HUGO BECCACECE |
Ernesto Sábato: "Esta civilización racionalista ha separado todo: el cuerpo del alma, la emoción de la razón, el arte de la ciencia, el hombre del cosmos"
¿Qué ocurre cuando uno de los escritores más importantes de habla hispana decide volcarse a la pintura?
Ernesto Sabato.
Hace tiempo entre los amigos de Sabato había cundido con sorpresa y curiosidad la noticia de que Ernesto se dedicaba a pintar, y no meramente como un "pintor de los domingos", sino con la misma seriedad con que había encarado en otras etapas de su vida la actividad científica y la literaria. El revuelo que causó fue mayor que si el escritor hubiera anunciado una novela inédita. Más tarde, ese rumor llegó a los oídos de un marchand, Natalio Povarché, quien se apresuró a informar que el novelista iba a exponer en su galería. Pero en esta entrevista en su casa de Santos Lugares, donde Sabato se refirió exclusivamente a la plástica, desmintió que vaya a realizar una muestra de sus óleos.
-¿Por qué se decidió a pintar ahora con tanta intensidad?
-Aunque parezca una broma, porque ando mal de la vista. Hace ya más de dos años se me declaró una lesión en las retinas, que me aconseja no hacer esfuerzos con los ojos, por lo menos en objetos tan pequeños como las letras. No es el caso de la pintura que es macroscópica, digamos. Así, casi imposibilitado de leer y escribir, me lancé sobre aquella vieja nostalgia que proviene desde mi niñez. Cuando me descubrieron esas lesiones, no diré que me puse a bailar, pero sentí una extraña y retorcida alegría, pensando que ahora podía dedicarme a la pintura sin sentimiento de culpa.
-¿Qué reacción tuvieron sus amigos pintores?
-La primera reacción la tuve en París cuando le dije a [Ernesto] Deira hace un par de años, que la pintura me daba una alegría y una paz que no encontraba en la literatura. Se echó a reír como loco, y hace unos meses Carlos Alonso me contó, también riéndose con ganas, la historia que ya había corrido. También me produce risa a mí, ahora, cuando empiezo a ver los graves problemas que acarrea. Comprendo pues la jarana de estos dos amigos, que, por otra parte, no habían visto ni han visto aún nada de lo que hago: era una risa a priori, por decirlo así, y tenía mucho fundamento. Mi idea no era, sin embargo, tan candorosa.
-¿Qué diferencia fundamental encuentra en la pintura con respecto a la literatura?
-Aparte de trabajar con colores y formas, la pintura es una artesanía, proporciona el goce de todo lo que se hace con la mente y las manos a la vez. Ese goce que el hombre de hoy ha perdido por esta civilización racionalista. Todo se ha separado: el cuerpo del alma, la emoción de la razón, el arte de la ciencia, el hombre del cosmos. Todo lo que tienda a reunificar al hombre es positivo y forma parte de lo que será la síntesis futura, cuando algo deba reemplazar a este mundo catastrófico. Eso da placer. Por eso quizás hay más pintores eufóricos que escritores eufóricos. Por un Whitman hay miles de desdichados y angustiados. Al revés en la pintura: piense en los hombres de 80 y 90 años que han pintado hasta su muerte, desde Tintoretto hasta Picasso. Hay en la artesanía pictórica algo que no existe en la literatura, en la que todo se hace con imaginación, desde una cara hasta un paisaje. En la pintura las caras se acarician, se tocan, se huelen, se gozan.
-Su caso como pintor es particular: aunque se trata de un principiante, y eso le otorga gran libertad, su fama como escritor lo debe condicionar bastante. ¿Ese contraste lo perturba?
-Es cierto. Apenas se comienza a trabajar en serio empiezan las angustias, aunque sean al lado de esas felicidades infinitas que dan los colores y las formas. Además, ese goce se debe en parte a que se es un desconocido, porque uno pinta lo que se le da la real gana, con el placer del inédito. Después viene todo lo que se sabe, el público, el "exponerse" en las exposiciones, la crítica. En todas las artes pasa desdichadamente lo mismo. Lo que sucede es que cuando hablé con mis amigos sobre este tema, me dejé llevar únicamente por mi euforia y porque pensé que podría hacer pintura en secreto, o algo así, como si eso fuese posible en una persona pública. Los chicos que comienzan no saben cuánta tristeza, cuánto manoseo, cuántas injusticias trae la notoriedad. E ingenuamente ansían esa notoriedad que luego ha de ser la más dolorosa de sus condiciones. La fama es un conjunto de malentendidos, ya se sabe. Es vivir en una vitrina, y para colmo desnudo, porque no hay desnudez más auténtica y terrible que la expresión artística, si es auténtica; ya que toda obra de arte es una autobiografía, no en el sentido literal de la palabra, sino en el sentido más profundo y grave: un árbol de Van Gogh es Van Gogh, es su propia y desnuda alma ante nosotros. Y el más vil de los criminales y corruptos de Dostoievski es, en muchos sentidos, el propio Dostoievski. Así, el paradójico destino del artista es comenzar siendo el más introvertido de los seres humanos para llegar a ser finalmente el más extrovertido, el más espectacular. Y, para colmo, un espectáculo a menudo grotesco y risible.
-¿Por qué se niega a exponer?
-Soy muy autocrítico. Lo mismo me pasó con la literatura. Escribí desde mi adolescencia, esas pavadas, claro. Pero sólo a los 34 años publiqué mi primer libro, Uno y el Universo; El Túnel apareció recién en 1948, tres años más tarde. Todas las editoriales argentinas se negaron a publicarlo. Encabezó aquel enérgico y entusiasta movimiento Guillermo de Torre, asesor por entonces de Losada, quien afirmó que nadie le haría creer que un físico podía escribir una novela. Yo recordé con timidez a Robert Musil, pero fue inútil. Finalmente salió con el sello de Sur, pero pagado por el generoso amigo, el doctor Alfredo J. Weiss que por entonces dirigía una revista literaria.
-¿Cómo fueron sus comienzos?
-Como ve, fueron muy duros y tenía, entre otros, el inconveniente de llegar a la literatura como un paracaidista. Imagínese lo que podría pasar si ahora se me ocurre esta locura de pintar en público. Pero no soy el primer escritor que trata de pintar. Goethe, Víctor Hugo, Hoffman, Valéry, Cocteau, Joyce, Cary, Henry Michaux, Bertold Brecht, Günter Grass, Henry Miller, Kafka, Artaud. algunos de los cuales son realmente de importancia. No creo que es deshonroso, pues. Debo confesar, en fin, que temo el manoseo, manoseo que tuve que sufrir de modo doloroso cuando empecé a escribir públicamente. Hasta tal punto la gente es prejuiciosa sobre la gente que tiene cerca. Imagínese ahora. Hace poco alguien sugirió que mi pintura sería literaria, una afirmación que es un puro prejuicio. ¿Qué se quiere decir con ese epíteto peyorativo? ¿Que hay temas, que hay ideas, que hay drama? Entonces todos los que pintaron la Pasión han hecho literatura, y Goya en sus monstruos, y Jerónimo Bosch y, sobre todo los expresionistas en general, empezando por precursores como Gauguin y terminando por Munch. ¿Ve qué difícil es para mí hacer algo en este momento? Además, no se enojen ni se alarmen: soy un modesto principiante que no va a hacer daño a nadie mucho menos a los grandes pintores argentinos. ¿Por qué no me dejan tranquilo, que ya bastante tengo con eso de la retina?
Profesión: físico, escritor y pintor
Rojas, 24 de junio de 1911-Santos Lugares, 30 de abril de 2011
El Túnel, Abbadón el exterminador y Sobre héroes y tumbas son las tres novelas de este autor -también ensayista-, uno de los escritores más reconocidos de la literatura argentina del siglo XX.
Presidió la Conadep y escribió el prólogo del Nunca Más.
Entrevista publicada en la nacion Revista el 5 de abril de 1981
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