La responsabilidad de la oposición
Resulta imperativo que la dirigencia política madure y tenga la sensatez suficiente para abandonar los personalismos, presentando propuestas concretas y realizables
Con las elecciones internas entre el radicalismo y Pro pampeanos, realizadas el domingo último, comenzó de hecho el año electoral. Pocos, poquísimos, entre los 35 millones de argentinos empadronados o entre los cerca de 28 millones que se calcula que irán definitivamente a votar en los comicios nacionales del último trimestre de 2023, parecieron haberse interesado por ese fenómeno.
Apenas sacudió el interés local de los afiliados a un partido centenario y el de votantes de Pro.
Puede aducirse que ese domingo hubo excesivo calor, gente de vacaciones o lo que fuere, pero la abstención mayúscula constituyó la primera manifestación del año de la indiferencia ciudadana por la política, por discusiones que le resultan inhumanamente aburridas y distantes. Tal vez cuando el proceso electoral entre en la faz crucial de decidir por el nuevo binomio gobernante se vuelva a la participación cercana al 80% de los empadronados en contiendas excepcionales. Por ahora, el interés popular se centra en cuestiones más apremiantes que afectan lo cotidiano. Ahí están la inflación próxima al 100% anual; la inseguridad física; los cortes de energía; la imposibilidad de transitar libremente, trabajar o comerciar por culpa de piquetes promovidos por pedigüeños profesionales, o las bombas virtuales desactivadas a último momento, pero sin saberse hasta cuándo, con las cuales se quiso hacer volar siglos de educación pública en la provincia gobernada por Axel Kicillof.
La iniciativa por la que cualquier alumno, por perezoso o vago que fuere, podría pasar de grado como los chicos que se ajustan al largo aprendizaje de que no hay solo derechos en la vida, sino también deberes, ha vuelto a desnudar al kirchnerismo en lo que ha sido desde sus comienzos: no más que una fuerza empeñada en hacer estragos en todos los órdenes de la República.
Ha hecho inconmensurables daños en la educación; en la salud, como se verificó al imponer intereses ideológicos y materiales en la compra de vacunas contra el Covid; en la economía, que ha elevado la tasa de pobreza e indigencia a más del 40% de la población y dejado al país sin crédito ni inversiones; en la Justicia, con la pertinacia de obtener impunidad para quienes esquilmaron los recursos públicos aun a costa de que se descabece la Corte Suprema, garantía última del Estado de Derecho. Y así, sin dejar nada a salvo.
No fue necesario esperar a que se informara que la reciente reunión cumbre del peronismo trataría los procedimientos partidarios para encarar las PASO. Ya no había tiempo en ese punto para cometer nuevos desaguisados, según el interés de turno del kirchnerismo, y desarticular así la etapa legal previa a la elección de autoridades nacionales que esta facción había establecido por considerarla necesaria para sí hace bastantes años.
El camino hacia las PASO estaba siendo recorrido a esas alturas por la Justicia Electoral y funcionarios de la Secretaría de Asuntos Políticos y la Dirección Nacional Electoral. No cabían desde comienzos de febrero dilaciones respecto de la adopción de medidas presupuestarias para afrontar los comicios, pensar en la impresión de padrones o determinar los lugares de votación, que serán más numerosos en 2023 que los que fueron condicionados por las derivaciones del Covid.
Sin agotar la pormenorización de un calendario electoral que, si hubiera ballottage en la elección presidencial, se prolongará hasta el domingo 19 de noviembre, habrá una idea de lo que hay por delante con decir que en marzo se realizarán elecciones municipales en Río Negro y Córdoba. En abril, elecciones de gobernador en Neuquén y Río Negro; en mayo, también para gobernador en Jujuy, La Rioja y Misiones y, una semana después, otro tanto en La Pampa, Salta, San Juan, Tucumán y Tierra del Fuego. San Luis elegirá gobernador en junio, y en septiembre, lo harán Chaco, Mendoza y Entre Ríos.
Tal dispersión comicial es obra de gobiernos provinciales y refleja, en general, la preocupación por evitar que los arrastren los resultados de las elecciones nacionales, cuyas fechas están regidas por un calendario común para todo el país. El 14 de junio, por ejemplo, vencerá el plazo para la presentación de alianzas transitorias y, diez días después, el de listas para las PASO, que se realizarán el 13 de agosto.
Con tantas fechas prácticamente encima, no hay aún un solo liderazgo consumado para el desempeño en las urnas, a pesar de que la política atraviesa un momento de notable personalización. Tanto en la Argentina como en el resto del mundo se percibe una merma importante en la influencia orgánica de los partidos. Solo sobresale en las encuestas, aunque ceñida a votantes del oficialismo, la figura de la vicepresidenta Cristina Kirchner, con olvido deliberado del anuncio de que renunciaba a ser candidata. No pesa sobre ella ninguna proscripción o impedimento legal. Lo que se nota –y lo habrá notado ella– es la negativa generalizada a votarla, en un rechazo tan abrumador como el que impelió en 2003 a Carlos Menem a desistir, con buen criterio, del ballottage con Néstor Kirchner.
La amarga sensación ciudadana por el actual estado de cosas se explica también por una multiplicidad de causas a la que no es ajena la primera línea de Juntos por el Cambio. Fue incapaz de lanzar una sola fórmula presidencial en medio de reyertas sin fin y una proliferación de candidaturas que crece, en lugar de disminuir, con el correr de los días.
Es atendible que el expresidente Mauricio Macri se haya reservado, por gravitación de su experiencia, el papel de consejero sobre las ideas y el perfil programático con el cual Pro se someterá a la consideración ciudadana. Pero Macri no puede prolongar la incertidumbre de lo que hará por más que algunos viejos seguidoreserróneamentelotientenaquevuelva a presentarse. Ese juego carece de prestancia cuando la ciudadanía se halla absorbida por motivaciones ajenas a las de la política. Además, si alguna preferencia manifiesta es la de que caras más novedosas y frescas, y menos ajadas por los trajines inevitables de la ardua travesíapública,contribuyanagestarunanueva e indispensable ilusión para la República.
Hacer todo al revés de lo que ha hecho la surrealista fórmula Alberto Fernández-cristina Kirchner puede competir en eficacia, y no en seriedad, con uno de esos spots en los que Sergio Massa emerge, con la soltura de quien anunció para abril una inflación inferior al 3% mensual, denunciando por corrupción a la actual vicepresidenta. Nadie debería extrañarse si Massa, fiel a su estilo, contestara a esas imágenes de hace años con el clásico ardid de que, al fin y al cabo, el mismísimo Abraham Lincoln se oponía al sufragio de los negros y a los matrimonios mixtos.
Urge a los potenciales candidatos explicitar al país para qué y cómo quieren gobernarlo. Urge sacar a la opinión pública de su letargo y concentración por fuera de la política en temas por cierto graves y de interés inmediato, y distanciarla de un peligroso desdén por el establishment o casta política, aclarando lo suficiente, con equidad e inteligencia, a quiénes poner a salvo de la vindicta pública.
No parece que la solución para la Argentina pase por figuras en exceso mimetizadas con Donald Trump o Jair Bolsonaro, a mefundado que sirvan a fin de precipitar el corrimiento de los límites del discurso público hacia la defensa desinhibida del liberalismo económico. Hay que hacer a la ciudadanía partícipe activa del proceso electoral y no que espere a este con la alegría de quien aguarda horas para ser atendido por el odontólogo.
Solo la magnitud de la desorientación política puede explicar que Facundo Manes aún persevere desde el radicalismo bonaerense –el de Hipólito Yrigoyen, Crisólogo Larralde, Ricardo Balbín, Raúl Alfonsín– en encarnar una candidatura presidencial que, según encuestas, solo cosecha apoyos en menos del inolvidable 2% obtenido por Leopoldo Moreau en 2003. Otras curiosidades revelan que una buena administración local, como la de Rodríguez Larreta en su continuación del legado de Macri en la ciudad, no alcanza aún para definir debidamente una candidatura presidencial, en particular si el candidato mantuvo en el pasado relaciones ambiguas con el alicaído oficialismo de hoy.
Seguramente Rodríguez Larreta ha advertido la falta de encanto político natural que lo afecta si ha pensado, como acompañante de fórmula, en figuras con peso específico dentro de la UCR como Gustavo Valdés o Gerardo Morales, gobernadores de Corrientes y de Jujuy, respectivamente, o en alguna otra, acaso femenina, que por fuera de Pro fortalezca más que en el pasado la idea de que Juntos por el Cambio opera como coalición.
Aquí y allá, ha habido en todo tiempo candidaturas presidenciales que prosperaron por una sólida y oportuna idea fuerza. La presidenta de Pro, Patricia Bullrich, ha tratado de redondear en tal sentido en los meses de precampaña una personalidad fundada en su acción como ministra de Seguridad, que fue controvertida en el oficialismo e incluso en ámbitos de Cambiemos. Su campaña se vale de una memoria colectiva activada por los hechos de violencia callejera que acrecientan a diario el padecimiento social y potencian el narcotráfico y su maridaje localizado con los submundos de la política y la policía.
Que el Presidente insista en soñar su reelección a la luz de lo demostrado desde el 10 de diciembre de 2019 aventaja en creatividad fantasiosa a cualquier escritor consagrado a textos de ciencia ficción. No es un caso aislado en el oficialismo el de este hombre que siempre se las arregla para empeorar su situación.
El 5% de intención de voto que a duras penas juntan aunados en las encuestas entre seguidores del Frente de Todos tres de sus más mentados candidatos denota el desconcierto con el oficialismo. Ese 5% compartido por el lánguido ministro del Interior, Eduardo de Pedro; por el gobernador chaqueño, Jorge Capitanich, que como jefe de Gabinete no dejó dudas sobre el grado de su madurez emocional cuando destrozó el ejemplar de un diario frente a las cámaras de televisión, y por Daniel Scioli, tan voluble y tan virtuoso en el arte de hablar sin decir nada, completa un cuadro en principio inmejorable para provecho de la principal fuerza de oposición.
Se trata, con todo, de una encrucijada histórica para Juntos por el Cambio. Si pierde las elecciones nacionales en medio de un cuadro de tanta gravedad para el país, y en competencia con un gobierno y candidatos de aquella categoría, habrá llegado la hora de que sus dirigentes afinquen más bien espíritu y cuerpo en otra clase de actividades.
Es imperativo que, superando divisiones y personalismos, la oposición asuma perentoriamente la responsabilidad que le cabe en estos tiempos electorales. Debe adoptar un papel claro, con propuestas concretas y realizables que interpreten por dónde pasan las verdaderas urgencias del país y de sus ciudadanos, sin caer en lo mismo que critica.
La oposición debe evitar caer en los errores que critica
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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