Cómo arreglé la cámara de mi celular usando una navaja suiza
Los célebres cortaplumas de verdad sirven para todo, incluso cuando el teléfono sufre un accidente de lo más inverosímil
A. T.
Resuelto el problema, el smartphone volvió a sacar fotos claras; en la imagen, la flor de una planta de morrones
Miren que este celular, como varios otros modelos, está hecho de todo de vidrio. Así que había mucho para romper. Pero la nefasta combinación de mi torpeza con la estadística hizo que un buen día, luego de unas cuantas caídas que le dejaron algunas cicatrices aceptables, ocurriera lo impensable. Para entender cómo algo tan improbable y a la vez tan ínfimo puede dejar casi inutilizable un smartphone, permítanme mirar un poco más en detalle el objetivo de la cámara.
Puesto que la lente de un teléfono es en sí pequeña y delicada, y por lo tanto no es una gran idea andar limpiándola con un paño de algodón seco (o sea, con la remera), los fabricantes la cubren, no sin razón, con una pieza de cristal. Dicha pieza está rodeada por un borde protector que sobresale levemente y, no obstante, el conjunto parece formar un todo con la parte trasera de la carcasa. Parece una forma demasiado minuciosa de describir el área de la cámara de un teléfono, pero ya verán que no es porque sí.
Un día, como es inevitable que ocurra, se me cayó el teléfono sobre un piso de concreto (nunca se caen al pasto o sobre la blanda cama, no) y cuando fui a revisar si se había roto la pantalla no noté nada raro. El efecto del golpe empezó a hacerse visible un par de semanas después, cuando retraté un bonito crepúsculo y salió como si hubiera aplicado un filtro suavizador.
En el momento, no le presté demasiada atención. Pero a la tercera o cuarta foto que, en lugar de verse clara y cristalina, parecía haber sido tomada detrás de un paño translúcido me di cuenta de que había un problema. Aquí tienen un ejemplo de lo que quiero decir.
Antes de la reparación, las fotos salían por completo difuminadas. Lo que se ve es una planta de rúcula (sí, rúcula); al sol, y espigando al máximo, dará pronto muchas semillas. Pero la calidad de imagen es pésima
¿Ahora lo ves?
Entra en escena una consecuencia insignificante, pero consecuencia al fin, de la pandemia. Para evitar el contacto cercano con personas desconocidas, dilaté una visita al oculista durante más de un año. Así que mis lentes para ver de cerca (los otros, en este período, dejaron de hacerme falta, dicho sea de paso) seguían permitiéndome leer pruebas, escribir y esas cosas. Pero necesitaba nuevos y, por ese motivo, un par de semanas antes, cuando el teléfono se me había caído sobre un piso de concreto (nunca césped o algo así), no llegue a notar que el golpe había roto algo. Algo muy pequeño y a la vez muy crítico.
Exacto, el pequeño cristal que el fabricante pone para proteger el objetivo de la cámara del smartphone se había partido y había perdido un fragmento mínimo, de forma triangular, y unos tres milímetros cuadrados de superficie. Suficiente, sin embargo, para que entrara el polvillo hasta crear una capa que funcionaba como filtro suavizador. Filtro permanente, por desgracia.
OK, no me cerraban los números para reemplazar el teléfono por uno de categoría equivalente, así que decidí esperar hasta que mejoraran esos guarismos. Pero en la Argentina eso o no ocurre o lleva años. Y soy de sacar muchas fotos. Muy pronto, el asunto empezó a inquietarme y se lo comenté a Ricardo Sametband, que me dijo que se podía conseguir el repuesto de ese cristal.
Por supuesto, no pensaba complicarme hasta ese punto con un smartphone que está llegando al fin de su ciclo de vida (es de 2016, así que ha hecho un gran trabajo), pero deduje que si se podía cambiar también se podía extraer. No era el plan del diseñador del teléfono, pero al menos, y hasta que lo pasara a retiro, podría sacar fotos buenas de nuevo. ¿Dejando el objetivo expuesto? Sí, así es.
Pasame el bisturí
Lo que sigue puede resultar perturbador para las personas impresionables, que deberían saltar al siguiente párrafo. Que conste. Ahí vamos: en un cajón de la isla, en la cocina, hay, como debe ser, una navaja suiza. De esas rojas y con toda clase de instrumentos, incluida una pincita de depilar. Con gafas nuevas y usando el cortaplumas, aflojé con muchísimo cuidado los pedacitos del delgado cristal quebrado. Abajo, límpido pero también vulnerable, estaba la lente de la cámara, de poco más de dos milímetros de diámetro. Usando la pincita de depilar saqué los pedazos de cristal, limpié los restos del adhesivo en el borde del objetivo, y saqué una foto. Impecable.
Sé que es una solución temporal (ningún fabricante se molesta en poner hardware innecesario en un equipo; regla que, por desgracia, no se cumple con el software), pero hasta que lo de de baja, este S7, posiblemente el mejor representante de la familia Galaxy, volverá a sacar fotos decentes, como la que abre esta nota y que retrata un experimento del que hablé aquí.
Resuelto el problema, el smartphone volvió a sacar fotos claras; en la imagen, la flor de una planta de morrones
Miren que este celular, como varios otros modelos, está hecho de todo de vidrio. Así que había mucho para romper. Pero la nefasta combinación de mi torpeza con la estadística hizo que un buen día, luego de unas cuantas caídas que le dejaron algunas cicatrices aceptables, ocurriera lo impensable. Para entender cómo algo tan improbable y a la vez tan ínfimo puede dejar casi inutilizable un smartphone, permítanme mirar un poco más en detalle el objetivo de la cámara.
Puesto que la lente de un teléfono es en sí pequeña y delicada, y por lo tanto no es una gran idea andar limpiándola con un paño de algodón seco (o sea, con la remera), los fabricantes la cubren, no sin razón, con una pieza de cristal. Dicha pieza está rodeada por un borde protector que sobresale levemente y, no obstante, el conjunto parece formar un todo con la parte trasera de la carcasa. Parece una forma demasiado minuciosa de describir el área de la cámara de un teléfono, pero ya verán que no es porque sí.
Un día, como es inevitable que ocurra, se me cayó el teléfono sobre un piso de concreto (nunca se caen al pasto o sobre la blanda cama, no) y cuando fui a revisar si se había roto la pantalla no noté nada raro. El efecto del golpe empezó a hacerse visible un par de semanas después, cuando retraté un bonito crepúsculo y salió como si hubiera aplicado un filtro suavizador.
En el momento, no le presté demasiada atención. Pero a la tercera o cuarta foto que, en lugar de verse clara y cristalina, parecía haber sido tomada detrás de un paño translúcido me di cuenta de que había un problema. Aquí tienen un ejemplo de lo que quiero decir.
Antes de la reparación, las fotos salían por completo difuminadas. Lo que se ve es una planta de rúcula (sí, rúcula); al sol, y espigando al máximo, dará pronto muchas semillas. Pero la calidad de imagen es pésima
¿Ahora lo ves?
Entra en escena una consecuencia insignificante, pero consecuencia al fin, de la pandemia. Para evitar el contacto cercano con personas desconocidas, dilaté una visita al oculista durante más de un año. Así que mis lentes para ver de cerca (los otros, en este período, dejaron de hacerme falta, dicho sea de paso) seguían permitiéndome leer pruebas, escribir y esas cosas. Pero necesitaba nuevos y, por ese motivo, un par de semanas antes, cuando el teléfono se me había caído sobre un piso de concreto (nunca césped o algo así), no llegue a notar que el golpe había roto algo. Algo muy pequeño y a la vez muy crítico.
Exacto, el pequeño cristal que el fabricante pone para proteger el objetivo de la cámara del smartphone se había partido y había perdido un fragmento mínimo, de forma triangular, y unos tres milímetros cuadrados de superficie. Suficiente, sin embargo, para que entrara el polvillo hasta crear una capa que funcionaba como filtro suavizador. Filtro permanente, por desgracia.
OK, no me cerraban los números para reemplazar el teléfono por uno de categoría equivalente, así que decidí esperar hasta que mejoraran esos guarismos. Pero en la Argentina eso o no ocurre o lleva años. Y soy de sacar muchas fotos. Muy pronto, el asunto empezó a inquietarme y se lo comenté a Ricardo Sametband, que me dijo que se podía conseguir el repuesto de ese cristal.
Por supuesto, no pensaba complicarme hasta ese punto con un smartphone que está llegando al fin de su ciclo de vida (es de 2016, así que ha hecho un gran trabajo), pero deduje que si se podía cambiar también se podía extraer. No era el plan del diseñador del teléfono, pero al menos, y hasta que lo pasara a retiro, podría sacar fotos buenas de nuevo. ¿Dejando el objetivo expuesto? Sí, así es.
Pasame el bisturí
Lo que sigue puede resultar perturbador para las personas impresionables, que deberían saltar al siguiente párrafo. Que conste. Ahí vamos: en un cajón de la isla, en la cocina, hay, como debe ser, una navaja suiza. De esas rojas y con toda clase de instrumentos, incluida una pincita de depilar. Con gafas nuevas y usando el cortaplumas, aflojé con muchísimo cuidado los pedacitos del delgado cristal quebrado. Abajo, límpido pero también vulnerable, estaba la lente de la cámara, de poco más de dos milímetros de diámetro. Usando la pincita de depilar saqué los pedazos de cristal, limpié los restos del adhesivo en el borde del objetivo, y saqué una foto. Impecable.
Sé que es una solución temporal (ningún fabricante se molesta en poner hardware innecesario en un equipo; regla que, por desgracia, no se cumple con el software), pero hasta que lo de de baja, este S7, posiblemente el mejor representante de la familia Galaxy, volverá a sacar fotos decentes, como la que abre esta nota y que retrata un experimento del que hablé aquí.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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