sábado, 19 de junio de 2021

LECTURA RECOMENDADA


La forma del deseo y el dolor de lo que falta
C. E.La mitad fantasma Alan Pauls random House 320 páginas $ 1199



La mitad fantasma, el último libro de Alan Pauls (Buenos Aires, 1959), responde al mismo tiempo a lo más característico del siglo XXI –el mundo de las experiencias virtuales– a la vez que trabaja una prosa y un personaje propios del que lo precedió. Esta operación hace a una novela muy elaborada, que retoma temas que el autor ya había trabajado en El pasado (2003), como el amor y la obsesión, a través de un protagonista entrañable: Savoy.
El foco es el deseo, las maneras en las que lo invade todo como una mancha de petróleo en la que Savoy nada, aceptando las leyes de un mundo nuevo que lo maravilla –la posibilidad de comprar lo que sea por internet y, más tarde, de continuar por Skype la relación con Carla, una chica que viaja por el mundo cuidando casas– pero que lo deja, también, suspendido, midiendo distancias imposibles de recorrer. Un mundo complejo para él, un hombre de casi cincuenta que disfruta del trato personal, de la charla, sin darle ninguna importancia a la tecnología. Por ejemplo: acepta la precariedad de vivir en departamentos alquilados, mudarse una y otra vez, pero disfruta del pago mensual: va personalmente a conversar con los dueños. O se ocupa de visitar casas en alquiler para conocidos: no recurre a internet, quiere ir, ver cómo vive la gente. Eso también lo seduce cada vez que compra algo a través de la web, ver esos objetos usados, entender por qué alguien querría desprenderse de una lámpara desvencijada, buscar la huella de la experiencia del otro.
Pauls sumerge al lector en la interioridad de su personaje como lo haría Proust o más bien, como el Henry James de una nouvelle muy cercana a esta: La bestia en la jungla (1903). En ella el personaje principal se pasa la vida buscando la experiencia sobrenatural del amor, cuando el amor está ahí, en toda su mundanidad, al alcance de la mano. De una manera similar, Savoy vive su “dolor fantasma”, ese dolor que soporta aquel a quien le falta una pierna, un brazo; es el dolor de lo invisible, de lo que se intuye podría formar parte de cada uno de nosotros, pero falta. Toda una definición del deseo, se podría decir.
Quienes siguen la obra de Pauls saben que su prosa es de una gran sensibilidad, atenta a los detalles, a la expansión del relato: “Con las explicaciones”, reflexiona Savoy, “pasa eso: se sabía dónde empezar, nunca dónde parar”. Trabaja una cadencia que pide un lector paciente, capaz de dejarse llevar por el trance de leer. Un lector capaz de sustraerse a la ansiedad propia de la época; un lector que tenga, como Savoy, un pie en este siglo, y otro en la nostalgia del anterior. El final, memorable, es todo un homenaje a otro de sus maestros: Manuel Puig.


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Un singular policial que no le teme a lo espectral
M. V.La terraza del frangipani Mia Couto edhasa Trad.: Guillermo saavedra 168 págs./$ 1195


“Vivo en conversación con los difuntos y escucho con mis ojos a los muertos”, dice Francisco de Quevedo a propósito de la lectura, una experiencia que trasciende más allá del acto retiniano.
Mia Couto (Mozambique, 1955) conecta las vigas que sostienen a cualquier novela policial con un gesto hacia lo espectral. En las ruinas de un territorio africano recién descolonizado, hay cadáveres. Ermelindo, un carpintero que murió en el anonimato dos décadas atrás, es convocado por un pangolín, un pequeño mamífero símil al puercoespín, para ser “pasa-noche”, un fantasma llamado a migrar a un cuerpo cerca de morir. Al joven inspector Izidine Naita le pronostican seis días de vida: debe investigar el asesinato de Vasto Excelêncio, el mandamás de un asilo
Al detective le dan siete días para resolver el crimen in situ, una fortaleza solo accesible por aire. Su primera estrategia es de manual: interroga a los pocos viejos que residen en la isla. Sin embargo, cada uno de ellos, por distintos motivos, se atribuye la muerte del director. La sospecha es recíproca, aun a pesar de compartir rasgos mulatos, Izidine es considerado un extraño, un “mezungo”. Entre ellos, sobrevuela una brecha, aquella que impone la deriva geopolítica en esa zona africana, y el valor que cada generación le da a las inflexiones orales como medio y motor de la ancestralidad.
Couto–moz-ambiqueño des cendiente de portugueses y autor también de la reciente Venenos de Dios, remedios del diablo– es fino en la manera de presentar las confesiones, algunas de ellas como monólogos interiores, alucinaciones, profecías o fragmentos epistolares.
“En esta pequeña patria vengo explayándome todos estos años, hecho un estuario: voy fluyendo, ensoñado, serpenteando sin resistencia. En la sombra, me perfeccioné, recostado en aquel susurro, como si fuese el ímpetu de mi nacimiento. Apenas las piernas cansadas, algunas veces, me incomodaban. Pero mis ojos golondrineaban el horizonte, compensando las molestias de la edad”, se lee en la novela.
Entre tantas artimañas y calamidades, el policía intenta reconstruir la silueta de la víctima, los móviles, una posible salida para enfrentar lo inminente. La enfermera del asilo, que está del lado de los residentes, mantiene en vilo tanto a él como a su huésped, Ermelindo.
Varias atmósferas confluyen en La terraza del frangipani, una trama cargada desuspenso y, en la misma tónica, el ritmo de un relato que varía entre la primera y la tercera persona, sin perder fluidez –algo aun más potenciado por la traducción de Guillermo Saavedra–, una voz poética que trasvasa el esqueleto de la historia y va más allá.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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