miércoles, 2 de marzo de 2022

" Bastardo, Cruzado, Heterogéneo, Mestizo, Mezclado, Mixto "


Un gobierno “híbrido” ante el drama de Ucrania
Las ideas y venidas de la Cancillería, la debilidad de CFK por Putin y la genuflexión del Presidente en el Kremlin, un cóctel imposible

Pablo Sirvén
Conferencia de prensa de Alberto Fernández y Vladimir Putin en Moscú...Presidencia de la Nación
Si hubiese que catalogar en un solo concepto el tipo de gestión que la Argentina se dio a sí misma a partir del 10 de diciembre de 2019, la palabra más adecuada sería “hibridez” (“producto de elementos de distinta naturaleza”, según el Diccionario de la Real Academia Española).


Esa dualidad en el mando produce incapacidad para definir un rumbo concreto, coherente y firme en los campos de acción más cruciales. Ser híbrido condena a sucesivas enmiendas y rectificaciones que buscan, sin lograrlo, conformar a aquellos “elementos de distinta naturaleza”, de los que habla la RAE, y que en el plano de la política local son aplicables a las contradictorias corrientes internas del Frente de Todos. Y también al carácter muy voluble de la palabra presidencial, que así como dice una cosa puede decir otra.
Ser “híbrido” en materia gubernamental presenta muchas contras porque resulta imposible avanzar y casi todo tiende a trabarse. Pero tiene una gran ventaja: le es imposible tomar decisiones drásticas que empeoren las cosas de manera abrupta. La tendencia al deterioro es paulatina. Este desgastante fenómeno se observa bien en los dos años de demora que lleva el acuerdo, aún en ciernes, con el Fondo Monetario Internacional. Diferir –o la tendencia a “procrastinar”, palabra que Alberto Fernández puso de moda con sus constantes idas y venidas– suele producir desmejoras.
Y, por cierto, se nota mucho cada vez que la Argentina tiene que fijar una posición precisa respecto de temas internacionales acuciantes, como ahora ante la invasión de Ucrania por parte de Rusia.
La actitud pendular termina no conformando a nadie y deja flotando sensaciones ambivalentes y enojosas.
La grieta, con sus posiciones tan extremas y estentóreas –en este caso puntual, por un lado, a favor de los Estados Unidos, la OTAN y la Unión Europea; por el otro, las razones que le asistirían a Rusia para invadir–, produce desasosiego en el oficialismo (en el que conviven ambos bandos) y ahonda la hibridez gubernamental, que termina irritando hasta a los ámbitos diplomáticos más templados por las exasperantes aclaraciones pendulares para un lado y para el otro.
Ser parte de una determinada conformación territorial no da derechos para siempre ni, mucho menos, el más poderoso puede arrogarse títulos de propiedad vitalicios sobre el que tiene menos fuerza.
Ejemplo: en las Provincias Unidas del Río de la Plata, las actuales repúblicas del Uruguay y de la Argentina conformaban un mismo territorio. Y no es que Uruguay “se independizó” de la Argentina, como si esta fuera su dueña. Aplicando ese mismo criterio, los uruguayos podrían alegar que los que se independizaron de ellos fuimos los argentinos. Excede el espacio de esta columna explicar los procesos que desembocaron en que ambos países vecinos sean independientes por más que compartamos idéntico idioma y un mismo tronco cultural. Algo similar sucede con Rusia y Ucrania.
“La guerra es de Putin, pero EE.UU. y la OTAN prendieron la mecha”, repitió C5N insistentemente en su videograph en las últimas horas. Luis Bruschtein, ayer en Página 12, escribía que “tras la caída de la URSS, Estados Unidos provocó la reacción rusa al avanzar con la OTAN sobre los países que rodean a Moscú” y que “era obvio que [Rusia] reaccionaría cuando fuera acorralada”.
Por la AM750, Víctor Hugo Morales dijo que “bastante desgracia fue para el mundo en 1990 cuando se termina el comunismo. No por el comunismo en sí, sino porque dejó al neoliberalismo como ganador”.
La posición “no alineada” –o, como decía Perón, “tan lejos de uno como de otro de los imperialismos dominantes”, en referencia a los Estados Unidos y a la entonces Unión Soviética– no parece entusiasmar ya a los sectores autopercibidos progresistas que, con razón, habrían bramado si EE.UU. hubiese avanzado sobre México de la misma forma que Rusia avasalla ahora a Ucrania. En este caso se muestran más contemplativos, en consonancia con la debilidad explícita de Cristina Kirchner hacia el autócrata del Kremlin. Hace apenas 24 días, Alberto Fernández le ofreció a Putin utilizar a la Argentina como “puerta de entrada” a América Latina.
Complica, además, cierta propensión al delay presidencial inoportuno, como fue la visita de Alberto Fernández al polideportivo de Santa Clara del Mar y prometer allí la construcción de una pileta climatizada, en el peor momento de los incendios en Corrientes, o, finalmente, decidirse a recorrer esa provincia el viernes, pero tras las lluvias que aliviaron un tanto la situación, justo cuando debía estar más atento a pronunciarse de manera contundente sobre el “incendio” provocado por su admirado Vladimir Putin.
Estar en el lugar equivocado, y pronunciar inconveniencias, parece ser su marca registrada.

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