Eslabones sin frontera: cómo son las cadenas globales de producción
Santiago Bulat
Mariano Enriquez
1. Cadena global de valor. Este concepto define a la división del proceso de producción entre distintos países. De esta manera, las empresas se especializan en una tarea específica y no elaboran el producto en su totalidad, sino que importan los insumos que necesitan para elaborar bienes que, a su vez, pueden ser para el consumo final o para ser parte de otra cadena de producción (es decir, bienes intermedios). Desde comienzos de los 90, el comercio internacional se expandió con rapidez, impulsado por el aumento del número de cadenas globales de valor. Esta expansión permitió una convergencia sin precedentes: los países pobres crecieron más rápido, a la vez que la pobreza global disminuyó notablemente.
2. Avance. Las cadenas globales de valor existen desde hace siglos, pero tuvieron su auge entre 1990 y 2007, en un contexto en el que los avances tecnológicos –en transporte, información y comunicaciones– y la reducción de las barreras comerciales, impulsaron a los fabricantes a extender los procesos más allá de las fronteras nacionales. El avance se concentró en la maquinaria, la electrónica y el transporte y en las regiones de América del Norte, Europa occidental y Asia oriental. La mayoría de los países de esas regiones participan en cadenas de valor complejas y desarrollan actividades de innovación permanente. En cambio, muchos países de África, América Latina y Asia central aún elaboran bienes más básicos, que son luego procesados en otros países.
3. Especialización. El ingreso a las cadenas globales de valor tiene efectos positivos en las economías. La “hiperespecialización” de los procesos mejora la eficiencia, y las relaciones durables entre empresas promueven la difusión de tecnología y el acceso a capital e insumos. Además, estas cadenas generan puestos de trabajo de mayor calidad, aunque su relación con el empleo es compleja. Las empresas que las integran tienden a ser más productivas que las que solo operan en el mercado local y, por ende, requieren un uso más intensivo de capital y menos intensiva en mano de obra. Sin embargo, el aumento de la productividad lleva a que se expanda la actividad y, en consecuencia, el empleo.
4. En el país. En la última década (y algo más), la Argentina tuvo una participación decreciente en este tipo de comercio. Los exportadores utilizan menos insumos extranjeros que hace una década: la participación del valor agregado extranjero en las exportaciones brutas pasó de 11,2% en 2005 a 6,9% en 2016. Sin embargo, el país permanece relativamente integrado como proveedor de valor agregado para las exportaciones de otros países, donde predominan los productos agrícolas. Aunque cada vez con menor fuerza. Un dato desalentador es que la cantidad de empresas exportadoras de bienes cae año a año desde 2006, cuando eran más de 15.000. Hoy quedan 9000 (hubo una pérdida de 40%).
5. Integración. Es cierto que la participación en las cadenas está determinada por la dotación de factores de producción, la geografía, el tamaño del mercado y las instituciones. Pero estos indicadores no deciden por sí solos la suerte de un país; las políticas desempeñan un papel importante, a través de dos caminos: uno es fomentar la radicación de inversiones extranjeras, que desarrollen eslabonamientos con firmas locales; el otro es promover las exportaciones a través de acuerdos comerciales.
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