El mundo de misterio y estilo que se desvaneció
Trenes nocturnos y lujosos bares de hotel, puentes oscuros y parques desolados, autos deportivos y sombreros ladeados. Durante décadas, el espionaje del siglo XX fue narrado por la literatura con elegancia y romanticismo, y sus personajes, descriptos con precisas dosis de misterio, aventura y glamour por las más exquisitas plumas del género: Graham Green, John Le Carré, Ian Fleming...

Periodista devenido escritor y, cuando se le requirió, patriota colaborador de los servicios secretos de su Majestad, Frederick Forsyth ha sido otro de esos grandes novelistas que supieron describir, con atrapante prosa, el mundo siempre al borde del abismo de la Guerra Fría, al punto que en sus libros se confunden fácilmente la ficción y la investigación documental. Este mes, la editorial Random House acaba de publicar sus memorias, tituladas El intruso por quien siempre, según confiesa, se ha sentido un poco afuera de todos los círculos a los que perteneció. El autor de best-sellers como Chacal, El archivo de Odessa y El cuarto protocolo, llevados al cine con igual éxito, se entrega en el tramo final de su vida a recordar las aventuras reales de su carrera, que incluyen el escape de un traficante de armas en Hamburgo, haber sido ametrallado por un MiG en Nigeria y una detención en los calabozos de la Stasi, la policía secreta de la Alemania Oriental.
La publicación de sus recuerdos se suma a la aparición, meses atrás, de Volar en círculos (Planeta), las esperadas memorias de John Le Carré, y coincide con la salida, también este mes, de Falcó (Alfaguara), la nueva novela de Arturo Pérez-Reverte, que esta vez da vida a un espía carente de escrúpulos en la convulsionada España de los años 30.
Cuando los espías que conocimos a través de la prosa de estos autores levantaban el cuello de sus abrigos o apagaban un cigarro bajo la suela de los zapatos, el destino del planeta, sabíamos, estaba a punto de cambiar. Pero ahora lo que ha cambiado para siempre es aquel mundo de agentes secretos aficionados a los Martini secos y a los Aston Martin. En pleno siglo XXI el espionaje está nuevamente tan activo como en la Guerra Fría, pero los espías ya no conducen autos deportivos ni usan sombreros. Los hilos del mundo de hoy son movidos por hackers, jóvenes expertos en intrusar, para quien quiera pagar sus servicios, redes y bases de datos, correos electrónicos y cuentas bancarias.
"El noventa por ciento del espionaje de hoy ya no trata de esconderse tras un árbol en Gorky Park para encontrar un microfilm, no. Se trata de hackear", admitió Forsyth hace poco en una entrevista con el diario El País. Es un universo muy ajeno al que conoció y por eso no escribe sobre él: "Ya no lo entiendo, por eso no lo hago."
El planeta está otra vez sumido en una guerra de intrigas, aunque sin pátinas románticas. Sin héroes ni aventuras, sólo hay filtraciones y operaciones. Aquel viejo mundo de misterio y elegancia sólo perdura en la literatura. Afortunadamente aún hay prosas con estilo para contarlo.
J.N.
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