martes, 31 de marzo de 2020
EL HOMENAJE DE ALFREDO SÁBAT
La credibilidad necesaria para hacer brotar una carcajada con un dibujo
Alfredo Sábat
Alos 8 años conocí a Astérix. En las páginas de la revista Anteojito anunciaron la colección “Nueva Historieta” y su primer lanzamiento, el libro La Hoz de Oro. Para entonces yo venía con tinta en las venas de fábrica y ya había arrancado con los libros de Mafalda y Tintín. Así que entré en la historia de unos antiguos galos que resistían al Imperio Romano con astucia, porrazos y mucho humor.
Con Astérix descubrí algo nuevo: que la carcajada podía venir de un dibujo rico, detallado, expresivo y hasta históricamente documentado. Los dibujos de Astérix y Obélix (a diferencia de los de Lucky Luke o Iznogud, otros lanzamientos de la misma colección que tenían el mismo guionista) nunca representaban un personaje equis en un lugar intercambiable: eran personajes creíbles en un sitio específico. Era, por ejemplo, Gracus Pleindastus, igualito a charles Laughton. Era Roma, con sus mármoles veteados. Era la antigua París, o Lutecia, con embotellamientos aún 50 años antes de cristo. Podemos discutir, como con el huevo o la gallina, qué vino primero en esa risa, si el texto de René Goscinny o el dibujo de Albert Uderzo. Juntos llegaron a niveles de genialidad que, con la desaparición de Goscinny, en 1977, ya no se repitieron. Pero la credibilidad necesaria para esa risa la dio Uderzo. A eso sumémosle un don para la narración visual que en muchos casos era el remate del chiste, o mejor todavía, el chiste en sí mismo.
Los estudiosos dirán cuánta influencia hay de Walt Disney o hasta de Patoruzú en esos dibujos (dicen que el grandote y panzón Obélix es una referencia a Upa, a quien Goscinny conoció en su juventud en Buenos Aires). Lo que es seguro es que muchos de sus cuadritos se grabaron en mi memoria y me influyen al día de hoy: cleopatra llegando de visita “informal” en una carroza con forma de esfinge arrastrada por cientos de esclavos, cada uno con su expresión individual (a todo esto, cuando los egipcios hablaban, sus globitos eran jeroglíficos). Astérix pegando un mamporro a un romano, cuyas sandalias quedaban en el piso mientras el romano entraba en órbita. Obélix comiéndose un jabalí entero como si fuera una galletita, dejando los huesos pelados en el plato.
Ayer nos enteramos de que Albert Uderzo, el autor de esos recuerdos, nos dejó a los 92 años. Ya lo sabemos: quien deja una obra vence a la muerte. Quien lo hace y además deja una carcajada, también vence a la tristeza.
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