DEL EQUIPO DE JORGE FERNÁNDEZ DÍAZ
La oscura historia del cementerio fantasma de Avellaneda: mafia polaca, cafishios y prostitutas enterradas sin lápidas Una organización de trata de personas de origen judío polaco que operó en la Argentina a principios del siglo pasado creó un cementerio para los cafishos y madamas, mientras que las mujeres prostituidas eran enterradas en tumbas NN. La ex prostituta y el comisario que la combatieron
Por Eduardo Anguita
Por Daniel Cecchini
La historia comenzó mucho antes del ascenso de Adolf Hitler al poder y tuvo como víctimas a mujeres polacas que fueron captadas por ser jóvenes, bellas y pobres. Pero, además, eran perseguidas en los pogromos porque eran judías. La mayoría de las chicas salía en barco desde el puerto fluvial de Bremen en Alemania, atravesaban el Atlántico y luego eran destinadas a prostíbulos y “casas de citas” en Buenos Aires y Rosario. La red de mafiosos y madamas que sometía a estas mujeres estaba formada también por polacos de origen judío que vieron en esas mujeres desvalidas una oportunidad y a principios del siglo XX crearon la Sociedad Israelita de Socorros Mutuos Varsovia.
Durante los primeros años se reunían en casas de sus socios. Su líder era Noé Trauman, quien en 1906 consigue la personería jurídica de esa institución que no era otra cosa que una pantalla para la red de prostitución que, al año siguiente, pone en funcionamiento los burdeles. Cabe destacar que, por entonces, se trataba de una actividad “legal”. Es más, la Asistencia Pública tenía un registro de las meretrices.
Trauman deja todo armado pero se muda al Uruguay, donde muere en 1912. Sus continuadores –ya con el nombre de Zwi Migdal- en 1926 pusieron oficinas en una suntuosa casona de la avenida Córdoba al 3200. Cuatro años después esa organización caía en manos de la Justicia y perdía la personería legal y sus suculentos negocios.
Según José Luis Scarsi, autor de “Tmeimm, los judíos impuros”, la artífice de las denuncias que permitieron desbaratar esa red fue “una heroína casual”: Raquel Liberman.
Casas de tolerancia y números
Los barrios de Villa Crespo y Once contaban a principios del siglo XX con una robusta colectividad judía que pronto se percató de que esa asociación “Varsovia” escondía una nutrida red de prostitución. Fueron las propias organizaciones de esa colectividad las que expulsaron a quienes formaban parte de esa trama y los calificaron de “impuros” por estar reñidos con sus costumbres y sus hábitos religiosos.
La “Sociedad” mutó el nombre por el de Zwi Migdal, hizo llegar rabinos desde Europa del Este, erigió sinagogas y compró un predio en Avellaneda tener su propio cementerio.
Las “casas de tolerancia” de la Varsovia/Zwi Migdal tenían clientes especiales a quienes daban protección y les cobraban suculentas sumas de dinero. La corrupción permitió que los prostíbulos crecieran como hongos amparados por los pinos.
En base a los registros de la Asistencia Pública, la red polaca llegó a controlar alrededor del 25 por ciento de los prostíbulos del país. A criterio de José Luis Scarsi, difícilmente la “Varsovia” haya tenido más de un millar de mujeres ejerciendo la prostitución al mismo tiempo. A su vez, a lo largo de las más de dos décadas de existencia pueden haber explotado a unas tres mil mujeres traídas desde Europa del Este.
La placa de Raquel Liberman
Una organización aceitada
La escritora Elsa Drucaroff, en “La Zwi Migdal – Para una memoria de la vergüenza argentina” señala de modo elocuente: “La Varsovia –luego Zwi Migdal- financiaba viajes, supervisaba las ventas de mujeres, indemnizaba a los asociados que por algún motivo perdían una esclava, organizaba los traslados de pupilas de un prostíbulo a otro, imponía multas por incumplimiento de compromisos, prestaba dinero para instalar burdeles, gestionaba su aprovisionamiento y las compras del material de trabajo (ropa de cama, lencería), ofrecía jueces para arbitrar los conflictos que surgían entre los rufianes y todo el respaldo institucional que podía dar, dadas sus excelentes relaciones con el poder.
Casas de tolerancia y números
Los barrios de Villa Crespo y Once contaban a principios del siglo XX con una robusta colectividad judía que pronto se percató de que esa asociación “Varsovia” escondía una nutrida red de prostitución. Fueron las propias organizaciones de esa colectividad las que expulsaron a quienes formaban parte de esa trama y los calificaron de “impuros” por estar reñidos con sus costumbres y sus hábitos religiosos.
La “Sociedad” mutó el nombre por el de Zwi Migdal, hizo llegar rabinos desde Europa del Este, erigió sinagogas y compró un predio en Avellaneda tener su propio cementerio.
Las “casas de tolerancia” de la Varsovia/Zwi Migdal tenían clientes especiales a quienes daban protección y les cobraban suculentas sumas de dinero. La corrupción permitió que los prostíbulos crecieran como hongos amparados por los pinos.
En base a los registros de la Asistencia Pública, la red polaca llegó a controlar alrededor del 25 por ciento de los prostíbulos del país. A criterio de José Luis Scarsi, difícilmente la “Varsovia” haya tenido más de un millar de mujeres ejerciendo la prostitución al mismo tiempo. A su vez, a lo largo de las más de dos décadas de existencia pueden haber explotado a unas tres mil mujeres traídas desde Europa del Este.
La placa de Raquel Liberman
Una organización aceitada
La escritora Elsa Drucaroff, en “La Zwi Migdal – Para una memoria de la vergüenza argentina” señala de modo elocuente: “La Varsovia –luego Zwi Migdal- financiaba viajes, supervisaba las ventas de mujeres, indemnizaba a los asociados que por algún motivo perdían una esclava, organizaba los traslados de pupilas de un prostíbulo a otro, imponía multas por incumplimiento de compromisos, prestaba dinero para instalar burdeles, gestionaba su aprovisionamiento y las compras del material de trabajo (ropa de cama, lencería), ofrecía jueces para arbitrar los conflictos que surgían entre los rufianes y todo el respaldo institucional que podía dar, dadas sus excelentes relaciones con el poder.
Es que en realidad, ésa fue la función definitoria de la mutual: gestionar y pagar las coimas a la policía, a la municipalidad, a la justicia; apoyarse en su legalidad institucional para ejercer, clandestinamente, la gestión organizada de las relaciones públicas con toda esa red masculina de funcionarios que eran socios legales o clandestinos en la explotación de la prostitución”.
Raquel Liberman, “la heroína involuntaria”
Nació el 10 de julio de 1900 como Rokhl Lea Liberman en Berdichev –entonces Polonia, hoy Ucrania- en el seno de una familia devastada por la pobreza, y 30 años después se convirtió en la mujer que enfrentó a la Zwi Migdal y fue artífice del fin de esa mafia.
Liberman, a los 22 años, emigró a la Argentina con sus dos pequeños hijos. Su marido, Jaacov, había llegado a Buenos Aires un año antes y se había afincado en el pueblo bonaerense de Tapalqué. Quien había traído a Jaacov fue su hermana Elke, llegada a la Argentina en 1910 como parte de la trama de trata de “la Varsovia”. Elke regenteaba un prostíbulo en ese pueblo rural y pudo pagarle el pasaje a su hermano para que dejara de pasar hambre en Polonia.
Poco después, pudieron pagar el pasaje de Rokhl y sus dos pequeños hijos. Al poco tiempo españolizaron su nombre y Raquel, que prácticamente no hablaba español, en menos de un año quedó viuda. Sin posibilidad de alimentar a sus hijos, los dejó a cargo de unos vecinos y marchó a Buenos Aires.
A los 23 años, viuda y con sus hijos lejos, Raquel empezó a ejercer la prostitución. Los mafiosos la llevaron a distintas casas y comenzó a esconder algo de dinero con el sueño de abandonar esa vida. Tras seis años, pudo comprar su libertad. Abrió un comercio y creyó que se abría un horizonte para ella y que podría recuperar a sus hijos. Hacia fines de la década del veinte, la Varsovia era la Zwi Migdal y tenía suficientes tentáculos como para que la detectaran.
Raquel, ya con 29 años, cayó de nuevo en las redes de esa banda de rufianes. No bajó los brazos y en pocos meses volvió a escapar. Esta vez, decidió contactar con el comisario Julio Alsogaray. En pocas semanas, Alsogaray la llevó ante el juez Manuel Rodríguez Ocampo quien decidió encarar con toda dureza la lucha contra la Zwi Migdal.
Raquel Liberman con sus dos hijos.
Una suave persecución a los mafiosos
Sin dejar de lado la probidad de Alsogaray y Rodríguez Ocampo, la aristocracia argentina de entonces tenía un fuerte desprecio sobre la comunidad judía. Una década atrás, en enero de 1919, la Liga Patriótica había protagonizado el pogromo de Buenos Aires. Se trataba de un grupo parapolicial amparado por hombres de poder que durante la Semana Trágica, además de reprimir y matar huelguistas, decidieron ir al barrio de Once para apalear y matar personas de la comunidad judía.
José Luis Scarsi destaca un dato escalofriante: “Ninguno de los prostíbulos fue vandalizado durante la Semana Trágica”. Además, agrega un elemento que reafirma la “tolerancia” a los proxenetas. Desde 1902, existía en la Argentina la “Ley de Residencia”, una norma que autorizaba al Ejecutivo a expulsar a extranjeros: “Se puso en marcha especialmente con los anarquistas pero no con los rufianes; a lo sumo, deportaron algunos al Uruguay, desde donde podían seguir regenteando sus negocios”.
Es preciso apuntar que tanto la Jebra Kedusha -“Compañía Piadosa” en hebreo, antecesora de la Asociación de Mutuales Israelitas de la Argentina (AMIA)- como la Sociedad Israelita de Protección de Mujeres y Niños fueron de fundamental apoyo en la denuncia iniciada por Raquel Liberman.
El comisario Alsogaray hacía tiempo que estaba tras los pasos de la Zwi Migdal pero debía probar delitos como asociación ilícita ya que el regenteo de prostíbulos y el ejercicio de la prostitución no estaban penados.
Rodríguez Ocampo consideró que esa red cometía una infinidad de delitos y entonces libró orden de detención a unas 400 personas involucradas en la Zwi Migdal. Dictó prisión preventiva para 108 mafiosos y ordenó la captura de unos 300 que habían fugado.
Mientras una parte de la sociedad pretendía inculpar a “la comunidad judía”, la investigación judicial ponía al desnudo una trama que rompía con “la moral pública” en la cual participaban comisarios, políticos y empresarios tanto en Buenos Aires como en otros lugares del país.
Detrás de la “trama polaca” había una sólida red argentina de corruptos. Sin embargo, cuando el expediente llegó a la Cámara de Apelaciones -entre complicidades y tecnicismos que probaran una asociación ilícita- liberó a todos los mafiosos salvo a tres.
Las mujeres sometidas a trata no sumaron su voz a la de Liberman, quien no pudo lograr vivir en paz: unos años después fue víctima de un cáncer de tiroides, fue internada en el Hospital Argerich pero los médicos no pudieron salvarla. Murió a los 34 años, el 7 de abril de 1935.
Liberman fue, como dice Scarsi, una “heroína involuntaria”: su denuncia terminó con esa red mafiosa y poco tiempo después el gobierno puso fin a la prostitución legal en la Argentina. Sin embargo, el negocio de la prostitución ilegal ya existía, se extendió y siguió contando con la complicidad de muchos hombres de poder. Lo único cierto es que esa mujer dejó a dos huérfanos de 14 y 15 años y murió con el estigma de haber sido una prostituta en su breve vida.
La Avellaneda de Barceló
La ciudad de Avellaneda era un feudo. Pujante por ser un foco industrial, con dos clubes de fútbol –Racing e Independiente- fundados en los albores del siglo XX, con el Teatro Roma también inaugurado en esos años, Avellaneda era patrimonio de Alberto Barceló, un político conservador convertido en una aspiradora de cualquier negocio que rindiera plata.
Sin embargo, las investigaciones indican que Barceló no tuvo contacto con los iniciadores de la Varsovia. Es más, en una sesión del Consejo Deliberante se opuso a que se habilitara un predio con ese destino con el argumento de que ya existía un cementerio municipal. Sin perjuicio de ello, al poco tiempo, los rufianes tuvieron su terreno.
Elsa Drucaroff luego de publicar el artículo mencionado más arriba escribió la novela “El infierno prometido” (El Aleph, 2010). En aquella nota señala que la “Varsovia” y “la Asquenasum” (una organización de rufianes de Rusia y Rumania) compraron en conjunto un terreno en condominio y levantar un cementerio. Es muy probable que después o al mismo tiempo hayan tenido su sinagoga en Avellaneda. Rápidamente, claro, pasaron a tener su sede en Buenos Aires, que se mudó dos veces hasta lograr inaugurar el magnífico y elegante palacete de Córdoba al 3200, con sinagoga propia, orgullo absoluto de la organización.
Dentro de la comunidad, a esa red de trata los llamaba los “Tmeiim” (impuros, en idish). El mote lo pusieron los propios judíos provenientes de Europa del Este (Ashkenazim), al igual que los mafiosos. Los Tmeimm, en 1900, compraron un terreno al lado del cementerio municipal de Avellaneda (por entonces se llamaba Barracas al Sud). Allí hicieron un camposanto destinado a los rufianes y a sus familias. La red estableció que sus propias víctimas, las que les generaban las ganancias millonarias, no fueran enterradas allí. Ninguna piedad, pese a que provenían del mismo origen nacional y religioso.
Al lado de este cementerio de “los impuros, apenas separado por un muro, está el Cementerio Israelita de Avellaneda. La porción que quedó ocupada con las tumbas de “los impuros” no se utilizó más y el terreno está enmalezado.
Desmalezar
A principios del siglo XX en Avellaneda se creó el cementerio hebreo marroquí. La Varsovia ocupó un lugar de ese camposanto. Acilba es la asociación de la comunidad que tiene bajo su administración el cementerio, compuesto por 18 fracciones. El “cementerio de los impuros” es la fracción 15 y está separada por una valla. En diálogo, las autoridades de Acilba dijeron que ellos tienen la “custodia, conservación y cuidado de la fracción 15”. A su vez, agregan que en 2017 el Consejo Deliberante de Avellaneda declaró patrimonio histórico ese predio.
En 2015 llegó a la Argentina Elianna Renner, una artista plástica suiza radicada en Bremen, la ciudad portuaria fluvial desde la cual partieron muchas víctimas de la red de trata. Con apoyo de fundaciones para su proyecto de recuperar memorias, Renner pudo acceder al “cementerio de los impuros”. En esa oportunidad, desmalezaron el predio, quedó al descubierto que las lápidas eran de los victimarios y no encontraron registro de las víctimas.
Focalizada en Liberman, Renner dijo haber quedado obsesionada con la historia de que la palabra “impura” fuera asociada a su memoria. Y, más allá de la semántica, con que se supiera que Raquel estuviera enterrada allí pero sin saber en qué lugar. Eso mismo sucede con quién sabe cuántas mujeres que tuvieron el mismo destino.
Renner pudo buscar los rastros de Liberman en los archivos de la Zwi Migdal que están en Jerusalén a partir de su apellido de soltera (Ferber). Pese a la casi certeza, no hubo nunca una certificación oficial de ello.
En los cinco años siguientes, las plantas volvieron a crecer. Cualquiera que entre en la foto satelital que muestra pastos altísimos en ese predio, en la actualidad su aspecto es menos horroroso.
Sin embargo, el problema no son las ramas, sino las ramificaciones con el pasado. Un pasado que siempre está presente. Los centros de memoria, tanto los que honran a las víctimas del Holocausto como las que tratan de preservar la dignidad de quienes fueron víctimas del Terrorismo de Estado en la Argentina, tienen un capítulo más en este cementerio que, desde las malezas, las puertas cerradas y el silencio, mira a la ciudad y a sus habitantes.
El cementerio de Granadero Baigorria y la memoria
El periodista Enrique Grinberg publicó una nota en Nueva Sión en noviembre de 2019 donde relata, entre otras cosas, que en octubre de ese año, tras ser puesto en condiciones, reabrió sus puertas el cementerio de la Unión Hebraica Paganini de Granadero Baigorria, cercano a Rosario. Era “el otro cementerio de los impuros”.
Cabe consignar que ese camposanto fue creado por la red de trata recién en 1933, cuando ya habían caído en desgracia por la denuncia de Liberman y la consecuente quita de personería legal que actuaba de pantalla de la red de trata.
De modo muy elocuente, Grinberg reflexiona acerca de que “esas necrópolis son el testimonio fiel y tangible de que allí yacen restos de los victimarios (…) Los proxenetas enterrados con sus lápidas nos recuerdan también la ausencia de las sepulturas de las víctimas. Estas chicas polacas, que fueron engañadas, explotadas y esclavizadas no tienen un memorial, y es por eso que no podemos permitir que se borre o extinga su memoria, aunque no sepamos ni sus nombres ni conozcamos sus rostros”.
En diálogo con , Grinberg dice que la puesta en valor de ese cementerio fue gracias a la colaboración del municipio.
Respecto de lo que sucede en Avellaneda, destacó “el esfuerzo de José Luis Scarsi, a quien ayudé en algunas oportunidades acompañándolo al cementerio, donde las placas están en hebreo y yo se las pude traducir. José Luis (Scarsi) trabaja para que eso se convierta en un centro de memoria”.
En cuanto al estado de las lápidas “muchas se conservan en buen estado, otras se deteriorado por el paso del tiempo pero también se nota que algunas fueron dañadas de modo deliberado, seguramente porque querían ocultar cosas”.
Raquel Liberman, “la heroína involuntaria”
Nació el 10 de julio de 1900 como Rokhl Lea Liberman en Berdichev –entonces Polonia, hoy Ucrania- en el seno de una familia devastada por la pobreza, y 30 años después se convirtió en la mujer que enfrentó a la Zwi Migdal y fue artífice del fin de esa mafia.
Liberman, a los 22 años, emigró a la Argentina con sus dos pequeños hijos. Su marido, Jaacov, había llegado a Buenos Aires un año antes y se había afincado en el pueblo bonaerense de Tapalqué. Quien había traído a Jaacov fue su hermana Elke, llegada a la Argentina en 1910 como parte de la trama de trata de “la Varsovia”. Elke regenteaba un prostíbulo en ese pueblo rural y pudo pagarle el pasaje a su hermano para que dejara de pasar hambre en Polonia.
Poco después, pudieron pagar el pasaje de Rokhl y sus dos pequeños hijos. Al poco tiempo españolizaron su nombre y Raquel, que prácticamente no hablaba español, en menos de un año quedó viuda. Sin posibilidad de alimentar a sus hijos, los dejó a cargo de unos vecinos y marchó a Buenos Aires.
A los 23 años, viuda y con sus hijos lejos, Raquel empezó a ejercer la prostitución. Los mafiosos la llevaron a distintas casas y comenzó a esconder algo de dinero con el sueño de abandonar esa vida. Tras seis años, pudo comprar su libertad. Abrió un comercio y creyó que se abría un horizonte para ella y que podría recuperar a sus hijos. Hacia fines de la década del veinte, la Varsovia era la Zwi Migdal y tenía suficientes tentáculos como para que la detectaran.
Raquel, ya con 29 años, cayó de nuevo en las redes de esa banda de rufianes. No bajó los brazos y en pocos meses volvió a escapar. Esta vez, decidió contactar con el comisario Julio Alsogaray. En pocas semanas, Alsogaray la llevó ante el juez Manuel Rodríguez Ocampo quien decidió encarar con toda dureza la lucha contra la Zwi Migdal.
Raquel Liberman con sus dos hijos.
Una suave persecución a los mafiosos
Sin dejar de lado la probidad de Alsogaray y Rodríguez Ocampo, la aristocracia argentina de entonces tenía un fuerte desprecio sobre la comunidad judía. Una década atrás, en enero de 1919, la Liga Patriótica había protagonizado el pogromo de Buenos Aires. Se trataba de un grupo parapolicial amparado por hombres de poder que durante la Semana Trágica, además de reprimir y matar huelguistas, decidieron ir al barrio de Once para apalear y matar personas de la comunidad judía.
José Luis Scarsi destaca un dato escalofriante: “Ninguno de los prostíbulos fue vandalizado durante la Semana Trágica”. Además, agrega un elemento que reafirma la “tolerancia” a los proxenetas. Desde 1902, existía en la Argentina la “Ley de Residencia”, una norma que autorizaba al Ejecutivo a expulsar a extranjeros: “Se puso en marcha especialmente con los anarquistas pero no con los rufianes; a lo sumo, deportaron algunos al Uruguay, desde donde podían seguir regenteando sus negocios”.
Es preciso apuntar que tanto la Jebra Kedusha -“Compañía Piadosa” en hebreo, antecesora de la Asociación de Mutuales Israelitas de la Argentina (AMIA)- como la Sociedad Israelita de Protección de Mujeres y Niños fueron de fundamental apoyo en la denuncia iniciada por Raquel Liberman.
El comisario Alsogaray hacía tiempo que estaba tras los pasos de la Zwi Migdal pero debía probar delitos como asociación ilícita ya que el regenteo de prostíbulos y el ejercicio de la prostitución no estaban penados.
Rodríguez Ocampo consideró que esa red cometía una infinidad de delitos y entonces libró orden de detención a unas 400 personas involucradas en la Zwi Migdal. Dictó prisión preventiva para 108 mafiosos y ordenó la captura de unos 300 que habían fugado.
Mientras una parte de la sociedad pretendía inculpar a “la comunidad judía”, la investigación judicial ponía al desnudo una trama que rompía con “la moral pública” en la cual participaban comisarios, políticos y empresarios tanto en Buenos Aires como en otros lugares del país.
Detrás de la “trama polaca” había una sólida red argentina de corruptos. Sin embargo, cuando el expediente llegó a la Cámara de Apelaciones -entre complicidades y tecnicismos que probaran una asociación ilícita- liberó a todos los mafiosos salvo a tres.
Las mujeres sometidas a trata no sumaron su voz a la de Liberman, quien no pudo lograr vivir en paz: unos años después fue víctima de un cáncer de tiroides, fue internada en el Hospital Argerich pero los médicos no pudieron salvarla. Murió a los 34 años, el 7 de abril de 1935.
Liberman fue, como dice Scarsi, una “heroína involuntaria”: su denuncia terminó con esa red mafiosa y poco tiempo después el gobierno puso fin a la prostitución legal en la Argentina. Sin embargo, el negocio de la prostitución ilegal ya existía, se extendió y siguió contando con la complicidad de muchos hombres de poder. Lo único cierto es que esa mujer dejó a dos huérfanos de 14 y 15 años y murió con el estigma de haber sido una prostituta en su breve vida.
La Avellaneda de Barceló
La ciudad de Avellaneda era un feudo. Pujante por ser un foco industrial, con dos clubes de fútbol –Racing e Independiente- fundados en los albores del siglo XX, con el Teatro Roma también inaugurado en esos años, Avellaneda era patrimonio de Alberto Barceló, un político conservador convertido en una aspiradora de cualquier negocio que rindiera plata.
Sin embargo, las investigaciones indican que Barceló no tuvo contacto con los iniciadores de la Varsovia. Es más, en una sesión del Consejo Deliberante se opuso a que se habilitara un predio con ese destino con el argumento de que ya existía un cementerio municipal. Sin perjuicio de ello, al poco tiempo, los rufianes tuvieron su terreno.
Elsa Drucaroff luego de publicar el artículo mencionado más arriba escribió la novela “El infierno prometido” (El Aleph, 2010). En aquella nota señala que la “Varsovia” y “la Asquenasum” (una organización de rufianes de Rusia y Rumania) compraron en conjunto un terreno en condominio y levantar un cementerio. Es muy probable que después o al mismo tiempo hayan tenido su sinagoga en Avellaneda. Rápidamente, claro, pasaron a tener su sede en Buenos Aires, que se mudó dos veces hasta lograr inaugurar el magnífico y elegante palacete de Córdoba al 3200, con sinagoga propia, orgullo absoluto de la organización.
Dentro de la comunidad, a esa red de trata los llamaba los “Tmeiim” (impuros, en idish). El mote lo pusieron los propios judíos provenientes de Europa del Este (Ashkenazim), al igual que los mafiosos. Los Tmeimm, en 1900, compraron un terreno al lado del cementerio municipal de Avellaneda (por entonces se llamaba Barracas al Sud). Allí hicieron un camposanto destinado a los rufianes y a sus familias. La red estableció que sus propias víctimas, las que les generaban las ganancias millonarias, no fueran enterradas allí. Ninguna piedad, pese a que provenían del mismo origen nacional y religioso.
Al lado de este cementerio de “los impuros, apenas separado por un muro, está el Cementerio Israelita de Avellaneda. La porción que quedó ocupada con las tumbas de “los impuros” no se utilizó más y el terreno está enmalezado.
Desmalezar
A principios del siglo XX en Avellaneda se creó el cementerio hebreo marroquí. La Varsovia ocupó un lugar de ese camposanto. Acilba es la asociación de la comunidad que tiene bajo su administración el cementerio, compuesto por 18 fracciones. El “cementerio de los impuros” es la fracción 15 y está separada por una valla. En diálogo, las autoridades de Acilba dijeron que ellos tienen la “custodia, conservación y cuidado de la fracción 15”. A su vez, agregan que en 2017 el Consejo Deliberante de Avellaneda declaró patrimonio histórico ese predio.
En 2015 llegó a la Argentina Elianna Renner, una artista plástica suiza radicada en Bremen, la ciudad portuaria fluvial desde la cual partieron muchas víctimas de la red de trata. Con apoyo de fundaciones para su proyecto de recuperar memorias, Renner pudo acceder al “cementerio de los impuros”. En esa oportunidad, desmalezaron el predio, quedó al descubierto que las lápidas eran de los victimarios y no encontraron registro de las víctimas.
Focalizada en Liberman, Renner dijo haber quedado obsesionada con la historia de que la palabra “impura” fuera asociada a su memoria. Y, más allá de la semántica, con que se supiera que Raquel estuviera enterrada allí pero sin saber en qué lugar. Eso mismo sucede con quién sabe cuántas mujeres que tuvieron el mismo destino.
Renner pudo buscar los rastros de Liberman en los archivos de la Zwi Migdal que están en Jerusalén a partir de su apellido de soltera (Ferber). Pese a la casi certeza, no hubo nunca una certificación oficial de ello.
En los cinco años siguientes, las plantas volvieron a crecer. Cualquiera que entre en la foto satelital que muestra pastos altísimos en ese predio, en la actualidad su aspecto es menos horroroso.
Sin embargo, el problema no son las ramas, sino las ramificaciones con el pasado. Un pasado que siempre está presente. Los centros de memoria, tanto los que honran a las víctimas del Holocausto como las que tratan de preservar la dignidad de quienes fueron víctimas del Terrorismo de Estado en la Argentina, tienen un capítulo más en este cementerio que, desde las malezas, las puertas cerradas y el silencio, mira a la ciudad y a sus habitantes.
El cementerio de Granadero Baigorria y la memoria
El periodista Enrique Grinberg publicó una nota en Nueva Sión en noviembre de 2019 donde relata, entre otras cosas, que en octubre de ese año, tras ser puesto en condiciones, reabrió sus puertas el cementerio de la Unión Hebraica Paganini de Granadero Baigorria, cercano a Rosario. Era “el otro cementerio de los impuros”.
Cabe consignar que ese camposanto fue creado por la red de trata recién en 1933, cuando ya habían caído en desgracia por la denuncia de Liberman y la consecuente quita de personería legal que actuaba de pantalla de la red de trata.
De modo muy elocuente, Grinberg reflexiona acerca de que “esas necrópolis son el testimonio fiel y tangible de que allí yacen restos de los victimarios (…) Los proxenetas enterrados con sus lápidas nos recuerdan también la ausencia de las sepulturas de las víctimas. Estas chicas polacas, que fueron engañadas, explotadas y esclavizadas no tienen un memorial, y es por eso que no podemos permitir que se borre o extinga su memoria, aunque no sepamos ni sus nombres ni conozcamos sus rostros”.
En diálogo con , Grinberg dice que la puesta en valor de ese cementerio fue gracias a la colaboración del municipio.
Respecto de lo que sucede en Avellaneda, destacó “el esfuerzo de José Luis Scarsi, a quien ayudé en algunas oportunidades acompañándolo al cementerio, donde las placas están en hebreo y yo se las pude traducir. José Luis (Scarsi) trabaja para que eso se convierta en un centro de memoria”.
En cuanto al estado de las lápidas “muchas se conservan en buen estado, otras se deteriorado por el paso del tiempo pero también se nota que algunas fueron dañadas de modo deliberado, seguramente porque querían ocultar cosas”.
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