sábado, 25 de febrero de 2023

EDITORIAL


Un año después de la invasión a Ucrania
Putin ha ido muy lejos; debería haberse anoticiado ya de que buena parte del mundo ansía la paz y que no está dispuesta a dejar solo al pueblo ucraniano
Los 3000 tanques rusos que penetraron el 24 de febrero de 2022 en Ucrania con la esperanza de que las tropas de ese país desfilaran en Kiev en pocos días más han sido una de las mayores vergüenzas militares en la historia imperial rusa.
Hoy, cuando se cumple un año de esa invasión, el presidente Putin debe tantas explicaciones a la comunidad internacional como a los propios connacionales. Ha violentado derechos humanitarios en una escala que compite con los más sangrientas e inmorales precedentes desde que se constituyó un tribunal en La Haya para juzgar esos delitos por fuera de las jurisdicciones nacionales. La vicepresidenta norteamericana, Kamala Harris, que encabezó la delegación norteamericana a la 59ª Conferencia de la Seguridad, realizada el fin de semana, en Múnich, denunció, entre las atrocidades cometidas por los rusos, ejecuciones sumarias, torturas y violaciones.
La historia responsabilizará a Putin por la muerte de miles y miles de ucranianos y el éxodo de otros tantos, por la devastación de innumerables ciudades y la destrucción de la infraestructura del país vecino. Tarde o temprano deberá pagar por ello.
Y ahí está, de pie a pesar de todo, el enemigo imaginado por Putin debatiéndose con la entereza que admira el mundo. Los compatriotas de Putin tienen poca cosa para enorgullecerse, sin siquiera poder expresar en libertad la disidencia con una guerra que muchos han condenado o quisieran descalificar abiertamente. Los que lo han hecho han sido detenidos o amenazados con acusarlos de delitos como el que pena con 15 años de cárcel las críticas al comportamiento de las Fuerzas Armadas rusas en los teatros de operaciones militares.
Ha sido hasta ahora una guerra mucho más larga de lo esperado por las fantasías del Kremlin y por cierta lógica fundada en la enorme disparidad de fuerzas entre invasor e invadido. Nada indica por ahora que la paz se acuerde a breve plazo.
Debemos estar preparados para un largo conflicto bélico que ha dañado considerablemente la economía y la credibilidad rusas y causado pérdidas inconcebibles un año atrás a su poderío militar, pero no al punto con el que se especulaba en Occidente. Ya se sabe que en las guerras siempre la primera víctima es la verdad, afectada por las inevitables apelaciones a la acción psicológica de las partes enfrentadas, ya sea en el terreno militar o en el terreno político involucrado de un modo u otro en el desarrollo de los acontecimientos.
Tan distinta ha sido esta invasión del paseo ruso de 2014, cuando Rusia se apoderó de Crimea, que las cifras más bajas de sus pérdidas consignan bastante más de 100.000 soldados muertos o heridos, 4500 vehículos blindados, 12 buques de guerra, no menos de 600 sistemas de artillería y la reducción de la mayor parte de su stock de misiles con más de 300 kilómetros de alcance. Así y todo, es Rusia. Aun habiendo perdido a esta altura el 46 por ciento de sus ingresos por exportación de energía –la gran fuente de ingresos externos–, el Fondo Monetario Internacional calcula que su economía podría crecer el 0,3 por ciento en 2023.
En su discurso a la nación, del martes último, Putin anunció la suspensión del acuerdo New Start, que lo comprometía con los Estados Unidos desde mediados de la década anterior a no desplegar en condiciones operativas más de 1550 misiles balísticos intercontinentales.
Por si alguien no lo hubiera comprendido, Macron, presidente de Francia, dijo el fin de semana que “esta no es la hora del diálogo que se producirá cuando y en las condiciones en que Ucrania lo decida”. Al menos en los ocho años previos a la invasión, o sea, desde la experiencia de Crimea, Estados Unidos había contribuido al rearme y preparación militar del Ejército ucraniano, pero desde el 24 de febrero de 2022 transcurrió un tiempo interminable hasta que Washington y la mayoría de los países de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) empezaron a suministrar en cantidad y calidad el armamento por el que Ucrania clamaba.
Lo confesó el presidente Volodimir Zelenski en Múnich. Aun con las reticencias que subsisten a proveer a su país el material estratégico de última tecnología, Ucrania escuchó bastante después de la invasión la seguridad de las potencias occidentales de “estamos con ustedes”.
Rusia ocupa partes sustanciales de cuatro provincias ucranianas, y si bien el gobierno de Kiev ha recuperado zonas del territorio nacional nadie puede asegurar con certeza cuál será la evolución inmediata de la guerra. Para Putin, se trata de “una guerra local que se ha convertido en global”, y es cierto, pero debió haber imaginado que Occidente no podía mantenerse de brazos cruzados frente a un país con siglos de nacionalismo expansionista, y nada menos que en Europa. Putin ha puesto a prueba la paciencia de un mundo que aspira a reglas estables de comportamiento y convertido a Rusia, como acaba de decir Macron, “en una potencia de desorden mundial”, a la que no se le puede permitir que gane esta guerra.
A veces resulta difícil predecir qué significa ganar o perder en las guerras, pero lo natural sería que cualquier arreglo de paz retrotraiga la situación al estatus anterior a febrero de 2022. Putin debe tener la seguridad de que el mundo ansía la paz. Debe saber también que la resistencia en África y en un número relativamente alto de países latinoamericanos a plegarse a las sanciones que se han impuesto a su país constituye en general la expresión de una política pendular de sus gobiernos en la arena internacional.
Si hace un año el fin de Ucrania parecía resolverse en cuestión de horas, el viaje de Biden a Kiev y su encuentro con Zelenski conciernen, en términos históricos, a algo más que a la primera visita de un presidente norteamericano a un país en guerra sin participación efectiva de soldados de los Estados Unidos. Se trata de la manifestación diplomática más relevante de que Ucrania no puede quedar librada a su propia suerte.

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