martes, 27 de marzo de 2018

LECTURA RECOMENDADA


Mazarine Pingeot: "Preguntarse si uno puede juzgar al padre por sus acciones provoca vértigo"
La autora francesa es la hija de Francois Mitterrand 


Al inicio de Théa (Alfaguara), la novela de Mazarine Pingeot (Aviñón, 1974), dos datos advierten sobre el año en que transcurre la historia. En las elecciones presidenciales francesas acaba de triunfar François Mitterrand y, mientras la protagonista conduce rumbo a una fiesta, escucha a todo volumen las canciones de The Dreaming, el disco de Kate Bush. Definitivamente, es 1982. En esa fiesta, Joséphe conocerá a un joven argentino, refugiado político en el país cuna de las revoluciones. La política y la juventud sostienen la trama de esta historia traducida al español por Alan Pauls. Es, también, la historia de un primer amor.
La trama es vertiginosa y, como ocurre en las ficciones de Pingeot, roza cuestiones vinculadas con la familia y la identidad. Este último aspecto es central, no solo en su literatura. Hija secreta de Mitterrand y de la historiadora de arte Anne Pingeot, hizo pública su filiación recién en 1994. En Francia se le dio amplia cobertura mediática al caso y a la segunda familia del presidente de izquierda, que asumió públicamente su paternidad poco antes de morir. La primera novela de Pingeot, Premier roman, apareció en 1998, pero fue sobre todo en Boche cousue ("Boca cosida"), de 2005, donde ajusta cuentas con el pasado familiar.
-En Théa profundiza en la historia reciente de la Argentina. ¿Cuál es su relación con el país?
-Estuve obsesionada con la imagen de las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo, esas mujeres que resistieron con sus cuerpos, lugares de origen de muchos hombres y mujeres asesinados y, peor aún, desaparecidos. Trabajé mucho el tema de la eliminación de las huellas del asesinato y la desaparición como profesora de filosofía y luego como escritora. Tres cosas me interesaron: la desaparición de los seres queridos y la desaparición de los rastros de los asesinatos, la resistencia de las mujeres que querían saber, que tenían el derecho de saber qué había sido de sus hijos, y la cuestión política, más general, que desborda el caso argentino, y vincula política y memoria. ¿Cómo se puede instituir un nuevo Estado sobre el olvido? Sé que en la Argentina han reflexionado sobre esos temas.
-¿Cuál es la importancia del secreto en su literatura y qué papel desempeña en la vida pública?
-El secreto es un motor narrativo que me permite trabajar en la identidad, los lazos familiares y la cuestión de la transmisión, tanto en el plano familiar como en el social. Intento abordar ambas escalas, porque me parece que lo que sucede en una familia, entre generaciones, es a pequeña escala lo que sucede en un país. Nadie vive fuera de su tiempo e historia; todos estamos atravesados por lo colectivo y nos enfrentamos a nivel individual a los acontecimientos sociales. Contar la historia de una familia es contar la historia de un país.
-La figura del padre de la protagonista se vuelve sospechosa. ¿Es un tema recurrente en su obra?
-No necesariamente la figura del padre, sino la de los padres que no conocemos. O más bien que captamos íntimamente, sin conocer bien su historia. También me interesa el conflicto de lealtad: amo a mi padre o a mi madre y, sin embargo, repruebo sus acciones cuando las conozco. ¿Cómo logro articular mi conocimiento del padre o la madre y el del hombre o la mujer? ¿Cómo logro amar a uno sin amar al otro, estimar a uno sin despreciar al otro? Es una pregunta que me fascina. Obviamente, se tiende a establecer un vínculo con mi propia historia, pero no tengo esa severidad con mi padre, que fue un político de izquierda. Yo misma soy de izquierda y estuve de acuerdo con muchas de sus decisiones. Era demasiado pequeña para juzgarlo. Preguntarse si uno puede juzgar a su padre por sus acciones provoca vértigo.

La portada del libro donde la última dictadura argentina se mete en la historia 



-¿Leyó sobre la dictadura militar argentina para escribir Théa?
-Leí testimonios e informes y vi documentales. Esa historia me fascina y también me produce una gran tristeza. No soy argentina y no puedo juzgar. Obviamente, mi corazón está de parte de las víctimas de la dictadura, pero no quería escribir un libro militante. No me interesa juzgar la política en una novela, lo que me interesa es exponer a los personajes a situaciones imposibles y ver cómo reaccionan. Es un lugar de cuestionamiento, de búsqueda, raramente de juicio. Los héroes a veces se convierten en verdugos y a la inversa. Es esta cuestión humana la que intento comprender.
-¿Qué función cumple la literatura para reconstruir intrigas del pasado histórico?
-La literatura tiene la función de cuestionar la complejidad de los seres humanos y la historia de los hombres. No juzga. Observa y pregunta. Me parece que es un lugar único.

-¿En qué trabaja actualmente?
-Acabo de publicar un nuevo libro, Magda, que también aborda el tema de la identidad, las mentiras y la historia, pero con personajes completamente diferentes. ¡La heroína tiene 60 años! Y empiezo a pensar en la próxima novela. También tengo un libro de filosofía que debería publicarse pronto.
-¿Quién fue la inspiración para el personaje del joven argentino?
-Es una invención, una especie de ideal de fantasía masculina, pero cuya realidad es mucho menos romántica. Me gustó esa distancia entre lo que despierta su bello misterio y su propia problemática, de la que está avergonzado. Es un personaje que huye constantemente, que ni siquiera se conoce realmente, que tiene problemas para actuar. Necesitaba enamorarme un poco de mi personaje y gradualmente profundizar y complicar su retrato. Un poco como en la vida.

D. G.

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