Una novela breve, pero con múltiples peripecias
J. M. B.
Pirse, el improbable Juan Sasturain alfaguara 126 páginas $ 1099
Aunque sin contar el apéndice con textos complementarios Pirse, el improbable consta de menos de noventa páginas, la última novela de Juan Sasturain (1945) funciona como una suerte de mamushka: un envase que contiene innumerables textos, referencias, peripecias, marcos para otras historias, así como también diversas combinaciones entre lo real y la ficción, que como se sabe no es sinónimo de falsedad sino de una instancia o dimensión paralela.
“Una historia no tiene comienzo ni fin”, escribía Graham Greene en uno de sus célebres comienzos de novela, pero lo que en el escritor inglés es un notable truco para llevar su relato a un terreno mucho más movedizo y establecer un verosímil sólido, en Sasturain resulta rigurosamente cierto.
Pirse, el improbable dialoga, en principio, con la novela previa de Sasturain, El último Hammett, en la que el escritor de policiales negros norteamericano revive y protagoniza, durante sus últimos años, una trama digna de sí mismo. Pero en este caso lo que se narra es la trastienda de la incubación de esa novela, inverosímil por fuera de la literatura, al margen de los elementos que el autor obtiene de la realidad. Porque allí está el secreto, o al menos uno de ellos: Sasturain toma prestada su vida entera para entregarla a la ficción, y para eso crea un álter ego que no solo le roba el apellido sino que además se le parece en casi todo. Uno que aprovecha la ocasión, incluso, para incluir un viejo y extraordinario cuento que el Sasturain real publicó originalmente cuarenta años atrás, “Versión de un relato de Hammett”, y que sin duda sería el germen de todo lo que vendría después.
Para el Pirse del título, su creador estaba entre dos opciones, una onettiana y otra borgeana, dependiendo del lugar que ocupara el adjetivo: en apariencia se impuso el uruguayo, pero en la lectura de la novela comprobamos que el virus Borges lo contamina todo. En todo caso, Pirse se vuelve con el correr de las páginas un personaje fascinante, digno de una epopeya más extensa. Sus intercambios con el narrador-protagonista prueban, entre otras cosas, lo mucho y bien que Sasturain se nutrió del género negro, donde los sentidos están incompletos y por norma se oculta más de lo que se dice.
En contra de lo que tantas veces suele ocurrir a los lectores, Sasturain parece entregar siempre más de lo que promete. Sus mamushkas invitan a otras lecturas –hay que estar atentos a Dashiell Hammett y no perdérselo–, y al mismo tiempo dejan resonando una sensación inquietante: la de que de alguna manera vale la pena dar la vida por la literatura.
Aunque sin contar el apéndice con textos complementarios Pirse, el improbable consta de menos de noventa páginas, la última novela de Juan Sasturain (1945) funciona como una suerte de mamushka: un envase que contiene innumerables textos, referencias, peripecias, marcos para otras historias, así como también diversas combinaciones entre lo real y la ficción, que como se sabe no es sinónimo de falsedad sino de una instancia o dimensión paralela.
“Una historia no tiene comienzo ni fin”, escribía Graham Greene en uno de sus célebres comienzos de novela, pero lo que en el escritor inglés es un notable truco para llevar su relato a un terreno mucho más movedizo y establecer un verosímil sólido, en Sasturain resulta rigurosamente cierto.
Pirse, el improbable dialoga, en principio, con la novela previa de Sasturain, El último Hammett, en la que el escritor de policiales negros norteamericano revive y protagoniza, durante sus últimos años, una trama digna de sí mismo. Pero en este caso lo que se narra es la trastienda de la incubación de esa novela, inverosímil por fuera de la literatura, al margen de los elementos que el autor obtiene de la realidad. Porque allí está el secreto, o al menos uno de ellos: Sasturain toma prestada su vida entera para entregarla a la ficción, y para eso crea un álter ego que no solo le roba el apellido sino que además se le parece en casi todo. Uno que aprovecha la ocasión, incluso, para incluir un viejo y extraordinario cuento que el Sasturain real publicó originalmente cuarenta años atrás, “Versión de un relato de Hammett”, y que sin duda sería el germen de todo lo que vendría después.
Para el Pirse del título, su creador estaba entre dos opciones, una onettiana y otra borgeana, dependiendo del lugar que ocupara el adjetivo: en apariencia se impuso el uruguayo, pero en la lectura de la novela comprobamos que el virus Borges lo contamina todo. En todo caso, Pirse se vuelve con el correr de las páginas un personaje fascinante, digno de una epopeya más extensa. Sus intercambios con el narrador-protagonista prueban, entre otras cosas, lo mucho y bien que Sasturain se nutrió del género negro, donde los sentidos están incompletos y por norma se oculta más de lo que se dice.
En contra de lo que tantas veces suele ocurrir a los lectores, Sasturain parece entregar siempre más de lo que promete. Sus mamushkas invitan a otras lecturas –hay que estar atentos a Dashiell Hammett y no perdérselo–, y al mismo tiempo dejan resonando una sensación inquietante: la de que de alguna manera vale la pena dar la vida por la literatura.
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