Búsqueda de la belleza, en un mundo hostil
Un mechón de tu pelo / Autor y director: Luis Cano / Intérpretes: Eugenia Alonso y Gaby Ferrero / Vestuario: Cecilia Zuvialde / Escenografía: Rodrigo González Garillo / Iluminación: Ricardo Sica / Sonido: Tian Brass / Funciones: miércoles, a las 21 / Sala: teatro Regio / Duración: 75 minutos
Lo bello es lo que se registra en el momento en que ocurre." La frase es de la escritora francesa Muriel Barbery y se refiere a esa sensación inasible que puede tener la belleza, para los que intentan capturarla. Parecería que siempre se nos va de las manos, aunque sí podemos registrar momentos: sentirse transformado durante una escena de teatro, llorar mientras se lee un libro, el aroma de una planta de jazmín, el reflejo del sol sobre una mirada. Detalles efímeros que tienen la capacidad de elevarnos. Algo de ese universo intenta transmitir la obra Un mechón de tu pelo, una obra escrita y dirigida por Luis Cano, que plantea la relación de dos sirvientas y el mundo que son capaces de construir.
La propuesta trabaja a partir de una contradicción: es una obra intimista, cargada de detalles, que se representa en una sala enorme y tradicional como es el teatro Regio. Un mechón de tu pelo forma parte de un nuevo espacio de experimentación en el Regio, ideado por Eva Halac, su directora artística, con el que se busca habilitar el gran escenario y la maquinaria de esta sala para indagar en nuevas formas de representar y narrar. Eso es exacto lo que sucede. La historia es mínima: dos sirvientas, en una habitación, son las encargadas de servir la mesa. En el escenario se ve una mesa, dos sillas y un gran aparador. Cómo crear un universo de detalles, colores y emociones intensas en ese espacio es el gran mérito del director y sus dos actrices: Eugenia Alonso y Gaby Ferrero. En un clima espeso que se construye desde el espacio y con la contundente presencia escénica de las actrices, la historia comienza a plantear una relación de poder entre un ama de llaves y una sirvienta que busca trabajo. De a poco se empieza a ver que ellas forman parte del mismo sometimiento, por parte de una patrona que nunca aparece. ¿A quién le sirven la cena? En realidad no importa. Por momentos funciona como una obra conceptual que a través de los movimientos de los personajes y los diálogos breves y sutiles desarrolla ideas sobre la soledad, la pobreza, la sensación de no pertenecer y, sin embargo, un instinto poderoso de seguir buscando la belleza en un mundo hostil. También se trabaja, sin necesidad de hacerlo explícito, con la noción de tiempo: el mundo exterior del cual viene la sirvienta parece moderno, relajado, con música, pero adentro de la habitación se detiene el tiempo, se visten como criadas del siglo pasado y pierden identidad.
Hay, además, un ritmo planteado desde la dirección, una suerte de movimiento coreográfico entre los personajes al moverse, al correr detrás del aparador e incluso en las salidas fuera de escena, por una puerta pequeña y oscura, que se ilumina generando el efecto de claroscuro de un cuadro. Otra vez, los detalles: hacer música cuando chocan las copas o la elegancia al acomodar un mantel que flota en el aire. Cada objeto tiene un sentido. De a poco, los personajes atraviesan una transformación, que podría ser un cambio interior o un supuesto ascenso de clase. Hay una pregunta central de la obra, que resuena en el enorme espacio del teatro Regio: "¿Qué pasaría si alguna vez se abrieran tus compuertas?"
M. M.
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