lunes, 4 de enero de 2021

DELIRIOS Y PENSAMIENTOS LOCOS


La socialdemocracia imaginaria de Alberto



Marcelo Gioffré Escritor, periodista y jurista


Antonio Berni pasó por el surrealismo en los tempranos años 30, con lo que escandalizó al breve gobierno fascista de José Félix Uriburu; frecuentó el arte social con enormes pinturas sobre arpillera a partir de 1934; y las obras de Juanito Laguna y Ramona Montiel empalmaron con el nacimiento de las villas miseria, incorporando texturas y residuos industriales que saltan del plano de la tela y adquieren una dimensión política: nos hablan del posperonismo, con su pasaje de la pobreza a la miseria.
Berni adhirió durante muchos años al Partido Comunista, lo que le valió sanciones durante el primer peronismo, pero en 1981 pareció dar un giro, de lo que da cuenta una anécdota poco conocida. El teléfono sonó en la casa de Juan José Sebreli: Berni lo invitaba a tomar el té. Lo que hizo más increíble el encuentro fue el escenario, un departamento en Santa Fe y Libertad, arriba de lo que por aquel entonces era la confitería Fénix, que había pertenecido nada menos que a John William Cooke, aquel aristócrata que resignificó el peronismo en clave izquierdista. La vajilla también pertenecía a esa estirpe pituca: era inglesa. Allí vivía la hermana de la mítica Alicia Eguren, que había sido la mujer de Cooke. Berni, que tenía un vínculo estrecho con esa hermana pintoresca, cuando debía realizar una reunión más o menos secreta echaba mano a ese reducto.
Hablaron allí un rato de bueyes perdidos hasta que el pintor lanzó su propuesta. Quería sumarlo (pensando tal vez en ese peronismo fugaz e imaginario que Sebreli compartió con Oscar Masotta y Carlos Correas en los 50) a un nuevo movimiento político, para el que estaba reclutando intelectuales. Mencionó a uno que ya había aceptado el convite: Osvaldo Lamborghini.

No pudo ser mayor el asombro cuando, ante la pregunta de Sebreli sobre quién sería el líder de ese nuevo movimiento, Berni respondió: el almirante Massera. Y mayor aún cuando definió políticamente al marino: ¡un auténtico socialdemócrata!
Alguna corroboración indiciaria parece surgir de la monumental biografía que Ricardo Strafacce hizo de Lamborghini, cuando señala que su biografiado, por esa época, entró en contacto con una agencia de publicidad vinculada al flamante partido de Massera. Al poco tiempo Berni se atragantó con un hueso de pollo, fue a parar a un sanatorio y una mala praxis segó su vida, con lo cual el proyecto naufragó. En esa apropiación estrafalaria de la idea de socialdemocracia se cifra un vicio recurrente de nuestra política: ¿cómo podía pensarse que un dictador nacionalista podía tener algo que ver con el liberalismo de izquierda?
También Alberto Fernández osó definirse como un liberal de izquierda. Así lo cataloga asimismo Guillermo Moreno, pero su error consiste en usar la categoría como insulto. Hay periodistas tan conspicuos como candorosos que “compran” esa tramposa retórica presidencial. Reforzó Fernández la pose teatral al intentar apropiarse de Raúl Alfonsín en su discurso inaugural. Solo le faltó a su utilería descarada usar terno y unir las manos hacia un costado.
Pero ¿cómo empalmarían en esa imaginaria socialdemocracia de Alberto los elogios a Gildo Insfrán y Hugo Moyano, sus dirigentes político y sindical preferidos y ejemplares? ¿Con qué credenciales podría vincularse al liberalismo después de romper todas las leyes del mercado? ¿Cómo le creeríamos cuando ha dictado normas que suspendieron la vida privada? ¿Cómo, cuando la presión sobre los jueces es escandalosamente impúdica? No les importa: para el populismo no hay lógica que valga.
Tanto el socialismo como el neoliberalismo, ambos a secas, han fracasado; el primero implosionó con la caída del Muro de Berlín, el segundo comenzó a caer con el atentado a las Torres Gemelas y se derrumbó con la Primavera Árabe. En este último sentido es muy sintomática la deriva del filósofo hegeliano Francis Fukuyama: convencido del triunfo total del neoliberalismo, en los años 90 escribió 
El fin de la historia, luego dudó en los 2000, y en 2018 escribió Identity, libro revelador en el que sostiene la necesidad de respetar la dignidad del ser humano como tal, única forma de evitar que los populismos capten a los perdedores del mercado con ofertas políticas de resentimiento.
Hoy el mundo se reparte entre dos ideologías: el populismo de derecha y el liberalismo de izquierda. Como se ve, izquierda y derecha se emplean solo como adjetivos. Trump, Bolsonaro, Viktor Orban, Vladimir Putin, Duda, Modi, Erdogan o Le Pen encarnan el populismo de derecha. ¿Dónde se inscriben Cristina Kirchner, el chavismo, Evo Morales o Pablo Iglesias? Ahí mismo. Disfrazados de izquierda, gozan de los mismos rasgos distintivos que los populistas de derecha: capitalismo de amigos, restricción de las libertades individuales, desprecio por lo institucional y uso clientelar de las demandas insatisfechas.
Del otro lado está el incipiente liberalismo de izquierda, encarnado en Barack Obama, en Angela Merkel (a pesar de ser creyente), en Jacinda Ardern, en Justin Trudeau, en Luis Lacalle Pou o en Mette Frederiksen. Esta tentativa de encastrar las tres piezas, mercado, Estado y sociedad, es el único anticuerpo para que lo social no termine frustrando el progreso del mercado. Podríamos sintetizar esos anticuerpos compensatorios en cuatro premisas: educación pública, salud pública, seguridad en el espacio público y control de externalidades. Pero si nos apuran podríamos ir hacia una única premisa: que el perdedor del mercado no nos sea irrelevante en tanto par.



En un libro de reciente aparición que escribí junto a Juan José Sebreli, el último capítulo aborda desde la filosofía política el liberalismo de izquierda e intenta ser nuestro aporte en busca de un porvenir para el mundo y para la Argentina. Rastrear qué oferta es más porosa a estas ideas, poniendo en evidencia a los falsificadores, es la gran tarea.
Hoy el mundo se reparte entre dos ideologías: el populismo de derecha y el liberalismo de izquierda. Como se ve, izquierda y derecha se emplean solo como adjetivos

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