domingo, 3 de mayo de 2020
LITERATURA
Reescribir los clásicos, una tentación que insiste a lo largo del tiempo
Salman Rushdie se inspiró en el Quijote para su última novela, en la que un personaje similar al cervantino, aunque bien contemporáneo, sale en busca de un amor inalcanzable; un fenómeno que tiene antecedentes, de la Odisea a Robinson Crusoe
De modo similar a autores que recrearon la Odisea o Robinson Crusoe, Salman Rushdie se inspiró en el Quijote para su última novela
El gran novelista de origen indio Salman Rushdie (Mumbai, 1947) enmarca esta vez a sus personajes, herederos de la tradición picaresca en la era digital, en el universo de una de las obras maestras de la literatura: el Quijote de Miguel de Cervantes. como tantos otros narradores, de Laurence Sterne a Graham Greene, y de Benito Pérez Galdós a Jorge Luis Borges, el perseguido escritor indio-británico también fue hechizado por las magias parciales de la novela cervantina. así como el español atribuyó la historia de Alonso Quijano al árabe Hamete Benengeli, Rushdie introduce a un escritor de novelas de espionaje, Sam Duchamp, como artífice de la historia subrogada. También de origen indio, como los protagonistas y la inmensa mayoría de los personajes que habitan la novela dentro de la novela, el escritor de género se quiere reivindicar con un proyecto tan vehemente como desmedido. como en espejo, esas dos cualidades también definen el Quijote de Rushdie.
El héroe de esta versión es Ismail Smile, viajante de ventas de una empresa farmacéutica que recorre Estados Unidos en su chevrolet cruze, acompañado por su hijo Sancho (nacido gracias a un truco de partogénesis) a la conquista de un fin último: el amor de Salmar, actriz india consagrada en territorio estadounidense primero como protagonista de una serie de espionaje y contraespionaje (antirrusa, desde ya) y luego como la sucesora de Oprah Winfrey en la televisión. otra vez, como en su premiada novela Hijos de la medianoche, rushdie vuelve de la mano de sus personajes al mundo de la infancia, en una Bombay efervescente, refinada y machista.
Duchamp ambienta la historia de Smile en la Era Donde puede pasar Todo: “Una mujer podía enamorarse de un cochinillo, o un hombre ponerse a vivir con un búho. Una inundación podía ahogar tu ciudad. Un tornado se te podía llevar la casa a una tierra lejana donde, al aterrizar, aplastaras a una bruja. los criminales se podían convertir en reyes y los reyes ser desenmascarados como criminales”. El consumo de drogas legales e ilegales, la xenofobia, la discriminación (y los pedidos públicos de disculpas por ambas), Facebook, la pertinacia de las ofensas entre familiares, la presencia de una Tercera persona (Dios, la conciencia o el autor detrás del autor), las noticias falsas y también los reality shows sensacionalistas forman parte, de manera central o tangencial, de las andanzas del caballero y su cínico descendiente, el joven Sancho. Quijote es una revisión cómica, a veces satírica y a veces tierna, del catálogo de usos y costumbres de la vida contemporánea.
Rushdie no es el primero en apropiarse de historias célebres imaginadas por otros para recrearlas en clave realista, grotesca, sentimental y aun perversa. Ya lo hicieron antes escritores de todos los tiempos. James Joyce retomó la Odisea homérica para escribir Ulises. Thomas Mann rememoró el Fausto de Goethe en Doktor Faustus.
J.M. Coetzee y Michel Tournier reescribieron, a sus modos, Robinson Crusoe, de Daniel Defoe, en Foe y Viernes o los limbos del Pacífico, respectivamente.
En Viernes, el Robinson de Tournier, los papeles se invierten. En él, ya no es robinson crusoe el que civiliza a Viernes, sino que este lo adentra en los placeres de la vida salvaje. El final de la historia de esta pareja alcanza el punto máximo de distanciamiento de la novela de Defoe: es Viernes el que regresa a Inglaterra en una goleta, mientras que el otro se queda en la isla. Una reescritura similar realiza Miguel de Unamuno con el Quijote.
En la argentina, Borges apeló tanto a la Biblia como al Martín Fierro (y al Quijote); antonio Di Benedetto, a la literatura gauchesca y Fogwill, al Orlando de Virginia Woolf. con su Quijote, Rushdie cierra una trilogía de “hipertextos” integrada por Dos años, ocho meses y veintiocho días (donde transfigura Las mil y una noches en una especie de guion de film de superhéroes) y La decadencia de Nerón Golden, ficción política alumbrada por la temblorosa luz distante de El Gran Gatsby. la literatura se alimenta de literatura y los escritores no temen dejar rastros de las obras preexistentes; a veces, más bien todo lo contrario, porque la invocación de un libro ajeno y memorable traslada algo de ese aura al nuevo texto. no sería justo decir que ese es el efecto que ha intentado obtener Rushdie, que debe su propia fama al talento que tiene para contar historias.
Sobre todo en España, tierra natal del Quijote, se criticó con aspereza la estructura episódica de la novela de Rushdie, que en verdad imita (como corresponde a todo homenaje) la del original. Es como si se le criticara a un ejercicio intertextual de la literatura borgeana la presencia de hipálages o a una parodia de césar aira, encadenamientos de digresiones. Mientras en un plano de la novela se desarrollan las aventuras de Smile y su hijo, que avanzan desde un parque estatal en colorado hasta la ciudad de nueva York, se narra el drama íntimo entre Duchamp y su hermana, abogada defensora de derechos humanos y nombrada baronesa en una inglaterra pese a todo habitable para una emigrada de tez oscura. “Ser abogada en tiempos sin ley era como ser payaso entre gente sin sentido del humor: es decir, o era completamente redundante o bien completamente esencial”, reflexiona Hermana mientras bebe su martini.
Rushdie se concentra en tres fuerzas de la novela de Cervantes: el espíritu corrosivo de la comedia, el trastrocamiento de la realidad por la ficción y el heroísmo moral del héroe que, en sentido estricto, es un antihéroe. El anciano Smile, lunático, inmigrante asiático en la nación gobernada por Donald Trump y, para colmo, enamorado de una estrella de la televisión (bipolar y adicta a la oxicodona, es verdad, pero ¿quién es perfecto?), gobierna la energía provista por el buen conocimiento de los clásicos y la retórica para cumplir su misión. “En la vejez te desprendes de las ideas dominantes de tu época”, le dice a Sancho. El Quijote de Rushdie crea su propio verosímil y, de aventura en aventura, y de de gag en gag, avanza hacia una apoteosis donde es el libro, en vez del autor o los personajes o los modelos literarios o las épocas, el que sabe y contiene todo, incluso el olvido.
D. G.
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