sábado, 7 de mayo de 2016
ESCÉPTISISMO COMO DEFENSA; HAY MUCHO "GENIO" DANDO VUELTAS
No es necesario ser un tanguero irredento. En sus relatos de días pasados, cuando la feria itinerante que se instalaba sobre las calles adoquinadas del barrio nos deslumbraba con frutas y verduras de aroma silvestre que se nos fundían en la boca inundándonos de sabor, y cuando los chicos jugaban en la vereda bajo árboles de anchas copas, nuestros "viejos" transmiten la nostalgia de días embellecidos por la memoria y tiempos que no volverán.
Pero en materia de nostalgias a veces uno va más por esa idea de la vida en blanco y negro, como una antigua película de los años 40 y 50 en la que los buenos eran buenísimos y los malos, deleznables, en la que tomábamos lo que nos decían al pie de la letra y sin segundos pensamientos.
Era lindo (aunque lamentablemente errado) creer, así, sin más vueltas. Pero, para bien o para mal, esa edad de la inocencia quedó atrás casi sin que nos diéramos cuenta y fue reemplazada por la sospecha. Aprendimos que en el principio está la duda.
En esta era de la hiperinformación, la letra impresa o digital es siempre relativa, y ni maestros, ni jueces, ni políticos, ni periodistas, ni escritores, ni estrellas de la TV corren con ventaja a la hora de lanzar afirmaciones infundadas. El principio de autoridad es insostenible. Es más, ni siquiera la palabra del médico o la del científico están a salvo.
Hace algunos días, mientras hojeaba las novedades en una importante librería, me encontré con un volumen de un autor de amplio currículum internacional que "prometía". El libro tenía el aval de una editorial prestigiosa, pero bastó con que repasara las primeras páginas para que me encontrara con afirmaciones que, en aras de hacer atractiva la ciencia al gran público, eran, por decirlo de algún modo, francamente "audaces".
Según el divulgador, si hubiéramos hecho una excursión por África oriental hace dos millones de años, podríamos haber encontrado "madres ansiosas que acariciarían a sus bebes y grupos de niños despreocupados que jugarían en el fango; adolescentes temperamentales que se enfadarían ante los dictados de la sociedad y ancianos cansados que sólo querrían que se los dejara en paz; machos que se golpearían el pecho intentando impresionar a la belleza local y matriarcas sabias y viejas que ya lo habrían visto todo". ¿De dónde surgirá esta pintura fantasiosa de los grupos de homínidos que, entre otras cosas, por lo general no vivían mucho más de un par de décadas?
Más allá de las confusas cronologías, el autor prosigue con su "novela": "Hace exactamente seis millones de años, una única hembra de simio tuvo dos hijas. Una se convirtió en el ancestro de todos los chimpancés, la otra es nuestra propia abuela", escribe. ¡Qué precisión incomprobable!
Pero hay casos que desafían nuestra capacidad de asombro. No hace mucho, una sociedad científica de nuestro medio invitaba a un encuentro sobre temas tan rocambolescos como las "terapias de vidas pasadas". Otra perlita es la que detectó el colega Federico Kukso en un matutino chileno que publicó una carta de Gabriel León, director del Centro para la Comunicación de la Ciencia de la Universidad Andrés Bello, alertando sobre un curso de "ADN básico" en el que se ofrecía aprender a "activar los cromosomas de juventud y vitalidad", "hebras dormidas del ADN" o "el poder del pensamiento", entre otras descabelladas maravillas de la imposibilidad.
Son múltiples las iniciativas que dentro de la propia comunidad internacional de investigadores insisten en la importancia crucial de que seamos irreductibles defensores de la inteligencia y el pensamiento crítico. Ayer mismo, se presentaba en el auditorio de Intramed el notable libro del periodista español Gonzalo Casino, Escepticemia, que invita a ponerlos en práctica para valorar la información médica.
"Un escéptico es alguien que (...) analiza los datos evaluando el modo en que fueron obtenidos, busca contraejemplos, revisa su eficacia, examina su compatibilidad con otros principios generales establecidos y las consecuencias de su aplicación. No admite el principio de autoridad ni de la tradición, sino el de la prueba. Es lo contrario de un dogmático", escribe en su esclarecedor prólogo Daniel Flichtentrei.
Ya lo dijo el astrofísico canadiense Hubert Reeves: "Hacerse adulto es aprender a vivir con la duda y la incertidumbre".
N. B.
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