lunes, 21 de marzo de 2022

PLACERES Y PECADOS


Una historia desaforada, con placeres y vicios
José María Brindisi
No hay duda de que las mayores virtudes de un escritor son las que lo arrastran, con insistencia, a tropezar. Y habría que considerar hasta qué punto, en esta contemporaneidad en la que el feedback que los escritores reciben por distintos medios es instantáneo y abrumador, el contacto estrecho y constante con los lectores no contribuye decididamente a alimentar sus traspiés (y también, claro está, de algún modo sus virtudes).


El caso de Pablo Ramos (Avellaneda, 1966) es bastante particular e incluso extremo porque la relación que construye con parte de su obra se basa de manera notable en lo extratextual, en el rigor confesional con el que parece desnudarse a través de sus ficciones. Gabriel Reyes, protagonista de la última entrega de un ciclo que incluye las novelas El origen de la tristeza, La ley de la ferocidad y En cinco minutos levántate María, es en palabras del propio autor, no ya su álter ego, sino directamente su “yo literario”. Esa proximidad o asimilación total, que Ramos alimenta a conciencia y que hace de la primera persona casi una cuestión ética –en más de una ocasión ha señalado que a la tercera persona “le falta responsabilidad”–, es el instrumento y la coartada, la liberación de una prosa desbordante y desbordada. Esa incontinencia no se relaciona de manera directa con la extensión relativa de la novela, que potenciaría en todo caso la empatía a partir de una suerte de mímesis del lector con el protagonista, sino con una intensidad que a la fuerza termina por amesetarse y resulta tan agotadora como inverosímil.
El origen de la alegría narra el periplo casi religioso que emprende Reyes, en compañía de un amigo/lacayo incondicional y un chofer de limusina todoterreno, en busca de tres mujeres que, acaso, le ofrezcan una especie de salvación. El disparador es la reciente muerte de su hermana menor, y Reyes se sumerge en esta road fiction con el cuerpo y la sangre, sin guardarse nada. El zigzagueante viaje a Rosario –regado de todos los placeres y pecados que puedan imaginarse, y también los que no– que el protagonista inicia la noche previa al comienzo de la primera cuarentena dictada en los albores de la pandemia, es en principio una versión del Vía Crucis, pero transmuta luego en una singular –y por momentos absurda– cadena de hallazgos.
La prosa de Ramos, aunque víctima algunos facilismos (acerca del virus: “Ni siquiera se sabía si era chino de China o de supermercado chino”), resulta poderosa, lacerante, provocadora, de vez en cuando brillante. Contra todo, es ese mismo carácter, manifestación de un personaje-narrador que aparenta tener siempre todas las respuestas, el efecto más concreto de El origen de la alegría, pero también su vicio, su frecuente perdición.

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