Las múltiples luces de la ciudad que no duerme
D. F. I.
Super luna_ El miércoles pasado se pudo observar una luna llena mayor que el promedio habitual.
Buenos Aires, la ciudad que ni en la noche –ni en lo peor de la pandemia– descansa. Las luces de la ciudad nocturna: una miríada intermitente que le resta espacio a las sombras, a las estrellas, a cierta idea del descanso. Pero esta noche el juego es otro. Hay súper luna y la ciudad, aun en su poderío, parece repentinamente pequeña.
Aquí, en los bosques de Palermo, el Planetario insiste en hacer su magia.
En tiempos más benévolos, en una noche como ésta probablemente habría habido gente circulando por entre las luminarias azules, verdes y rojas del plato volador más querido por los porteños. Personas que se habrían acercado a celebrar –qué mejor lugar que éste–, con ritos seculares, neutros o paganos, la máxima cercanía del satélite terrestre. Hubiera sido una buena noche, si el Covid no fuera lo que es, para recostarse sobre el césped de Palermo, sentir la cercanía del lago y dejarse imantar por el firmamento como lo hacen el agua y las mareas.
Pero no pudo ser, y no hubo nadie que el miércoles pasado se acercara a este rincón de los bosques: ningún curioso, astrónomo amateur, bandada de adolescentes o de simple devotos de la noche pasó por allí; habrá sido otro el rumor bajo los árboles en la noche desprovista de gente.
La súper luna de mayo es en el hemisferio norte que atraviesa la primavera, la “luna de las flores”. A nosotros nos llega en pleno cambio de colores de los árboles, una fiesta de tonalidades ocres que enciende a la ciudad diurna.
Al otro rostro de Buenos Aires, el de la urbe anegada de noche, le basta el resplandor metálico del alumbrado público, el chisporroteo incansable de miles y miles de ventanas despiertas. Y el íntimo fluir de la luna, cualquiera sean sus versiones.
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