viernes, 29 de julio de 2022

RAÍCES DE LA CRISIS



La pobreza que supimos conseguir
Comedor social en el barrio Puerta de Hierro, en el distrito de La Matanza, en la provincia de Buenos Aires
Se trata de un problema estructural en la Argentina, que lleva casi medio siglo, un período en el que las políticas económicas de los sucesivos gobiernos han fracasado; el principal caldo de cultivo es el flagelo de la inflación
Jorge Ossona
La pobreza endémica perturba nuestro imaginario nacional. Cuenta con casi medio siglo, en cuyo transcurso no ha hecho más que expandirse. Resulta fácil dilucidarla analizando la evolución de nuestro producto per cápita. Según Juan Carlos Sánchez Arnau, entre fines del siglo XIX y los 70 del XX creció alrededor de 2% anual. Desde entonces promedió el 0,6 %; un guarismo diferencial elocuente por sí mismo.
Se inscribe en un proceso civilizatorio más vasto en el que la revolución tecnológica acelerada desde el fin de la Guerra Fría transfiere empleo desde las industrias hacia los servicios y desde el Atlántico hacia el Asia-Pacifico. En la Argentina, se insinuó hacia los 60 cuando el sesgo capital intensivo de la industria protegida se conjugó con la crisis de varias economías regionales arrojando un torrente inmigratorio hacia las grandes ciudades litoraleñas. Los recién llegados se emplearon en la construcción y los servicios domésticos informales compensados por el pleno empleo.
Pero desde el colapso fiscal del decenio siguiente, las políticas económicas de los sucesivos gobiernos fracasaron en impulsar un desarrollo estable e inclusivo. Ocurrió todo lo contrario: el crecimiento fue más espasmódico que durante el periodo anterior. La mega inflación comenzada por el “rodrigazo” simuló el empobrecimiento mediante el empleo público; aunque ya hacia comienzos de los 80 la pobreza había ascendido del 4% al 20% de la población.
La hiperinflación de 1989-90 la subió a un 25%. Durante los primeros cuatro años de la Convertibilidad remitió al 17%, para volver a dispararse al nivel anterior durante el “efecto tequila” de 1995-96. El desempleo generado por la reforma del Estado, que saltó de 12 al 18% durante esa crisis intermedia, impidió perforar ese piso. El estancamiento y la ulterior depresión de fines de 2001 la extendieron al 50%; remitiéndola nuevamente al 25% durante la reactivación entre 2002 y 2011 a raíz del alza de nuestras commodities exportables. Fue su piso estructural. Hoy abarca a más del 40%; en línea con un estancamiento que lleva más de una década.
Se trata de un fenómeno transversal que comprende a las clases trabajadoras desalarizadas por la reestructuración industrial y a importantes segmentos de las clases medias que constituyeron nuestra excepcionalidad respecto del resto de América Latina. Volátil, pues cada etapa de nuestro crecimiento, sobre todo durante los 90, supuso su extensión; aunque también la reformalización de minorías revertida durante los últimos años. Y candente, como lo expresaron las ocupaciones ilegales de tierras desde mediados de los 80 y los saqueos a comercios minoristas suburbanos en 1989 y 2001.
La crisis política , social y económica de diciembre de 2001 se tradujo en saqueos a supermercados, como ocurrió en comercios de Moreno, en el Gran Buenos Aires
Se trasladó geográficamente desde de las provincias interiores del NOA y del NEA hacia los grandes conurbanos. El del Gran Buenos Aires concentra a más de su tercera parte. El otrora símbolo de la prosperidad para los inmigrantes europeos y del interior se ha convertido en un callejón sin salida que no deja de ampliarse por la saturación poblacional de sus cinco cordones periféricos.
Supuso la transmutación organizacional del corporativismo sindical hacia una trama compleja de instituciones barriales que negocian con municipios de facultades ampliadas la garantía de su subsistencia. Durante la segunda mitad de los 90, surgieron intentos de sindicalización a través de las organizaciones piqueteras diseminadas desde las cuencas petroleras hasta el GBA. De ahí, el protagonismo de las pioneras durante el estallido social de 2001; luego eclipsadas por portentosos aparatos prohijados desde 2003 por el kirchnerismo. Aun así, la representan minoritariamente.
Su administración política registra cuatro momentos cruciales: el Programa Alimentario Nacional del gobierno de Raúl Alfonsín; el Plan Jefas y Jefes de Hogar Desocupados durante el provisional de Eduardo Duhalde; las cooperativas de Argentina Trabaja –hoy Potenciar Trabajo- promediado el primer gobierno de Cristina Kirchner, y el intento actual de transferir su gestión tercerizada de los movimientos piqueteros a los municipios. La iniciativa de instaurar un salario básico universal podría ser un quinto movimiento en ciernes. Por ahora, solo ensayos que confirman su estructuración gestionada por paliativos fallidos en lograr una genuina reintegración social.
Su expresión política predominante es el peronismo, que logró soldarla trabajosamente a la minoría de trabajadores sindicalizados. El redistribucionismo inflacionario inaugurado entre 2009 y 2011 bajo la forma de asignaciones universales por hijo, jubilaciones y pensiones sin aportes previos y la promesa de promoción por la vía cooperativa la afianzo como la principal base de sustento electoral del “cristinismo”. Sobre todo, en la tercera sección de la Provincia de Buenos Aires situada en los partidos del sur del Conurbano.
Organizaciones sociales de izquierda expresan sus reclamos en las inmediaciones del Obelisco
Ideólogos de la nueva izquierda latinoamericanista y el catolicismo populista la elevaron como un modelo de valores ciudadanos colectivos dignos de ser imitados. Una interpretación paradojal, dado que conciben sus raíces en la última dictadura militar y su densificación, ya instaurada la democracia, por políticas económicas excluyentes a las que denominan “neoliberales”. De ahí, su fácil vertebración con la causa de los derechos humanos. Solo queda a salvo de ese etiquetaje el kirchnerismo inventado como una continuación de las políticas proteccionistas del peronismo histórico.
Esta mirada romántica y distante poco tiene que ver con su cotidianeidad y su cultura conservadora aun apegada a la esperanza del ascenso por vía laboral postergada, una y otra vez, durante los últimos cuarenta años. En el plano real, se trata de un mundo heteróclito de changarines, recicladores urbanos, pequeños comerciantes, vendedores ambulantes y agentes de seguridad ordenados en clanes extensos diseminados en núcleos familiares de localización próxima, clubes vecinales y congregaciones religiosas.
Otros indicadores de su morfología son la irregularidad dominial, la precariedad y hacinamiento habitacional, las conexiones ilegales a la red electrica y de agua potable, la falta de desagües cloacales, las calles de tierra, y los basurales a cielo abierto por la insuficiencia de la recolección de residuos. También un estado de inseguridad permanente que amenaza la propiedad de bienes, viviendas y la propia vida; y una educación escolar reducida a la satisfacción parcial de las necesidades básicas de niños y jóvenes: desde el alimento hasta la contención afectiva y la higiene básica. Por último, servicios de salud pública detonados que contribuyen a una actitud fatalista de la corporalidad y las enfermedades.
Estas condiciones motivan relaciones sociales muy primarias y encapsuladas, generadoras de una emotividad intensa alrededor de estéticas musicales –cumbia, rock y rap- o deportivas -principalmente del fútbol- que encarnan la ilusión de un ascenso excepcional denegado por el trabajo y el estudio. En el otro extremo, la marginalidad y su explotación por organizaciones delictivas, casi siempre al amparo de funcionarios corruptos, constituyen un riesgo inminente cuyos vecinos son sus víctimas propiciatorias.
Las perspectivas de su remisión lucen remotas pero posibles con solo recortar la venalidad de su administración y conjugarla con una política de obras públicas que suturen la segregación espacial de sus “asentamientos” o “barrios populares” –metáfora biempensante del viejo concepto de villas miseria o “de emergencia”- re formalizando a millones de trabajadores. Nuestra débil densidad demográfica podría facilitar este nuevo momento conjugado con políticas educativas aplicadas a actividades que en el mediano plazo no requerirían de calificación compleja sino el desarrollo de destrezas en el uso de las nuevas tecnologías.
Pero nada de esto será posible sin acuerdos políticos de fuste y una macroeconomía que estimule el crecimiento y remita el flagelo inflacionario; su principal caldo de cultivo.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.