El shock del futuro próximo pasado
El futuro a corto plazo es esta línea que se lee como presente ahora, en este instante preciso, y está a punto de convertirse en pasado. Su condición de soporte fijo, que quede escrita, permite reeditar la experiencia todas las veces que se quiera, pero esa acción difiere con claridad de ese otro futuro a mediano plazo, complejo, incognoscible como una página en blanco: lo que vendrá.
Las preocupaciones por el mañana son milenarias, como lo demuestran tantos profetas de antaño, pero la ansiedad claustrofóbica de estas semanas parece haberle agregado una certeza incontrovertible: la de que, una vez superado el trance pandémico, el mundo cambiará para siempre, ya sea porque se volverá más digital, o más ecológico, o más atento y cerrado sobre sí mismo. Nada garantiza tanto vaticinio. La mejor prueba: si en diciembre de 2019 se hubiera anunciado que el planeta pronto estaría en cuarentena y paralizado el candidato a vidente hubiera sido desacreditado como ¿lunático? ¿paranoico? Cada lector puede pasar por la aventura de elegir su propio adjetivo.
En términos absolutos, sobre el futuro solo podemos equivocarnos. En uno de sus muchos libros ( Cumpleaños ) César Aira señaló uno de los problemas de la anticipación: hablando de H.G. Wells, recuerda cómo el escritor inglés fue capaz de pintar una sociedad del siglo XXII llena de ventajas tecnológicas, pero ni por un momento se le había ocurrido prever que los hombres podían no usar ya bastón y sombrero. Habla de literatura, pero el defecto puede extenderse a todos los cristales que nos obligan a mirar de manera limitada.
Encuentro un ejemplo similar, aunque menos notorio, en un libro de infancia -muchas más ilustraciones que texto, según comrpueblo al abrirlo- que hace un racconto histórico de la humanidad. El último capítulo está dedicado al futuro. La imagen es un living colorido y psicodélico heredado sin escalas de Odisea en el espacio . De una pared cuelga una inmensa pantalla televisiva tripartita que, salteándose las ventajas del control remoto que debía ser por entonces inminente, obliga a ver varios programas al mismo tiempo. Algunas raras botoneras pueden pasar por computadoras, pero nada deja vislumbrar la simplicidad revolucionaria de Internet. El párrafo que cierra el libro merece un premio: garantiza que en el siglo XXI se podrá producir lluvias donde se necesite e incluso hacer fructificar, no se sabe cómo, los desiertos.
Tal vez a la infancia de hace unas décadas todavía se la maltratara con mala información, pero habría que ver de todos modos qué resta hoy de (si se permite el oxímoron) clásicos transitorios como El shock del futuro , aquel best-seller de Alvin Toffler que a comienzos de los años setenta proyectaba con espectacularidad cuál sería el impacto de la tecnología en las sociedades. Toffler era un futurólogo, no un adivino, aunque por momentos pueda parecerlo. Predijo la importancia de la sociedad del conocimiento y la proliferación informativa, que habría nuevos métodos reproductivos, pero también que las ciudades se vaciarían y que más pronto que tarde se desarrollarían colonias espaciales y ciudades subacuáticas. ¿Qué tendría que decir hoy del aislamiento social? Lo presagió, al parecer, pero de manera distinta: imaginó que la mayoría tendría una profunda incapacidad para adaptarse a tanto cambio vertiginoso.
La idea de que el futuro está a la vuelta de la esquina deja en segundo plano otro dato evidente: que el catalizador de la situación actual, el nuevo Coronavirus, puede asociarse a epidemias del pasado. Una, la gripe española, tan citada en diversas notas, que asoló a medio planeta hacia finales de la Primera Guerra Mundial, ocurrió hace apenas un siglo. Futurista es sobre todo el efecto, la rápida velocidad de distribución del virus en un mundo hiperconectado, las calles vacías, como de película posapocalíptica, la sobreinformación. Los recursos sanitarios y tecnológicos se revelan limitados e incluso la solución temporaria es histórica: ¿hay algo más anticuado que una cuarentena? Nos preguntamos por el futuro, justamente, porque el mundo se detuvo y estamos obligados al presente y sus repeticiones. El retorno al tiempo que progresa está de momento allá lejos a la espera de ser rehabilitado. También el porvenir, que a diferencia del futuro a secas, tiene una dimensión social.
"Tratar de cartografiar nuestros mañanas con la ayuda de datos provistos por nuestros ayeres significa ignorar el elemento básico del futuro, que es su completa inexistencia", escribió Vladimir Nabokov en una línea perdida de Barra siniestra .
Que Barra siniestra sea la más floja de las novelas de un autor que solo escribió novelas perfectas es un dato incidental. Quizá resulte más importante que la idea figure en su obra más distópica, su 1984 personal. La obsesión por el futuro era en su libro sinónimo de autoritarismo.
P. B. R.
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