosos, están investidas de relatos que las atraviesan. Fraseos que, como han señalado distintos artistas o teóricos de la imagen, se activan en forma intemporal. Las fotos sobreviven a su presente y siempre dicen algo en otra órbita: las que se exponen en los museos, las que están ajadas en un contenedor de basura, las que se venden en ferias, las que retratan celebraciones familiares, las que atestiguan opresiones. Dorothea Lange lo manifestó con claridad: “La cámara es un instrumento que sirve para que la gente vea sin cámara.”
Jérôme Ferrari (Paris, 1968) propone en A su imagen una historia que desafía en este sentido la perspectiva monocular. Antonia, protagonista de la novela, recibe de parte de su padrino una cámara como regalo iniciático. Sus primeros trabajos, en su Ajaccio natal, en la isla de Córcega, la ubican en fiestas patronales, campeonatos de bochas y otros convites sociales. El contacto con integrantes de una organización clandestina es todo un descubrimiento, en su subjetividad, y por extensión, en la forma que se vincula con la realidad que nunca deja de fotografiar. Amén de algunos amoríos, hay un sentimiento cómplice basado en el extravío, en la inconformidad, en la idea de atentar contra la “comodidad de la ignorancia.”
Todas las fotografías, en su carácter de objetos misteriosos, están investidas de relatos que las atraviesan. Fraseos que, como han señalado distintos artistas o teóricos de la imagen, se activan en forma intemporal. Las fotos sobreviven a su presente y siempre dicen algo en otra órbita: las que se exponen en los museos, las que están ajadas en un contenedor de basura, las que se venden en ferias, las que retratan celebraciones familiares, las que atestiguan opresiones. Dorothea Lange lo manifestó con claridad: “La cámara es un instrumento que sirve para que la gente vea sin cámara.”
Jérôme Ferrari (Paris, 1968) propone en A su imagen una historia que desafía en este sentido la perspectiva monocular. Antonia, protagonista de la novela, recibe de parte de su padrino una cámara como regalo iniciático. Sus primeros trabajos, en su Ajaccio natal, en la isla de Córcega, la ubican en fiestas patronales, campeonatos de bochas y otros convites sociales. El contacto con integrantes de una organización clandestina es todo un descubrimiento, en su subjetividad, y por extensión, en la forma que se vincula con la realidad que nunca deja de fotografiar. Amén de algunos amoríos, hay un sentimiento cómplice basado en el extravío, en la inconformidad, en la idea de atentar contra la “comodidad de la ignorancia.”
Así, comienza a cubrir por su cuenta distintas guerras, fundamentalmente regionales, para darle voz o al menos presencia a las víctimas y a los caídos: “Sea como sea, muchas de las fotos que Antonia V. ha hecho estarían condenadas a permanecer ocultas porque seguramente son insoportables y podrían parecer salidas de una película de terror, aunque esto no tiene nada que ver. Otras son menos explicitas, pero igualmente obscenas. No muestran nada, pero lo que insinúan queda muy claro, y en cierto sentido, eso es aún peor”.
En las primeras páginas, Ferrari, ganador del Premio Goncourt en 2012 por El sermón sobre la caída de Roma, anuncia la prematura muerte de Antonia. La discontinuidad de lo que aparenta ser pleno y la plenitud de lo discontinuo obligan a un estado de alerta permanente, tanto por las derivas de la historia como por el miedo y la desconfianza que generan. El cortejo fúnebre alrededor del cuerpo de Antonia le da pie al autor para organizar la trama y darle fluidez, en un sentido textual, dado que el padrino de ella es el párroco que oficia el servicio, y en un sentido icónico, en tanto cada capítulo está acompañado por el epígrafe de alguna fotografía real, que según se cuenta en el libro, fueron sacadas del volumen La Grande Terreur, de Tomasz Kizny. Como ya manifestaron autores tan disímiles como Vladimir Nabokov, Flannery O’Connor o Mario Levrero, las imágenes potencian la práctica literaria y a la vez generan un silencio que siempre puede reinterpretarse.
A su imagen
Por Jérôme Ferrari
Libros del Asteroide. Trad.: Regina López Muñoz
224 págs./$ 179
En las primeras páginas, Ferrari, ganador del Premio Goncourt en 2012 por El sermón sobre la caída de Roma, anuncia la prematura muerte de Antonia. La discontinuidad de lo que aparenta ser pleno y la plenitud de lo discontinuo obligan a un estado de alerta permanente, tanto por las derivas de la historia como por el miedo y la desconfianza que generan. El cortejo fúnebre alrededor del cuerpo de Antonia le da pie al autor para organizar la trama y darle fluidez, en un sentido textual, dado que el padrino de ella es el párroco que oficia el servicio, y en un sentido icónico, en tanto cada capítulo está acompañado por el epígrafe de alguna fotografía real, que según se cuenta en el libro, fueron sacadas del volumen La Grande Terreur, de Tomasz Kizny. Como ya manifestaron autores tan disímiles como Vladimir Nabokov, Flannery O’Connor o Mario Levrero, las imágenes potencian la práctica literaria y a la vez generan un silencio que siempre puede reinterpretarse.
A su imagen
Por Jérôme Ferrari
Libros del Asteroide. Trad.: Regina López Muñoz
224 págs./$ 179
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.