Orgullo: Carlos Malbrán, el médico catamarqueño que luchó contra las epidemias
El jueves 4 de septiembre de 1902 fue un día especial. En el convento de Santo Domingo se exhumaron los restos de Manuel Belgrano, para ser depositados en el mausoleo que se había erigido en su honor. Para la ceremonia del retiro de los despojos se había formado una comisión integrada, entre otros, por los ministros del Interior, Joaquín V. González, y de Guerra, Pablo Ricchieri (que se apropiaron de piezas dentales del prócer que la denuncia pública y la vergüenza los obligaron a devolver). Y también estaba el presidente del Departamento Nacional de Higiene, el doctor Carlos Gregorio Malbrán, que pasaría a la historia como uno de los precursores en la implementación de políticas y programas de salud pública en nuestro país.
Este catamarqueño, había nacido en Andalgalá, en 1862 y a los 25 años egresó de la Facultad de Medicina. Entre 1883 y 1885 fue practicante en el Hospital San Roque (hoy Ramos Mejía), y su tesis “La patología del cólera” lo instalaría como un referente en investigación bacteriológica. No alcanzó a obtener su título de doctor cuando fue comisionado para colaborar en la lucha contra la epidemia de ese flagelo que se había desatado, por segunda vez, en Mendoza.
Intercalando su labor en diversos hospitales, se propuso mejorar las condiciones de salud pública. Fue miembro del Comité de Limpieza de la Ciudad de Buenos Aires, inspector técnico de Higiene de la Municipalidad porteña y jefe del Departamento Nacional de Higiene. En un precario instituto, que funcionaba en dos habitaciones cedidas por la Prefectura General de Puertos en su edificio de la calle 25 de Mayo, Malbrán realizaba sus estudios.
Realizó un viaje a Europa donde investigó con los mejores especialistas el uso de sueros antituberculosos y antidiftéricos. De la misma manera, en el Paraguay se dedicó a implementar una campaña para combatir la epidemia de peste bubónica que azotaba a ese país.
Funcionario sanitario
Sus conocimientos y experiencias lo llevaron a presidir conferencias internacionales sobre malaria y lepra. Y a fin de enero de 1900 fue nombrado presidente del Departamento Nacional de Higiene.
Asumía en una institución un tanto desprestigiada por la floja gestión de su antecesor, Eduardo Wilde, que si bien era médico también era político. Y el presidente Julio A. Roca, rápido de reflejos, reemplazó a su amigo por un profesional con trayectoria de investigación. Al parecer, su nombramiento vino en el momento justo, ya que la revista Caras y Caretas publicó que a Malbrán “lo habilitan para lograr sus propósitos e imprimir al Departamento de Higiene un carácter de que hasta hoy ha carecido por falta de rumbos claros”. Malbrán fue descripto como “uno de los médicos jóvenes del país que más se ha distinguido en estos últimos tiempos por su preparación y su actividad”.
Leyes claves
El país carecía de una ley nacional de sanidad. Logró la sanción, en 1902, de la Ley de Defensa Sanitaria que establecía la ampliación de la injerencia del Estado en todo el país en caso de una epidemia. Y el 27 de agosto de 1903 por la ley 4202 establecía la vacunación y revacunación obligatoria, aunque restringida a la Capital y a los territorios nacionales.
A esa altura, Malbrán era profesor en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, en donde llegaría a ser vicedecano. Hasta 1920 estaría al frente de la cátedra de Bacteriología, que él mismo había creado en 1897. Sería el principal difusor, en nuestro país, de la teoría microbiana del químico francés Louis Pasteur, que sostenía que los gérmenes provocaban enfermedades.
Malbrán tenía en mente la adopción de medidas de higiene preventiva para poner al país en alerta ante una epidemia. Entendía que el desafío era la investigación de sueros y vacunas, más aún cuando el país había sido severamente golpeado por epidemias de cólera, fiebre amarilla y peste bubónica.
Nace el Instituto
Logró que le cedieran terrenos sobre la avenida Vélez Sarsfield, en el barrio de Barracas, en un predio donde en 1871 habían enterrado a residentes ingleses, víctimas de la fiebre amarilla. Ahí levantaría el Instituto de Bacteriología y Conservatorio de Vacunas. No es de extrañar que la piedra fundamental se haya colocado en 1904, pero recién se inauguraría el 10 de julio de 1916, aunque había comenzado a funcionar, en forma provisoria, en 1914.
Malbrán renunció a la dirección del Departamento Nacional de Higiene en 1910, cuando resultó electo senador por Catamarca. Lo sucedió el doctor José María Penna.
En el Instituto, se construirían varios pabellones, destinados a la conservación de vacunas, a laboratorios y establos para el estudio de enfermedades pestíferas. En dicho instituto se formaron miles de prestigiosos profesionales, y por sus laboratorios pasaron, entre otros, los premios Nobel de Medicina Bernardo Houssay y César Milstein.
Malbrán falleció el 1 de agosto de 1940. Su co-provinciano, el vicepresidente Ramón Castillo, fue el que propuso, en 1941 que el instituto llevase su nombre. El, en definitiva, es el responsable de que hoy sea popularmente conocido como “el Malbrán”, un apellido que, más que referenciar a una persona, es una marca registrada de salud pública.
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