Colin Farrell. La virtuosa reinvención de una estrella que va por su primer Oscar
Con la nominación por su papel en Los espíritus de la isla, que se estrena pasado mañana, el irlandés confirma que el giro en su carrera de galán de Hollywood a actor de carácter dio sus frutos
Paula Vázquez PrietoEn Los espíritus de la isla, Farrell compone un personaje complejo y lleno de matices impensados en un actor estereotipado
Hace casi diez años, Colin Farrell puso en práctica la vieja fórmula del regreso a casa como una estrategia de sanación y reinvención de una carrera malherida. Una casa acogedora como es Irlanda, con sus paisajes agrestes y sus colores otoñales. El regreso se produjo en un momento álgido de su trayectoria, cuando los traspiés se acumulaban con las malas críticas, los fracasos en taquilla y los escándalos mediáticos por adicciones. La gota que colmó el vaso fue Alejandro Magno, aquella fallida epopeya de Oliver Stone sobre el rey de Macedonia convertido en un adonis cubierto de glitter que fundaba un imperio entre amantes y celebraciones orgiásticas. Era 2004, la crítica fue demoledora y los resultados económicos poco alentadores. Farrell pasaba de ser el galán de moda y el proyecto de héroe de acción a convertirse en el hazmerreír de Hollywood. Era tiempo de reinventarse.
“¿Dónde puedo ponerme un pasamontañas y no ser acorralado contra la pared por un grupo de policías S.W.A.T.?” se preguntaba con ironía en una entrevista con The New York Times trece años después de aquella vergonzante odisea. Su confesa soberbia lo llevó primero a esa caída estrepitosa y luego al refugio en su Irlanda natal intentando desde allí un posible renacimiento. Quien fue su inesperado salvador no fue otro que Martin McDonagh.
Él fue quien lo eligió para compartir cartel con Brendan Gleeson en Escondidos en Brujas (2008). Una fábula criminal con aires de sátira resultaba el vehículo perfecto para reacomodar las ideas y reconducir su carrera. En el medio había transitado un autoexilio en el lago Tahoe, una intempestiva entrada en rehabilitación en sintonía con el estreno de División Miami en 2006, y luego la evaluación de nuevos personajes que sacudieran los residuos de esos tiempos juveniles y caóticos.
“Era insoportable por aquel entonces, demasiado engreído”, confesaba al Times a propósito del estreno de El sacrificio del ciervo sagrado (2017), su segunda colaboración con el director griego Yorgos Lanthimos que completó el extraño camino de su metamorfosis. Desde el comienzo de su carrera había forjado un perfil algo desfachatado, cimentado en sus declaraciones a la revista Playboy sobre el sexo y las drogas, alimentando el aura de chico rebelde y algo pendenciero. Su acento irlandés le otorgaba un atractivo atípico, el pelo revuelto, las cejas pobladas, la mirada intensa. En sus primeros papeles aprovechó ese ascenso sobre los rieles del estereotipo: el irritante publicista de Enlace mortal (2002), encerrado en una cabina telefónica mientras negociaba con un francotirador, fue el salto a un inesperado protagonismo a partir de una película austera, concebida casi como el mismo experimento de su estrellato. De ahí en más el mundo parecía abrirse a sus pies.
Lo que siguió para Farrell en los 2000 fue una extraña combinación de papeles de creciente importancia y una progresiva atención de la prensa del corazón junto a un insistente menosprecio de cualquier asomo de talento actoral. Primero fue su condición de discípulo de Al Pacino en La prueba (2003) de Roger Donaldson; luego la entrada en el mundo Marvel en las vísperas del reinado de los superhéroes con Daredevil (2003); después el salto a la acción como un policía de elite en S.W.A.T. (2003). Una tras otra película intentaba probarse el traje de estrella en un tiempo de crisis para la industria, reajustando sus dimensiones ante la llegada del digital. Alejandro Magno fue el anticipo de la caída, una película heredera de las veleidades del Nuevo Hollywood en las manos de un alumno tardío como Oliver Stone, con las mismas ambiciones que lo habían conducido en el guion de Scarface pero ahora sumergido en el bacanal de una Antigüedad clásica modelada en el imaginario de un Hollywood decadente.
Farrell terminó siendo el chivo expiatorio del fracaso, el recipiente de las risas y los reclamos, y también el destinatario de una extraña evidencia: el alumbramiento de un nuevo tiempo sin estrellas. Lo que quedaba fue quizás la mayor paradoja, el estreno de División Miami de Michael Mann, una de sus mejores películas hasta entonces, como síntoma de su retiro autoimpuesto, la erosión de aquel personaje neurótico y provocador, y la gestación de un retorno subterráneo pero fructífero. Martin McDonagh lo elegiría como la clave de su ópera prima, Escondidos en Brujas, y luego revalidaría esa elección primero en Siete psicópatas (2012) y luego en la reciente Los espíritus de la isla, que le valió al actor el Globo de Oro y varias nominaciones a los principales premios de la temporada, coronadas con la que obtuvo para los Oscar, la primera en su carrera
El repaso de ese extraño renacimiento que vivió el actor irlandés permite recorrer las verdaderas dimensiones de su talento fuera de las presiones del mainstream, forjando un rostro atípico, a veces rasgado por el dolor y la tragedia, otras heredero de la comicidad del cine mudo y afirmado en la perplejidad de sus personajes ante un mundo que resulta incomprensible. Su trayectoria en los últimos años le permitió colaborar con directores como Peter Weir, Sofia Coppola, Woody Allen, Tim Burton, además de Lanthimos y McDonagh, que resultaron artífices de su regreso a las grandes ligas. Y además regresó al mundo de los superhéroes como el irreconocible Pingüino de The Batman (2021), ejemplar perfecto de la nueva era de DC. Farrell ha transitado un largo camino y ahora está de regreso.
DIVISIÓN MIAMI (2006), DE MICHAEL MANN
Luego del éxito de Colateral, Michael Mann incursionaba en una reversión del hit pop de los 80: la serie División Miami, protagonizada por Don Johnson y Philip Michael Thomas. El director cambiaba las reglas de aquel emblema del kitsch, embadurnado de colores pastel y música pegadiza, para situarlo en el corazón de la violencia propia de su obra. El Sonny Crockett de Colin Farrell, con bigote y pelo largo teñido de rubio, de movimientos tensos y agite permanente, sintetiza la estética eufórica de Mann, nacida en la promisoria Thief de 1981, y expandida en Manhunter (1986) y Fuego contra fuego (1995). Un mundo opaco y pegajoso, impregnado de una sensualidad larvada y decadentista, acaso inescrutable para los ávidos seguidores de la tropical versión televisiva. La crítica no fue benévola con Mann y menos con Farrell, blanco de las bromas más insidiosas (encima tiempo después, tras entrar en rehabilitación por sus adicciones, confesó que no recordaba casi nada del rodaje). Sin embargo, con el tiempo la película emergió como una fuerza inusual entre los cultores de Mann y la actuación de Farrell se consolidó como una de las primeras de esa inconsciente exploración de su personaje público y de su fallida condición de estrella.
Disponibleennetflix,apple tv y GooGle play.
EL SUEÑO DE CASSANDRA (2007), DE WOODY ALLEN.
El sueño de Cassandra padece el mismo olvido que el resto de la carrera del neoyorquino en los últimos tiempos, pero en el momento de su emergencia ya debió lidiar con el resplandor de la fama de Match Point, primera incursión de Allen en Inglaterra, y con el desdén que la seriedad de la película provocó en aquellos que esperaban la reconversión del humor del director en un simpático estilo inglés. Nada de eso. La historia de dos hermanos (Farrell y Ewan McGregor) y un barco, perseguidos por el pecado de la ambición y el temor al castigo divino, tiene claros ecos de la narrativa británica de posguerra, encendida por la generación de los jóvenes airados y popularizada por los directores nacidos del Free Cinema como Tony Richardson, Lindsay Anderson y Karel Reisz. Allen convierte a Farrell en un adicto al juego corroído por los fantasmas del éxito y la viscosa salvación que propone el tío Howard (Tom Wilkinson), epítome de la tentación en un mundo desacralizado. El director juega con la mitología griega, llevándola a su territorio con creciente pesimismo y nostalgia. Y Farrell evoca una máscara grotesca y dolorosa que será el punto de partida de muchos de sus personajes posteriores. Disponible en aMazon priMe viDeo y Movistar play.
EsconDiDos en brujas (2008), De Martin McDonaGh.
Dos sicarios de Dublín deben refugiarse en la ciudad belga de Brujas. Brendan Gleeson es veterano en su oficio y curioso en su mirada sobre la arquitectura medieval que define a su improvisado refugio. Colin Farrell es torpe y provinciano, decidido a regresar al único mundo que conoce, regado de cerveza y del verde oscuro de su Irlanda natal. Esa extraña pareja define el ánimo de la ópera prima de Martin McDonagh, entonces un ignoto dramaturgo y director teatral luego convertido en uno de los cineastas más interesantes del último tiempo. Su fama la cimentaron la premiada Tres anuncios para un crimen (2017) y la reciente Los espíritus de la isla, que llega este jueves 2 a las salas argentinas. La colaboración asidua con Farrell modeló un personaje emergente de esa farsa teñida de inevitable negrura de McDonagh, observador agudo y reflexivo de aquello invisible de la existencia, y despertó la potencia expresiva del actor. La película explora el absurdo sin perder nunca humanidad y ofrece un retrato único de la ciudad, revelada un personaje tan inquieto como sus tragicómicos pobladores. Disponible en hbo Max y Movistar play.
CAMINO A LA LIBERTAD (2010), DE PETER WEIR.
El australiano Peter Weir se suma a la nómina de directores que tomaron bajo su ala al nuevo Colin Farrell, ávido de sortear los malos tiempos y forjar un nuevo destino para su carrera. Luego de siete años fuera de los sets, Camino a la libertad es parte de la etapa crepuscular del director de Testigo en peligro, todavía interesado en las tensiones entre el hombre y la naturaleza, el mundo moderno y su pugna con lo ancestral. Inspirado en el mítico escape de un teniente del ejército polaco de un gulag siberiano en el que había sido encarcelado por espionaje, la película narra la odisea de un grupo de prisioneros que intenta sobrevivir, como el polaco Janucz (Jim Sturges), álter ego de Slavomir Rawicz, autor del relato (para muchos, con más partes de ficción que de realidad). Farrell interpreta a Varka, un gánster que se suma al escape para eludir a los mafiosos que quieren cobrarle deudas de juego, y escapa a la fácil redención con mayores aristas de las imaginadas. Los imponentes planos del desierto de Gobi o los páramos nevados de Siberia recuerdan el peso de esa naturaleza furiosa y hostil, mucho más que las viejas cárceles del estalinismo.
Disponible en aMazon priMe viDeo y Movistar play.
THE LOBSTER (2015), DE YORGOS LANTHIMOS.
Primera incursión de Colin Farrell en el extraño universo de Yorgos Lathimos, hito que se completa con El sacrificio del ciervo sagrado y que configura el mayor riesgo de su carrera. Las excelentes críticas a su actuación sorprendieron al propio actor más que a nadie, quien había confesado a Rachel Weisz durante el rodaje que no tenía demasiada idea de lo que estaba haciendo. Su personaje, un viudo condenado a pasar un tiempo en un extraño hotel hasta encontrar pareja o ser convertido en un animal, es el corazón de una distopía que observa con pesar e ironía el castigo moderno que significa la soledad. Construida en dos partes sobre la inexpugnable frontera que separa el adentro y el afuera de esa trágica pertenencia, The Lobster resulta una película impactante y demoledora. Ese estilo lacónico e inexpresivo que Lanthimos cultivó en sus películas griegas (Alps, Canino), heredero del absurdo de Eugène Ionesco y ajustado a la mirada sobre el mundo actual, se sirvió del actor para impulsar su carrera hacia un triunfo insospechado.
Disponible en claro viDeo y apple tv.
EL SEDUCTOR (2017), DE SOFIA COPPOLA.
El seductor supuso un nuevo desafío para Farrell: ponerse en los zapatos que había calzado Clint Eastwood cuando interpretó a un oficial del ejército de la Unión, prisionero en un colegio de señoritas de Virginia durante la Guerra de Secesión, en la primera versión de la novela de Thomas Cullinan, The Beguiled. Dirigida por Don Siegel en 1971, esa primera adaptación resultaba un exponente enloquecido del gótico sureño de los 70, hermano de Deliverance (1972) de John Boorman, y estructurado desde la perspectiva del soldado que resulta la marioneta del deseo de esas mujeres encerradas en una mansión sureña.
Disponible en claro viDeo, apple tv y GooGle play.
THE BATMAN (2021), DE MATT REEVES.
Su extraordinaria interpretación de El Pingüino en la nueva The Batman de Matt Reeves no solo desplaza del imaginario popular a la delirante versión de Danny De Vito en Batman vuelve (1992) de Tim Burton, sino que enlaza al temido villano con esa profunda oscuridad en la que deambula el Caballero de la Noche. Cubierto de un profuso maquillaje y envuelto en una prótesis de látex, Farrell modela a su personaje desde las raíces del film noir. Ya maduro y esquivo a la belleza primera de su juventud, Farrell afirma la potencia de su actuación en su fuerza corporal y el gemido latente en su voz. Disponible en hbo Max, apple tv y GooGle play.
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