Un sistema bicoalicional que entró en crisis
Esta semana JXC y el FDT exhibieron la extrema tensión interna que sufren; el jefe porteño apuesta a un cambio de ritmo con su lanzamiento; el kirchnerismo, desconcertado por los vaivenes de la vicepresidenta
Jorge LiottiHoracio Rodríguez Larreta, ayer en Jujuy
Martes a la tarde, reunión virtual por Zoom, muy moderno. “Estoy cansada de tu lógica de patear todo para adelante”, le enrostra furiosa Patricia Bullrich a Horacio Rodríguez Larreta. Él, desencajado como pocas veces, le responde: “Y yo estoy cansado de que te quieras llevar todo por delante”. Mauricio Macri juega de mediador prescindente y el encuentro de la mesa nacional del Pro estalla envuelto en una tensión incontrolable. Unos pocos quieren apaciguar y fracasan. Un grupo humano muy animado.
Jueves a la noche, reunión del Frente de Todos en la sede histórica de Matheu. Afuera, afiches de Cristina candidata; adentro, alguna foto de Perón para decorar el recuerdo y poca comida como metáfora del presente. “Creo que hay que definir las candidaturas en plazos prudenciales, no debería ir más allá de febrero o marzo”, lo intima con elegancia Jorge Capitanich a Alberto Fernández. No es el único que reclama definiciones. Los ministros que defienden al Presidente contraatacan con la mira en La Cámpora: “Ustedes critican al Gobierno, hacen planteos, pero no ofrecen alternativas. Piden definiciones, pero no tienen soluciones”. El clima se caldea y por casi seis horas marca el tono subido del intercambio. Salen todos con moretones, pero diciendo que ganaron. Pintoresco.
En 48 horas y con algunas frases sueltas quedó reflejada esta semana la profunda crisis que envuelve a las dos principales coaliciones, que han dominado la escena en los últimos ocho años. Probablemente el declive más importante que ha sufrido el sistema político en las últimas dos décadas. Porque de 2003 a 2015 rigió la hegemonía kirchnerista, y desde entonces, la polarización con Juntos por el Cambio. Ahora se evidencia una declinación de las dos principales coaliciones, sin más alternativas que las que ofrece el solitario cometa de Javier Milei, a la vez sometido a sus propios fantasmas (las denuncias de pedidos de dinero y abuso sexual que hizo una militante esta semana parecen ser solo la punta de un iceberg). Tanto la principal fuerza de oposición como el oficialismo se autosatisfacen al mantener la unidad. Y tienen razones para hacerlo. Pero los costos son cada vez más altos. Porque no se trata de una mera disputa entre candidaturas, que en todo caso se resolvería en las PASO. El problema principal es que las dos coaliciones no terminan de procesar el largo período de transición de liderazgos que se inició en 2019 y que aún no fragua.
El segundo inconveniente es que en ambas alianzas prima un desorden conceptual que confunde. El mito de la unidad en la diversidad es una coartada para no debatir el rumbo del proyecto que proponen. Larreta y Bullrich tienen algunos puntos en común y muchos de diferencia. Son dos proyectos cada vez más distantes. Un consultor cercano al espacio plantea que todavía el índice de retención de votos dentro del espacio es elevado. Pero al mismo tiempo se pregunta: “¿Cuánto tiempo aguanta esa contención de votos si se pelean una vez por semana?”.
En el otro equipo ocurre exactamente lo mismo. Mientras La Cámpora reclama revisar el rumbo económico y el acuerdo con el FMI, el Presidente asegura que el país está creciendo y Sergio Massa promete que la inflación del 3% llegará, pero solo se atrasó un poco el calendario. Es muy difícil imaginarse que una boleta electoral alcance para amalgamar tanta disparidad.
El gran problema de fondo en base a este escenario es que el futuro presidente obtenga en primera vuelta un apoyo más cercano al 30% que al 40% y que esa fragilidad se traslade después a la futura gestión, forzándolo a alianzas dificultosas y concesiones que condicionen su gobierno.
El momento crucial
Parte del nudo de Juntos por el Cambio empezará a desatarse este miércoles, cuando Horacio Rodríguez Larreta oficialice su postulación. El protocolo esconde una realidad: quien durante buena parte de 2020 y 2021 fue el candidato natural a tomar la posta presidencial enfrenta ahora un momento crucial. Luce insuficiente su discurso moderado, que apunta al gran caudal de votos que está en el medio del espectro ideológico pero que es muy esquivo y oscilante. Está peleado con las encuestas porque hoy marcan un estancamiento del que le está costando salir. Y por eso varios de sus interlocutores de las últimas semanas se sorprendieron al verlo lejos de su tono medio habitual. “Sí, estamos en un punto decisivo donde tenemos que acelerar. Llegó una instancia en la que Horacio tiene que dejar de hablar de la gestión y pararse en el lugar de candidato para hablar de lo que piensa hacer como presidente”, reconocen en su entorno íntimo.
El jefe de gobierno debe sortear dos obstáculos. El primero es el de la gestión en la ciudad, que siempre fue un símbolo de su fortaleza. Sondeos de opinión pública que llegaron a Uspallata muestran que hay un desgaste de la imagen de la administración porteña, con rechazos muy claros para obras como las de las reformas de las avenidas Libertador y Honorio Pueyrredón, o la polémica por las grúas de tránsito. A eso se suman las señales de alerta en materia de seguridad, área que está sin ministro designado por la licencia de Marcelo D’alessandro. La muerte de una oficial en el subte de Retiro y las imágenes de efectivos a sillazos contra un hombre que los agredió agitaron el sector.
El otro problema que enfrenta Larreta es la estrategia electoral en la ciudad. Aceleró la salida al ruedo de Fernán Quirós, como una manera de neutralizar a Jorge Macri, quien fue bendecido por su primo y por Patricia Bullrich, a pesar de que él lo albergó como ministro de su gabinete. Pero mantiene a Soledad Acuña y a Emmanuel Ferrario en competencia. En el equipo del jefe de gobierno le ven potencial a Quirós pero le reclaman más dinamismo de candidato para transformar en votos su imagen positiva. Si no, todos serán prendas de cambio. Larreta le prometió a Macri que, más allá de sus fotos con Martín Lousteau, apoyará a un candidato del Pro. Todavía no queda claro si todo es parte de una gran estrategia o de una gran confusión. Esta disyuntiva quedó flotando en la conversación que mantuvo con Facundo Manes la semana pasada. Fue a verlo, como hace cada tanto, para sondearlo. Le habló de que sus electorados se superponían, pero no llegó a pedirle que se baje. El radical le dejó en claro que su proyecto seguía adelante. Ahí no encontró el eco que percibe en Gerardo Morales, con quien cree sumar el aval de un sector mayoritario de la UCR.
Larreta es la única figura del Pro que puede capturar votos en la gran pecera del centro, y en consecuencia, sigue siendo el que más potencial ofrece una vez superada las PASO. A la vez, es el garante de que pueda haber competitividad electoral por fuera de los extremos. Por eso su equipo entiende que es clave recuperar protagonismo y ese halo de candidato inevitable que supo tener. Quiere recobrar fortaleza para cuando Macri vuelva de italia, ocasión en la que prometió definir si será candidato (sus más cercanos dicen que últimamente lo vieron menos convencido, en comparación con diciembre, cuando en los efluvios de Qatar se entusiasmó con el roce de la elite mundial, entre Emmanuel Macron y el emir Tamim bin Hamad Al Thani). Antes de partir, dejó armado su tridente de contención: puso a Fernando de Andreis con Jorge Macri, a Hernán Lombardi con Bullrich y a Darío Nieto con María Eugenia Vidal. “Horacio, estás rodeado”, parece el mensaje. Por eso Larreta necesita demostrar un gesto de liderazgo fuerte; exhibir rebeldía, pero sin romper con Macri.
Patricia Bullrich parece hoy con un discurso más consolidado, que la puso en paridad con él gracias a una mejor performance en el interior del país (Larreta la supera en el AMBA). Sin embargo, en su entorno le vienen advirtiendo que la pelea constante no la favorece porque si bien la sociedad demanda liderazgos fuertes, está cansada de las disputas. “A ella no le conviene confrontar todo el tiempo, pero no lo entiende”, afirma uno de sus operadores. Su equipo todavía es muy Macri-dependiente y ese es un flanco frágil.
No sos vos, soy yo
Curiosa es la conclusión a la que llegaron todos los actores de la cumbre del FDT del jueves: “Nos dijimos de todo, pero fue una muy buena reunión porque se reafirmó la unidad”. El intento de copamiento kirchnerista fue evidente: de los 33 presentes 25 reportan a la vicepresidenta. A eso se sumó la presencia imprevista de Máximo Kirchner, que nadie tuvo la deferencia de confirmarle a Alberto Fernández. Capitanich, Axel Kicillof y Andrés Larroque fueron los que elevaron el reclamo para que el Presidente defina rápido su futuro. Esa demanda se fusionó con el planteo de Máximo de que si el mandatario compite no puede haber otro candidato, lo que muchos entendieron como una amenaza de ruptura. Todos recurrieron a eufemismos; en realidad lo que buscaban es que Fernández se baje de su ilusión reeleccionista, y si era esa misma noche, mejor.
Cristina está incendiada con la resistencia albertista, no soporta más que no le despeje el camino para que ella vuelva a quedar como la única decisora. Alberto lo sabe, y por eso le aflora el costado perverso que se esconde detrás de su aparente irresolución. El jueves volvió a decir que si hay una alternativa mejor, él daría un paso al costado. Otro eufemismo: quiso decir que no se va a bajar ahora si la alternativa es otro postulante de baja intensidad como él. Logró su pequeña victoria al incluir el tema de las PASO en el documento final y según su entorno, “recuperó la centralidad como garante del FDT”.
De todos modos la gran protagonista fue la única ausente. Su legión pidió “romper la proscripción”, cuya traducción al español, según la propia Cámpora, sería “generar los consensos sociales y políticos para visibilizar una condena absolutamente arbitraria de parte de una Justicia que no obró ajustada a derecho”. O sea, salir a las calles, hacer actos, pegar afiches y juzgar a la Corte Suprema para lograr una “desproscripción” social. Cristina está convencida de que, como dijo Máximo, en los tribunales planean dejar firme entres meses la condena en su contra en la causa Vialidad, y así, si ella se postulara, la sacarían de la cancha cuando falten pocos meses para la elección. Fantasías que emanan del espejo de Lula da Silva, cuya condena quedó firme en abril, seis meses antes de las generales de 2018 en Brasil.
La pregunta de fondo que quedó flotando esta semana es: ¿Cristina mandó a montar el plan Normandía porque volvió a pensar en postularse o fue solo una táctica para correr a Alberto? No hay indicios claros de que haya cambiado de parecer sobre su candidatura. Uno de sus hombres más leales dice que el operativo clamor en realidad consiste en trasladarle la demanda que reciben de las bases militantes. “En la reunión lo dijeron (Abel) Furlán, Mariel (Fernández) y (Sergio) Palazzo: en la calle la gente nos pregunta por Cristina, no por Alberto, porque critican mucho la gestión. Entonces no podemos quedarnos sin hacer nada”, amplió. Sin embargo, Máximo transmitió su escepticismo de que su madre se conmueva ante el reclamo. La vicepresidenta viene dando señales contradictorias, que parecen más una táctica de la confusión que una estrategia planificada. Administrar la debilidad también acarrea esos sinsabores. Eso se refleja en el accionar de La Cámpora, que también ha perdido la consistencia del pasado y hoy quedó enredada entre la “desproscripción” y la comisión de la imploración a Cristina. Demasiada épica para tanto desconcierto.
A eso se sumó otro dato clave de la semana: en el kirchnerismo se leyó el índice de inflación del 6% como un retroceso para la alternativa de Massa candidato. Eso regeneró la sensación de vacancia que se había producido en diciembre y reavivó el clamor por la vicepresidenta. Pero el conjunto del peronismo sigue confundido. El sindicalismo está partido entre los devotos de Cristina (Pablo Moyano, Palazzo, Hugo Yasky) y los paganos de la CGT, que se juntaron en Mar del Plata a recalcular su entusiasmo por Massa. Los gobernadores también: Capitanich, Kicillof y Gerardo Zamora están entre los creyentes; el resto cultiva el agnosticismo.
El panorama general es de una confusión total, como no ocurría desde la elección de 2003. La política se degrada con las internas y las dos grandes coaliciones pierden competitividad. No es una disputa entre candidatos; es un sistema que cruje porque ya no responde a las demandas mayoritarias. Lo que está en crisis es el esquema de representación.
¿Cristina volvió a pensar en postularse o fue solo una táctica para correr a Alberto?
Martes a la tarde, reunión virtual por Zoom, muy moderno. “Estoy cansada de tu lógica de patear todo para adelante”, le enrostra furiosa Patricia Bullrich a Horacio Rodríguez Larreta. Él, desencajado como pocas veces, le responde: “Y yo estoy cansado de que te quieras llevar todo por delante”. Mauricio Macri juega de mediador prescindente y el encuentro de la mesa nacional del Pro estalla envuelto en una tensión incontrolable. Unos pocos quieren apaciguar y fracasan. Un grupo humano muy animado.
Jueves a la noche, reunión del Frente de Todos en la sede histórica de Matheu. Afuera, afiches de Cristina candidata; adentro, alguna foto de Perón para decorar el recuerdo y poca comida como metáfora del presente. “Creo que hay que definir las candidaturas en plazos prudenciales, no debería ir más allá de febrero o marzo”, lo intima con elegancia Jorge Capitanich a Alberto Fernández. No es el único que reclama definiciones. Los ministros que defienden al Presidente contraatacan con la mira en La Cámpora: “Ustedes critican al Gobierno, hacen planteos, pero no ofrecen alternativas. Piden definiciones, pero no tienen soluciones”. El clima se caldea y por casi seis horas marca el tono subido del intercambio. Salen todos con moretones, pero diciendo que ganaron. Pintoresco.
En 48 horas y con algunas frases sueltas quedó reflejada esta semana la profunda crisis que envuelve a las dos principales coaliciones, que han dominado la escena en los últimos ocho años. Probablemente el declive más importante que ha sufrido el sistema político en las últimas dos décadas. Porque de 2003 a 2015 rigió la hegemonía kirchnerista, y desde entonces, la polarización con Juntos por el Cambio. Ahora se evidencia una declinación de las dos principales coaliciones, sin más alternativas que las que ofrece el solitario cometa de Javier Milei, a la vez sometido a sus propios fantasmas (las denuncias de pedidos de dinero y abuso sexual que hizo una militante esta semana parecen ser solo la punta de un iceberg). Tanto la principal fuerza de oposición como el oficialismo se autosatisfacen al mantener la unidad. Y tienen razones para hacerlo. Pero los costos son cada vez más altos. Porque no se trata de una mera disputa entre candidaturas, que en todo caso se resolvería en las PASO. El problema principal es que las dos coaliciones no terminan de procesar el largo período de transición de liderazgos que se inició en 2019 y que aún no fragua.
El segundo inconveniente es que en ambas alianzas prima un desorden conceptual que confunde. El mito de la unidad en la diversidad es una coartada para no debatir el rumbo del proyecto que proponen. Larreta y Bullrich tienen algunos puntos en común y muchos de diferencia. Son dos proyectos cada vez más distantes. Un consultor cercano al espacio plantea que todavía el índice de retención de votos dentro del espacio es elevado. Pero al mismo tiempo se pregunta: “¿Cuánto tiempo aguanta esa contención de votos si se pelean una vez por semana?”.
En el otro equipo ocurre exactamente lo mismo. Mientras La Cámpora reclama revisar el rumbo económico y el acuerdo con el FMI, el Presidente asegura que el país está creciendo y Sergio Massa promete que la inflación del 3% llegará, pero solo se atrasó un poco el calendario. Es muy difícil imaginarse que una boleta electoral alcance para amalgamar tanta disparidad.
El gran problema de fondo en base a este escenario es que el futuro presidente obtenga en primera vuelta un apoyo más cercano al 30% que al 40% y que esa fragilidad se traslade después a la futura gestión, forzándolo a alianzas dificultosas y concesiones que condicionen su gobierno.
El momento crucial
Parte del nudo de Juntos por el Cambio empezará a desatarse este miércoles, cuando Horacio Rodríguez Larreta oficialice su postulación. El protocolo esconde una realidad: quien durante buena parte de 2020 y 2021 fue el candidato natural a tomar la posta presidencial enfrenta ahora un momento crucial. Luce insuficiente su discurso moderado, que apunta al gran caudal de votos que está en el medio del espectro ideológico pero que es muy esquivo y oscilante. Está peleado con las encuestas porque hoy marcan un estancamiento del que le está costando salir. Y por eso varios de sus interlocutores de las últimas semanas se sorprendieron al verlo lejos de su tono medio habitual. “Sí, estamos en un punto decisivo donde tenemos que acelerar. Llegó una instancia en la que Horacio tiene que dejar de hablar de la gestión y pararse en el lugar de candidato para hablar de lo que piensa hacer como presidente”, reconocen en su entorno íntimo.
El jefe de gobierno debe sortear dos obstáculos. El primero es el de la gestión en la ciudad, que siempre fue un símbolo de su fortaleza. Sondeos de opinión pública que llegaron a Uspallata muestran que hay un desgaste de la imagen de la administración porteña, con rechazos muy claros para obras como las de las reformas de las avenidas Libertador y Honorio Pueyrredón, o la polémica por las grúas de tránsito. A eso se suman las señales de alerta en materia de seguridad, área que está sin ministro designado por la licencia de Marcelo D’alessandro. La muerte de una oficial en el subte de Retiro y las imágenes de efectivos a sillazos contra un hombre que los agredió agitaron el sector.
El otro problema que enfrenta Larreta es la estrategia electoral en la ciudad. Aceleró la salida al ruedo de Fernán Quirós, como una manera de neutralizar a Jorge Macri, quien fue bendecido por su primo y por Patricia Bullrich, a pesar de que él lo albergó como ministro de su gabinete. Pero mantiene a Soledad Acuña y a Emmanuel Ferrario en competencia. En el equipo del jefe de gobierno le ven potencial a Quirós pero le reclaman más dinamismo de candidato para transformar en votos su imagen positiva. Si no, todos serán prendas de cambio. Larreta le prometió a Macri que, más allá de sus fotos con Martín Lousteau, apoyará a un candidato del Pro. Todavía no queda claro si todo es parte de una gran estrategia o de una gran confusión. Esta disyuntiva quedó flotando en la conversación que mantuvo con Facundo Manes la semana pasada. Fue a verlo, como hace cada tanto, para sondearlo. Le habló de que sus electorados se superponían, pero no llegó a pedirle que se baje. El radical le dejó en claro que su proyecto seguía adelante. Ahí no encontró el eco que percibe en Gerardo Morales, con quien cree sumar el aval de un sector mayoritario de la UCR.
Larreta es la única figura del Pro que puede capturar votos en la gran pecera del centro, y en consecuencia, sigue siendo el que más potencial ofrece una vez superada las PASO. A la vez, es el garante de que pueda haber competitividad electoral por fuera de los extremos. Por eso su equipo entiende que es clave recuperar protagonismo y ese halo de candidato inevitable que supo tener. Quiere recobrar fortaleza para cuando Macri vuelva de italia, ocasión en la que prometió definir si será candidato (sus más cercanos dicen que últimamente lo vieron menos convencido, en comparación con diciembre, cuando en los efluvios de Qatar se entusiasmó con el roce de la elite mundial, entre Emmanuel Macron y el emir Tamim bin Hamad Al Thani). Antes de partir, dejó armado su tridente de contención: puso a Fernando de Andreis con Jorge Macri, a Hernán Lombardi con Bullrich y a Darío Nieto con María Eugenia Vidal. “Horacio, estás rodeado”, parece el mensaje. Por eso Larreta necesita demostrar un gesto de liderazgo fuerte; exhibir rebeldía, pero sin romper con Macri.
Patricia Bullrich parece hoy con un discurso más consolidado, que la puso en paridad con él gracias a una mejor performance en el interior del país (Larreta la supera en el AMBA). Sin embargo, en su entorno le vienen advirtiendo que la pelea constante no la favorece porque si bien la sociedad demanda liderazgos fuertes, está cansada de las disputas. “A ella no le conviene confrontar todo el tiempo, pero no lo entiende”, afirma uno de sus operadores. Su equipo todavía es muy Macri-dependiente y ese es un flanco frágil.
No sos vos, soy yo
Curiosa es la conclusión a la que llegaron todos los actores de la cumbre del FDT del jueves: “Nos dijimos de todo, pero fue una muy buena reunión porque se reafirmó la unidad”. El intento de copamiento kirchnerista fue evidente: de los 33 presentes 25 reportan a la vicepresidenta. A eso se sumó la presencia imprevista de Máximo Kirchner, que nadie tuvo la deferencia de confirmarle a Alberto Fernández. Capitanich, Axel Kicillof y Andrés Larroque fueron los que elevaron el reclamo para que el Presidente defina rápido su futuro. Esa demanda se fusionó con el planteo de Máximo de que si el mandatario compite no puede haber otro candidato, lo que muchos entendieron como una amenaza de ruptura. Todos recurrieron a eufemismos; en realidad lo que buscaban es que Fernández se baje de su ilusión reeleccionista, y si era esa misma noche, mejor.
Cristina está incendiada con la resistencia albertista, no soporta más que no le despeje el camino para que ella vuelva a quedar como la única decisora. Alberto lo sabe, y por eso le aflora el costado perverso que se esconde detrás de su aparente irresolución. El jueves volvió a decir que si hay una alternativa mejor, él daría un paso al costado. Otro eufemismo: quiso decir que no se va a bajar ahora si la alternativa es otro postulante de baja intensidad como él. Logró su pequeña victoria al incluir el tema de las PASO en el documento final y según su entorno, “recuperó la centralidad como garante del FDT”.
De todos modos la gran protagonista fue la única ausente. Su legión pidió “romper la proscripción”, cuya traducción al español, según la propia Cámpora, sería “generar los consensos sociales y políticos para visibilizar una condena absolutamente arbitraria de parte de una Justicia que no obró ajustada a derecho”. O sea, salir a las calles, hacer actos, pegar afiches y juzgar a la Corte Suprema para lograr una “desproscripción” social. Cristina está convencida de que, como dijo Máximo, en los tribunales planean dejar firme entres meses la condena en su contra en la causa Vialidad, y así, si ella se postulara, la sacarían de la cancha cuando falten pocos meses para la elección. Fantasías que emanan del espejo de Lula da Silva, cuya condena quedó firme en abril, seis meses antes de las generales de 2018 en Brasil.
La pregunta de fondo que quedó flotando esta semana es: ¿Cristina mandó a montar el plan Normandía porque volvió a pensar en postularse o fue solo una táctica para correr a Alberto? No hay indicios claros de que haya cambiado de parecer sobre su candidatura. Uno de sus hombres más leales dice que el operativo clamor en realidad consiste en trasladarle la demanda que reciben de las bases militantes. “En la reunión lo dijeron (Abel) Furlán, Mariel (Fernández) y (Sergio) Palazzo: en la calle la gente nos pregunta por Cristina, no por Alberto, porque critican mucho la gestión. Entonces no podemos quedarnos sin hacer nada”, amplió. Sin embargo, Máximo transmitió su escepticismo de que su madre se conmueva ante el reclamo. La vicepresidenta viene dando señales contradictorias, que parecen más una táctica de la confusión que una estrategia planificada. Administrar la debilidad también acarrea esos sinsabores. Eso se refleja en el accionar de La Cámpora, que también ha perdido la consistencia del pasado y hoy quedó enredada entre la “desproscripción” y la comisión de la imploración a Cristina. Demasiada épica para tanto desconcierto.
A eso se sumó otro dato clave de la semana: en el kirchnerismo se leyó el índice de inflación del 6% como un retroceso para la alternativa de Massa candidato. Eso regeneró la sensación de vacancia que se había producido en diciembre y reavivó el clamor por la vicepresidenta. Pero el conjunto del peronismo sigue confundido. El sindicalismo está partido entre los devotos de Cristina (Pablo Moyano, Palazzo, Hugo Yasky) y los paganos de la CGT, que se juntaron en Mar del Plata a recalcular su entusiasmo por Massa. Los gobernadores también: Capitanich, Kicillof y Gerardo Zamora están entre los creyentes; el resto cultiva el agnosticismo.
El panorama general es de una confusión total, como no ocurría desde la elección de 2003. La política se degrada con las internas y las dos grandes coaliciones pierden competitividad. No es una disputa entre candidatos; es un sistema que cruje porque ya no responde a las demandas mayoritarias. Lo que está en crisis es el esquema de representación.
¿Cristina volvió a pensar en postularse o fue solo una táctica para correr a Alberto?
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