martes, 21 de febrero de 2023

EL MEDIO ES EL MENSAJE


Frente de Todos: revueltos, pero no juntos
— por Pablo Sirvén
Treinta y tres fueron los orientales que, en 1825, desembarcaron en las orillas de la Banda Oriental y dieron inicio así a la independencia de Uruguay, ya como nación soberana, de las Provincias Unidas del Río de la Plata, que unas cuantas décadas más tarde se convertirían en lo que hoy es la República Argentina, nuestro país.
Sin esa épica, y con final abierto, también fueron 33 los variopintos dirigentes oficialistas que el jueves a la noche, con sus barcas averiadas, desembarcaron en la sede del Partido Justicialista para intentar ordenar el frente interno con vistas a las elecciones presidenciales de este año.
Lejos de independizarse de algo, las distintas partes, que no hacen un todo –kirchneristas, albertistas y massistas–, quedaron nuevamente encadenadas unas con otras a una suerte de paridad de suma cero. Ni siquiera hubo foto, al final del encuentro, de la “familia unida”. Cada sector se retiró con gusto a poco y malos presagios.
El título del trabajoso documento que pudieron parir, después de innumerables enmiendas –“Democracia sin proscripciones. Unidad para transformar”–, explicita la dificultad para fijar un norte claro y solo refleja las tensiones en pugna.
La primera frase, impuesta por el ala kirchnerista, insiste en afirmar algo que no existe: la condena en primera instancia de Cristina Kirchner –la gran ausente de la noche, aunque estuvo su cumpleañero hijo Máximo como imprevisto bonus track del grupo más ultra– no le impone restricciones a su candidatura. La senadora cristinista Anabel Fernández Sagasti trató de argumentar, pero lo complicó más. “La proscripción, lo explico porque soy abogada, no es jurídica, es por lo político. Judicialmente puede presentarse”, dijo. No aclare que oscurece.
No hay ningún impedimento político para que la vice compita, aunque si lo hace se expone a una derrota que pondría punto final a su exitosa carrera política y en ese caso, sin fueros, quedaría a tiro de perder su libertad si el fallo que la condenó en la causa Vialidad quedara firme.
La segunda parte del título del documento partidario (“Unidad para transformar”) claramente fue un clamor albertista para que las voces disidentes internas se acallen y dejen de cuestionar tan abiertamente las acciones (y las inacciones) del titular del Poder Ejecutivo, que logró también colar un párrafo relevante sobre las PASO –que el kirchnerismo duro y algunos gobernadores preferían suprimir– como “herramienta institucional” para “sintetizar las diferentes visiones de un proyecto común”.
El Presidente, aun con su estilo de liderazgo solapado, contradictorio y de baja intensidad, más eficiente para neutralizar los avances de los otros accionistas del Frente de Todos que para imponer él un proyecto propio, sigue alentando su propia reelección.
Como Juan Perón, el fundador del PJ, que aplicando principios de su oficio castrense ejerció siempre la verticalidad más absoluta, los tres líderes fuertes que supo tener su organización tras su muerte (Carlos Menem, Néstor Kirchner y Cristina Fernández) así también, con pulso firme, ejercieron el poder. Cada uno, con su fuerza hegemónica e indiscutible, logró lo que quiso. Eso sí, con deterioros institucionales que perduran y se agravan.
Pero cuando ese tipo de liderazgo no se da, aparece más condicionado o sin tanta fuerza (como sucede ahora mismo con el de la propia Cristina), al justicialismo la horizontalidad en el mando no le sienta bien y le resulta más que engorroso resolver sus cruciales asuntos pendientes. Padeció esa situación con Héctor Cámpora, Isabel Perón, Eduardo Duhalde y, desde hace tres años, con Alberto Fernández.
Perón siempre prefirió hablar de “movimiento”, no de partido. Como lo indica su significado, esa palabra es lo contrario a algo fijo; supone, en cambio, que muta, que está en tránsito continuo, que puede transformarse en algo distinto, y hasta contrario, a lo que predica.
Se trata de una definición descarnada y sincera: lo único inmutable en el peronismo es su vocación de conquistar y permanecer en el poder a toda costa. Como cada época marca sus necesidades y limitaciones, no se ata a una ideología estable: puede ser hiperestatista (primer gobierno de Perón; segundo gobierno de Cristina Kirchner) como hiperprivatista (los dos gobiernos de Menem), con toda la gama de variados híbridos que se desprenden de ambos extremos, implementados por las demás administraciones justicialistas, incluso la actual, con los costos sociales y económicos sufrientes que están a la vista.
Es que el manejo de esas ambigüedades en la cumbre del poder no es para almas bellas y democráticas; ni siquiera para cínicos o amorales, pero trémulos a la hora de definir, o que quieren quedar bien con Dios y con el diablo (¿hace falta dar nombres?).
Sin avances, la cumbre partidaria solo sirvió para que se dijeran en la cara las disidencias archiconocidas

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