Cuentan quienes lo conocieron que Alberto Migré era extremadamente generoso. Prestaba (¿regalaba?) ingentes cantidades de dinero, hacía obsequios espléndidos, solventaba la educación de los hijos de algún allegado en apuros, practicaba la caridad en el anonimato y siempre pagaba la cuenta: nadie que haya compartido su mesa recuerda haberle podido invitar siquiera un café.
Con estos testimonios trama Liliana Viola una extraordinaria biografía del gran autor de la telenovela argentina. También, con algo de pesquisa detectivesca, porque quienes tienen mucho para contar acerca de Migré en verdad cuentan muy poco.
Una especie de pacto de silencio, una férrea fidelidad a la palabra empeñada en salvaguardar la intimidad del autor después de su muerte, dejan más espacio a la conjetura que a la certeza respecto de su vida fuera de las cámaras.
Pero entre los que sí aceptan hablar se cuenta también que aquella generosidad iba acompañada por un fuerte sentido de la lealtad (Migré no dejaba en la estacada a sus actores y privilegiaba sus elencos de siempre a las novedades de moda sugeridas por los ejecutivos de la radio o la TV), y de un afecto intenso y posesivo.
Hombre apasionado y susceptible, cuando sentía ese cariño traicionado (bastaba la torpeza de un gesto o una palabra fuera de lugar), la venganza era terrible.
María Valenzuela lo quería como a un padre y era una de sus actrices favoritas. Ella le confiaba todo y le pedía consejo. Mientras grababa La cuñada, María consiguió un trabajo en Mar del Plata que no interfería con la telenovela, porque a la costa se iba los viernes y volvía los lunes.
Tal vez por temor a que Migré se enojara, cometió el error de no decirle nada. Él se enteró y se sintió herido por el ocultamiento. No se lo recriminó. Pero a su personaje le desfiguró el rostro.
María no sólo se pasó varios capítulos saliendo al aire con un aspecto horrible, sino que, como su nueva cara exigía un largo trabajo de maquillaje y efectos especiales, los viernes llegaba a Mar del Plata con los minutos justos y estresadísima por el viaje contrarreloj.
En otra oportunidad, una actriz le hizo a Migré una escena. Harta de secundar a la protagonista de turno, le exigió un rol central, en público y del peor modo. Él calló.
Pero en el capítulo siguiente la actriz de marras tuvo que pronunciar unas líneas tremendas: “No hay nada que hacer, yo nací segunda, nací para segunda y toda mi vida voy a ser la segunda”.
Nora Cárpena acaso le deba a Migré parte de su felicidad conyugal. “Cada vez que yo me peleaba con Guillermo [Bredeston], Alberto nos amigaba en pantalla o al revés”, dijo la actriz.
“Guillermo estaba seguro de que yo le contaba todo y se enojaba mucho conmigo. Pero yo no le contaba, Alberto tenía una capacidad única para intuir y para adelantarse a la realidad”.
Aún hoy, Nora también cultiva el hermetismo que el escritor predicó entre los suyos. Pero en una escena digna de un teleteatro de Migré, cedió a una confesión crucial.
Desesperaba Liliana Viola con la cautela de la actriz, mientras la entrevistaba en su camarín antes de salir a actuar, cuando la peinadora de Cárpena, que escuchaba la charla haciendo el brushing en silencio, le dijo a la estrella: “¡Pero, Nora, por favor! Yo no sé cómo va a hacer esta mujer para escribir algo si usted a todo le está respondiendo «eso no se lo voy a decir». Nora, dígale algo”.
“Guillermo estaba seguro de que yo le contaba todo y se enojaba mucho conmigo. Pero yo no le contaba, Alberto tenía una capacidad única para intuir y para adelantarse a la realidad”.
Aún hoy, Nora también cultiva el hermetismo que el escritor predicó entre los suyos. Pero en una escena digna de un teleteatro de Migré, cedió a una confesión crucial.
Desesperaba Liliana Viola con la cautela de la actriz, mientras la entrevistaba en su camarín antes de salir a actuar, cuando la peinadora de Cárpena, que escuchaba la charla haciendo el brushing en silencio, le dijo a la estrella: “¡Pero, Nora, por favor! Yo no sé cómo va a hacer esta mujer para escribir algo si usted a todo le está respondiendo «eso no se lo voy a decir». Nora, dígale algo”.
Y Nora dijo: “Una vez me animé y le pregunté: «Alberto, sus personajes saben siempre las palabras justas para demostrarle amor a una mujer. Siempre saben lo que tienen que decir para que una mujer se derrita, se enoje o se reconcilie. ¿Cómo usted sabe tanto de los hombres?». Y me contestó: «Ay, Nora, es muy sencillo? Yo les hago decir a ellos lo que quisiera que me dijeran a mí»”.
Antes de partir, Cárpena le dejó a la biógrafa una línea final: “Sin secreto, no hay telenovela. No se olvide de esto”. Tenía razón.
V. CH
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