lunes, 23 de marzo de 2020
LA OPINIÓN DE PABLO SIRVÉN,
La hora de la grandeza
Pablo Sirvén
Hasta no hace muchos días, dos expresiones presidenciales -"Vengo a terminar con la grieta" y "Somos un gobierno de científicos"- sonaban absurdas. La primera, porque la confrontación ideológica entre los sectores ultra a favor y en contra del Gobierno nunca cesó, y la segunda, porque cuando se repasaba el staff de nuevos funcionarios no resultaba muy evidente el aporte de la ciencia en sus cuadros principales.
Sin embargo, paradójicamente, un virus de circulación mundial estaría haciendo posible, en parte, llevar adelante ambos objetivos, al menos por el tiempo que dure la pandemia de coronavirus, que golpea al mundo. Las ya varias convocatorias de Alberto Fernández a importantes referentes de la oposición, con los que habló y se fotografió asiduamente en estos últimos días, y un espíritu creciente de comunidad, por encima de las divisiones de los tiempos normales, podría ser un buen punto de partida para intentar que los puentes que empiezan a tenderse no cedan cuando haya pasado todo.
Por otra parte, son ahora los expertos, médicos y personal sanitario, los que adquieren una relevancia aún mayor que los políticos. Estos deben estar atentos para articular con eficiencia y premura todo lo que aconsejan aquellos. Un "gobierno de científicos", pues, es el comité de notables que se armó, para que nos guíen en medio de la oscuridad de la temible peste, en busca de amortiguar su impacto y multiplicación.
Adenauer, San Martín, Gandhi, Lincoln, Mandela, Belgrano, Churchill y tantos otros tal vez no fueron ningunos predestinados, sino apenas personas tan comunes y corrientes como cualquiera de nosotros. La diferencia es que supieron estar a la altura de las circunstancias en el lugar y en el tiempo exactos en que la historia requirió de sus auxilios. Así lograron transformarse en seres transcendentales que dejaron legados fabulosos, de los que tal vez no habrían sido capaces sin el empuje de esas exigencias superlativas.
La historia tiró de sus brazos hacia arriba y los convirtió en héroes asombrosos. Saber interpretar en tiempo y forma la excepcionalidad que les tocó en suerte los elevó muy por encima de sus propias expectativas.
En momentos excepcionales, quienes están a cargo de las más altas responsabilidades dirigenciales deben estar concentrados en ese llamado que no es más, después de todo, que la propia voz interna munida de un agudizado sentido común y un gran poder de escucha. Temple, lucidez y tolerancia que se necesitan en buenas dosis cuando la apacible rutina queda atrás.
Esta sintonía, consigo mismo y con la historia, es la que Alberto Fernández debe procurar afirmar de ahora en más, por ser la cabeza política máxima del país. No ser uno más (o peor, uno en contra), sino quien se eleve por sobre todos, con humilde grandeza, y cuya palabra sea prudente y rectora. Hay quienes dudan de que pueda lograrlo y alegan antecedentes que, en efecto, podrían no ayudarlo. Pero es que ahora se presenta una oportunidad única: el contador volvió a cero. Poco importa lo gris que haya podido lucir para algunos en sus primeros tres meses de gobierno. Hay un nuevo comienzo de una historia, que puede ser épica, y que lo tiene como protagonista principal.
La imagen del domingo pasado de Alberto Fernández, escoltado por Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof, reemplaza aquella foto de otro trío que también integró el día de la victoria electoral sobre el escenario, junto a Cristina Kirchner y Kicillof. Esa noche del 27 de octubre de 2019, al antecederlo ambos en el uso de la palabra de una manera más vociferante, minimizaron su protagonismo, le restaron relevancia al presidente electo. Esa impronta nunca se despejó y quedó flotando la incógnita de quién es el verdadero dueño del poder en la Argentina.
Al ponerse al frente del operativo contra la epidemia y buscar varios escenarios junto a dirigentes de la oposición, Fernández no se debilita, sino que se fortalece y reempodera. El "negocio de la grieta", como lo llaman algunos, es de muy pocos. A la amplia mayoría de la población tranquiliza esas imágenes. Después de todo, unos y otros son nuestros meros administradores y pretendemos que hagan las cosas bien en consulta permanente entre ellos. La política se ha envilecido tanto en el mundo que sus dirigentes a veces se creen dioses en guerra entre sí a los que debemos rendirles pleitesía mientras nos esquilman con sus impuestos e ineficiencias y, encima, nos deparan una vida peor.
El sobrevuelo en helicóptero de Fernández y del ministro Gabriel Katopodis sobre un hospital que la anterior gestión kirchnerista inauguró cinco veces y dejó trunco solo para subrayar que no lo terminó Mauricio Macri, y la payasada del jefe de Gabinete fotografiándose con equipos de salud perfectamente preservados en un depósito, como se pudo ver en la foto, haciéndolos pasar por "abandonados", según la agencia Télam, por el gobierno anterior, son actitudes miserables que deben terminar. En esta hora tan dramática, son bumeranes que pegarán de vuelta en las cabezas que las pergeñaron.
psirven@lanacion.com.ar
Twitter: @psirven
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