Soy un periodista ruso, pero tuve que huir de mi país
Alexey Kovalev Editor de investigación de Meduza Traducción de Ignacio Mackinze
El 4 de marzo de 2022, en Rusia no quedó ni un solo medio independiente.
No es una exageración: los pocos medios independientes que seguían funcionando tras años de presión y acoso gubernamental fueron bloqueados por censores rusos, declarados ilegales o se disolvieron. No se salvó ninguno.
A Eco de Moscú, una radio de centro cuyo editor en jefe, Alexey Venediktov, se empeñaba en mantener lazos amistosos con las figuras más encumbradas del régimen, le tenían reservada una burla cruel. Los buenos vínculos con el Kremlin no alcanzaron para evitar que Eco de Moscú saliera del aire, sino que, además, la redactora en jefe de RT, Margarita Simonian, anunció que la frecuencia sería transferida a Radio Sputnik, un medio dirigido por ella y que hace propaganda del gobierno.
Descubrí que el sitio web para el que trabajo como editor de investigación, Meduza, también fue bloqueado el 4 de marzo, cuando llegué a Letonia, luego de cruzar la frontera a pie. Me fui porque en Moscú circulaban rumores sobre una inminente ley marcial. Su eventual instauración garantizaba la suspensión de casi todas las libertades civiles, incluida la libertad de prensa, y el bastante probable cierre de fronteras. Eso no ha sucedido –todavía–, pero nunca nos habíamos acercado tanto.
Horas después del bloqueo de Meduza y de otros sitios, una sesión extraordinaria de ambas cámaras del Parlamento ruso aprobó una nueva ley que convierte mi trabajo como periodista en una ofensa criminal susceptible de un castigo de hasta 15 años de prisión por difundir “información falsa” sobre la “operación militar especial rusa”, es decir, por llamarla “guerra”, si nos atenemos a los hechos.
Ahora es ilegal citar fuentes que no sean el Ministerio de Defensa de Rusia, que sostiene, entre otras cosas, que los informes sobre los muertos y heridos civiles en Ucrania son falsos porque las Fuerzas Armadas rusas solo realizan ataques de precisión contra blancos militares, y de todas maneras los ucranianos se están bombardeando ellos mismos para acusar a Rusia de crímenes de guerra.
Los conductores del último canal de televisión independiente que quedaba, TV Rain, intentaron evitar lo inevitable agregando a sus informes un mensaje que aclaraba que esa no era la postura oficial. Pero ni así se salvó: el día previo a la aprobación de la ley de censura, TV Rain bajó la persiana y concluyó su segmento final al aire con un simbólico videoclip del Lago de los Cisnes de Tchaikovsky, famoso también por haber sido reproducido en bucle en Soviet TV durante el apagón mediático del intento de golpe contra Gorbachov en la entonces Unión Soviética. Novaya
Gazeta, probablemente la institución mediática más prestigiosa, cuyo editor en jefe, Dmitry Muratov, recibió el Premio Nobel de la Paz en 2021, anunció que no tenía más opción que cumplir con las demandas de la censura y evitar cualquier cobertura del conflicto.
No es exagerado decir que lo que está ocurriendo es algo sin precedente. En la era soviética, había flexibilidad y espacio para medios moderadamente disidentes. The New York Times informó desde Moscú a lo largo del siglo XX –a través de revoluciones, dos guerras mundiales y una guerra fría–, pero ahora los riesgos son tan altos que el diario abandonó su oficina de Moscú. En realidad, quedan pocos periodistas en Rusia. La mayoría huyen despavoridos luego de ver que su profesión pasó a ser un delito, se van de Moscú con lo que pueden juntar en unas bolsas, presas del pánico, y se suman a las comunidades de emigrados cada vez más grandes. El proceso es trágico y doloroso. Las familias se dividen, quedan atrás vidas enteras, con poca esperanza de regreso en el futuro cercano.
Meduza, donde trabajo, nació de la censura. En 2014, en las primeras etapas de la guerra de Rusia en Ucrania, el oligarca vinculado al Kremlin y propietario de Lenta.ru, uno de los sitios más populares de Rusia, expulsó a su editora en jefe, Galina Timchenko, por haber entrevistado a un comandante de extrema derecha ucraniano. Todo el equipo de Lenta. ru renunció en solidaridad, y unos meses más tarde, una decena de ellos iniciaron sus actividades en Letonia, fuera de la jurisdicción represiva de Rusia. Pero nunca nos hemos considerado un medio en el exilio o un panfleto partidario. Hemos logrado una fuerte audiencia en línea –cerca de 1 millón de visitantes en un día– y éramos tolerados, si no respetados, como un valioso adversario del Kremlin.
Eso cambió en abril de 2021, cuando el ministro de Justicia ruso declaró aMeduz aun“agente extranjero ”, una condición siniestra con consecuencias negativas. Nuestro exitoso modelo de negocios fue arrasado de un día para otro, ya que nuestros anunciantes no podían soportar el anuncio de deslinde de responsabilidades legales que aparecía en nuestro sitio. Nos adaptamos y sobrevivimos gracias a las donaciones, hasta que gran parte de esos ingresos también se pulverizaron con el colapso del rublo y la salida de Visa y Mastercard de Rusia. Ahora tenemos que adaptarnos de nuevo; no podemos tirar la toalla cuando millones de personas dependen de nuestra cobertura en vivo de esa guerra ilegal e inmoral que el Kremlin se niega incluso a reconocer.
Nuestro sitio web está bloqueado en Rusia, pero ya educamos a nuestros lectores para utilizar redes virtuales privadas y eludir las prohibiciones. En la semana posterior al inicio de la guerra, nuestro canal en Telegram pasó de medio millón de suscriptores a mucho más de 1 millón. Tenemos que seguir adelante, aunque sea para documentar para los crímenes de guerra de nuestro país.
Otros también se están adaptando, con bajos recursos o de formas más innovadoras. Como los sitios de noticias están bloqueados, las radios de onda corta están de regreso. Pero el mayor problema que enfrentan los periodistas no es difundir las noticias: es convencer a los ciudadanos de que acepten la espantosa verdad de que Rusia está bombardeando localidades donde viven sus propios familiares. La tóxica propaganda del Kremlin les ofrece una salida que los absuelve de cualquier responsabilidad. El nivel de negación de millones de rusos es tal que un hombre en Kiev creó un sitio llamado “Papá, creeme”, porque no puede lograr que su padre, que vive en Rusia, se convenza de que bombardearon su casa.
Así que los hechos en sí mismos no alcanzan para detener la guerra de Putin, pero son un comienzo necesario. No solo Rusia, sino también el resto del mundo necesitan ahora un periodismo ruso independiente que les muestre la verdad.•
Descubrí que el sitio web para el que trabajo como editor de investigación, Meduza, también fue bloqueado el 4 de marzo, cuando llegué a Letonia, luego de cruzar la frontera a pie. Me fui porque en Moscú circulaban rumores sobre una inminente ley marcial. Su eventual instauración garantizaba la suspensión de casi todas las libertades civiles, incluida la libertad de prensa, y el bastante probable cierre de fronteras. Eso no ha sucedido –todavía–, pero nunca nos habíamos acercado tanto.
Horas después del bloqueo de Meduza y de otros sitios, una sesión extraordinaria de ambas cámaras del Parlamento ruso aprobó una nueva ley que convierte mi trabajo como periodista en una ofensa criminal susceptible de un castigo de hasta 15 años de prisión por difundir “información falsa” sobre la “operación militar especial rusa”, es decir, por llamarla “guerra”, si nos atenemos a los hechos.
Ahora es ilegal citar fuentes que no sean el Ministerio de Defensa de Rusia, que sostiene, entre otras cosas, que los informes sobre los muertos y heridos civiles en Ucrania son falsos porque las Fuerzas Armadas rusas solo realizan ataques de precisión contra blancos militares, y de todas maneras los ucranianos se están bombardeando ellos mismos para acusar a Rusia de crímenes de guerra.
Los conductores del último canal de televisión independiente que quedaba, TV Rain, intentaron evitar lo inevitable agregando a sus informes un mensaje que aclaraba que esa no era la postura oficial. Pero ni así se salvó: el día previo a la aprobación de la ley de censura, TV Rain bajó la persiana y concluyó su segmento final al aire con un simbólico videoclip del Lago de los Cisnes de Tchaikovsky, famoso también por haber sido reproducido en bucle en Soviet TV durante el apagón mediático del intento de golpe contra Gorbachov en la entonces Unión Soviética. Novaya
Gazeta, probablemente la institución mediática más prestigiosa, cuyo editor en jefe, Dmitry Muratov, recibió el Premio Nobel de la Paz en 2021, anunció que no tenía más opción que cumplir con las demandas de la censura y evitar cualquier cobertura del conflicto.
No es exagerado decir que lo que está ocurriendo es algo sin precedente. En la era soviética, había flexibilidad y espacio para medios moderadamente disidentes. The New York Times informó desde Moscú a lo largo del siglo XX –a través de revoluciones, dos guerras mundiales y una guerra fría–, pero ahora los riesgos son tan altos que el diario abandonó su oficina de Moscú. En realidad, quedan pocos periodistas en Rusia. La mayoría huyen despavoridos luego de ver que su profesión pasó a ser un delito, se van de Moscú con lo que pueden juntar en unas bolsas, presas del pánico, y se suman a las comunidades de emigrados cada vez más grandes. El proceso es trágico y doloroso. Las familias se dividen, quedan atrás vidas enteras, con poca esperanza de regreso en el futuro cercano.
Meduza, donde trabajo, nació de la censura. En 2014, en las primeras etapas de la guerra de Rusia en Ucrania, el oligarca vinculado al Kremlin y propietario de Lenta.ru, uno de los sitios más populares de Rusia, expulsó a su editora en jefe, Galina Timchenko, por haber entrevistado a un comandante de extrema derecha ucraniano. Todo el equipo de Lenta. ru renunció en solidaridad, y unos meses más tarde, una decena de ellos iniciaron sus actividades en Letonia, fuera de la jurisdicción represiva de Rusia. Pero nunca nos hemos considerado un medio en el exilio o un panfleto partidario. Hemos logrado una fuerte audiencia en línea –cerca de 1 millón de visitantes en un día– y éramos tolerados, si no respetados, como un valioso adversario del Kremlin.
Eso cambió en abril de 2021, cuando el ministro de Justicia ruso declaró aMeduz aun“agente extranjero ”, una condición siniestra con consecuencias negativas. Nuestro exitoso modelo de negocios fue arrasado de un día para otro, ya que nuestros anunciantes no podían soportar el anuncio de deslinde de responsabilidades legales que aparecía en nuestro sitio. Nos adaptamos y sobrevivimos gracias a las donaciones, hasta que gran parte de esos ingresos también se pulverizaron con el colapso del rublo y la salida de Visa y Mastercard de Rusia. Ahora tenemos que adaptarnos de nuevo; no podemos tirar la toalla cuando millones de personas dependen de nuestra cobertura en vivo de esa guerra ilegal e inmoral que el Kremlin se niega incluso a reconocer.
Nuestro sitio web está bloqueado en Rusia, pero ya educamos a nuestros lectores para utilizar redes virtuales privadas y eludir las prohibiciones. En la semana posterior al inicio de la guerra, nuestro canal en Telegram pasó de medio millón de suscriptores a mucho más de 1 millón. Tenemos que seguir adelante, aunque sea para documentar para los crímenes de guerra de nuestro país.
Otros también se están adaptando, con bajos recursos o de formas más innovadoras. Como los sitios de noticias están bloqueados, las radios de onda corta están de regreso. Pero el mayor problema que enfrentan los periodistas no es difundir las noticias: es convencer a los ciudadanos de que acepten la espantosa verdad de que Rusia está bombardeando localidades donde viven sus propios familiares. La tóxica propaganda del Kremlin les ofrece una salida que los absuelve de cualquier responsabilidad. El nivel de negación de millones de rusos es tal que un hombre en Kiev creó un sitio llamado “Papá, creeme”, porque no puede lograr que su padre, que vive en Rusia, se convenza de que bombardearon su casa.
Así que los hechos en sí mismos no alcanzan para detener la guerra de Putin, pero son un comienzo necesario. No solo Rusia, sino también el resto del mundo necesitan ahora un periodismo ruso independiente que les muestre la verdad.•
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