Energía para el federalismo
Fabio J. Quetglas
La federalización y los biocombustibles
Alfredo Sábat
Una visión pobre del federalismo es reducirlo al reparto de recursos fiscales.
Nuestros padres fundadores diseñaron nuestro federalismo en la convicción de que cada territorio del país debía gozar de las ventajas y responsabilidades del autogobierno, y que una razonable relación entre la Nación y las provincias permitiría condiciones de ciudadanía similares en todo el país. Hemos fracasado. Un porcentaje de la responsabilidad es ignorar los impactos territoriales de la política económica que se diseña. Actuamos como si el territorio fuera homogéneo.
Ahora bien, en 2006 se sancionó una ley de biocombustibles. El sentido de la norma era claro: responder a la recomendación de los expertos de diversificar la matriz energética. Lo han hecho aun potencias petroleras muy maduras. Alinearnos con objetivos ambientales urgentes en materia de emanaciones. Aprovechar las posibilidades de nuestra geografía agregando valor a la producción de granos o caña de azúcar.
Los instrumentos usados son dos: un pequeño diferencial en los derechos de exportación (2% menos en el biodiésel que en el aceite de soja, su materia prima) y un “corte” obligatorio para nuestros combustibles líquidos y así garantizar un piso de demanda, como lo han hecho otros Estados.
Como resultado de esa ley se invirtieron en la Argentina más de 2000 millones de dólares. Las empresas exportadoras de granos instalaron plantas importantes en las zonas portuarias mirando el mercado externo, cooperativas y empresas de mediano porte surgieron en toda la extensión pampeana buscando atender al “corte” previsto por la ley para los combustibles líquidos de consumo local, y pequeñas empresas se constituyeron para aprovechar la combinación que surge de la posibilidad de producir “de modo circular” energía y proteínas animales. Más allá de algunas idas y venidas, estos 15 años de política sostenida generaron un tejido empresarial disperso en el territorio que da trabajo a 20.000 argentinos y argentinas (con excepción del quebranto a la economía azucarera, hoy el etanol de caña es el 35% de la facturación de esa industria) que mejoró nuestros estándares ambientales y ha exportado con éxito no solo biocombustibles, sino también asistencia técnica y tecnología desarrollada en la Argentina.
El debate energético es complejo. A las usuales reflexiones en términos de sostenibilidad (fuentes energéticas más o menos limpias), economicidad (fuentes más baratas o caras de generar) y disponibilidad (más fáciles o difíciles de almacenar), hay que sumarles el “impacto territorial” de la matriz energética que se impulse y las limitaciones futuras con relación a los recursos no renovables. Sería absurdo pensar que Toyota quiere impresionar al mundo en las Olimpíadas con un auto oficial de Tokio propulsado a hidrógeno verde (a base de etanol) si pensáramos que el futuro son los combustibles fósiles. La propia industria petrolera es consciente de que los usos del petróleo serán cada vez más restringidos.
La Argentina debe desarrollar Vaca Muerta porque es un recurso disponible que puede potenciar nuestra economía, generar empleos y ayudarnos decididamente a resolver nuestra histórica falta de dólares, pero su desarrollo no debe hacerse a expensas de una cadena de valor que en apenas 15 años mostró todo el potencial que la Argentina puede desplegar en su extensa geografía. Solo la calidad institucional, la transparencia y la selección de buenos instrumentos de política económica pueden, como lo hace EE.UU., permitir una expansión de la inversión y generar soluciones energéticas para alcanzar una matriz diversificada, sostenible, suficiente y eficiente.
La construcción de un federalismo que no sea mendicante nos obliga a pensar el territorio. Hoy el precio de las commodities ensucia el debate, pero decidir en función de una coyuntura puede generar efectos irreversibles. Mañana puede ser el precio del petróleo el que se dispare.
Todas las industrias, sobre todo aquellas cuyas inversiones no generan retornos inmediatos, necesitan de un Estado que tome decisiones informadas y con criterio previsor. Los biocombustibles son una enorme oportunidad para la Argentina si legislamos con visión y nos permitimos enfrentar la complejidad sin clichés ni frases hechas. No tendremos un verdadero federalismo si a cada oportunidad de generación de valor le oponemos un bloqueo institucional coyunturalista.
Los biocombustibles y la bioeconomía en general pueden ser la energía que necesita nuestro federalismo para cumplir con el sueño de nuestros constituyentes.
Diputado nacional - UCR / Juntos por el Cambio. Provincia de Bs. As.
Una visión pobre del federalismo es reducirlo al reparto de recursos fiscales.
Nuestros padres fundadores diseñaron nuestro federalismo en la convicción de que cada territorio del país debía gozar de las ventajas y responsabilidades del autogobierno, y que una razonable relación entre la Nación y las provincias permitiría condiciones de ciudadanía similares en todo el país. Hemos fracasado. Un porcentaje de la responsabilidad es ignorar los impactos territoriales de la política económica que se diseña. Actuamos como si el territorio fuera homogéneo.
Ahora bien, en 2006 se sancionó una ley de biocombustibles. El sentido de la norma era claro: responder a la recomendación de los expertos de diversificar la matriz energética. Lo han hecho aun potencias petroleras muy maduras. Alinearnos con objetivos ambientales urgentes en materia de emanaciones. Aprovechar las posibilidades de nuestra geografía agregando valor a la producción de granos o caña de azúcar.
Los instrumentos usados son dos: un pequeño diferencial en los derechos de exportación (2% menos en el biodiésel que en el aceite de soja, su materia prima) y un “corte” obligatorio para nuestros combustibles líquidos y así garantizar un piso de demanda, como lo han hecho otros Estados.
Como resultado de esa ley se invirtieron en la Argentina más de 2000 millones de dólares. Las empresas exportadoras de granos instalaron plantas importantes en las zonas portuarias mirando el mercado externo, cooperativas y empresas de mediano porte surgieron en toda la extensión pampeana buscando atender al “corte” previsto por la ley para los combustibles líquidos de consumo local, y pequeñas empresas se constituyeron para aprovechar la combinación que surge de la posibilidad de producir “de modo circular” energía y proteínas animales. Más allá de algunas idas y venidas, estos 15 años de política sostenida generaron un tejido empresarial disperso en el territorio que da trabajo a 20.000 argentinos y argentinas (con excepción del quebranto a la economía azucarera, hoy el etanol de caña es el 35% de la facturación de esa industria) que mejoró nuestros estándares ambientales y ha exportado con éxito no solo biocombustibles, sino también asistencia técnica y tecnología desarrollada en la Argentina.
El debate energético es complejo. A las usuales reflexiones en términos de sostenibilidad (fuentes energéticas más o menos limpias), economicidad (fuentes más baratas o caras de generar) y disponibilidad (más fáciles o difíciles de almacenar), hay que sumarles el “impacto territorial” de la matriz energética que se impulse y las limitaciones futuras con relación a los recursos no renovables. Sería absurdo pensar que Toyota quiere impresionar al mundo en las Olimpíadas con un auto oficial de Tokio propulsado a hidrógeno verde (a base de etanol) si pensáramos que el futuro son los combustibles fósiles. La propia industria petrolera es consciente de que los usos del petróleo serán cada vez más restringidos.
La Argentina debe desarrollar Vaca Muerta porque es un recurso disponible que puede potenciar nuestra economía, generar empleos y ayudarnos decididamente a resolver nuestra histórica falta de dólares, pero su desarrollo no debe hacerse a expensas de una cadena de valor que en apenas 15 años mostró todo el potencial que la Argentina puede desplegar en su extensa geografía. Solo la calidad institucional, la transparencia y la selección de buenos instrumentos de política económica pueden, como lo hace EE.UU., permitir una expansión de la inversión y generar soluciones energéticas para alcanzar una matriz diversificada, sostenible, suficiente y eficiente.
La construcción de un federalismo que no sea mendicante nos obliga a pensar el territorio. Hoy el precio de las commodities ensucia el debate, pero decidir en función de una coyuntura puede generar efectos irreversibles. Mañana puede ser el precio del petróleo el que se dispare.
Todas las industrias, sobre todo aquellas cuyas inversiones no generan retornos inmediatos, necesitan de un Estado que tome decisiones informadas y con criterio previsor. Los biocombustibles son una enorme oportunidad para la Argentina si legislamos con visión y nos permitimos enfrentar la complejidad sin clichés ni frases hechas. No tendremos un verdadero federalismo si a cada oportunidad de generación de valor le oponemos un bloqueo institucional coyunturalista.
Los biocombustibles y la bioeconomía en general pueden ser la energía que necesita nuestro federalismo para cumplir con el sueño de nuestros constituyentes.
Diputado nacional - UCR / Juntos por el Cambio. Provincia de Bs. As.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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