Cristina Kirchner, de dueña a rehén de la pobreza
El país que luego del frustrado intervalo macrista volvió a ser gobernado por el kirchnerismo también parece atrapado en su propio desatino; y corre el riesgo de quedar preso del interés de hacer de la pobreza un capital político antes que un doloroso problema a resolver
Sergio Suppo
Nueve meses atrás, el triste final de Diego Maradona se convirtió en una cruel pero imperfecta metáfora del drama que arrastra al país. El largo desbarranque del ídolo puede representar el empobrecimiento paulatino pero imparable de la Argentina gobernada por el kirchnerismo.
Como el 10, el país que vota y vuelve a votar por Cristina Kirchner y por los candidatos que propone quedó preso de sus propios desatinos. La metáfora sirve si se acepta que, perdido por su adicción (una enfermedad, no una conducta), Maradona fue cambiando de compañías a medida que los grupos que lo rodeaban en distintos momentos de su vida se iban cansando o trataban de ponerle trabas a su descontrol.
"Era una tragedia con un final predecible lo que cómplices y advenedizos presentaban como una comedia"
De tanto renovar supuestos amigos y colaboradores, en los últimos años Diego empezó a depender de ellos hasta perder el dominio de sí mismo. Otros empezaron a decidir por él, al extremo de que varias causas judiciales intentan establecer si esos otros empezaron a hacer negocios en su nombre para beneficiarse ellos.
Sospechas de manejos turbios y hasta mafiosos habitan en la reconstrucción de los últimos años del exjugador, a veces retratadas como una forma divertida y transgresora de ser argentino.
Era una tragedia con un final predecible lo que cómplices y advenedizos presentaban como una comedia.
El país que luego del frustrado intervalo macrista volvió a ser gobernado por el kirchnerismo también parece atrapado en su propio desatino. Y corre el riesgo de quedar preso del interés de hacer de la pobreza un capital político antes que un doloroso problema a resolver.
Extremado hasta la exageración de una ironía, la política argentina dejó de preguntarse qué hacer con la pobreza para indagarse sobre qué podrán hacer los pobres con el país. Las próximas mediciones indicarán que casi la mitad de los argentinos quedaron en esa situación.
Es esa mayoría la que pretende ser expresada por intermedio de supuestos representantes que desde hace años se afirman como intermediarios entre el Estado que da y el desesperado que necesita. En el camino se quedan cifras millonarias que sirven en forma cada vez más visible para construir poder y hasta autonomía respecto del mando kirchnerista.
A la evolución de la pobreza hay que agregar un dato más inquietante que proyecta el futuro: casi dos tercios de los niños y adolescentes son hijos de familias carecientes en los grandes centros urbanos que rodean la Capital Federal, Córdoba y Rosario.
Allá lejos, el peronismo nació como la representación de los descamisados, pero en verdad su base, sobre la que Juan Perón organizó su movimiento, eran obreros industriales sindicalizados. El mito de Eva Perón abanderada de los humildes fue construido con ayudas complementarias a personas que en general tenían un trabajo formal.
Es sobre la idea de una movilidad ya establecida como herencia de la Argentina construida por la Generación del 80 que el peronismo edificó su supervivencia. El proyecto nacional de que los hijos podrían estar mejor que los padres venía de antes y Perón simuló haberlo inventado.
Hace ya muchos años que aquella representación original del justicialismo está en crisis, pero nunca como ahora es evidente que el núcleo mayoritario del kirchnerismo que heredó al peronismo ya no son los trabajadores organizados, sino los que carecen de empleo, viven en la hostil informalidad de una ocupación precaria y esperan que el Estado les pague un salario mínimo todos los meses.
La pandemia parece más una excusa que un argumento para explicar el desbarranque sin límites
No había planes sociales en el primer peronismo y no los hubo después, hasta que el cambio de siglo y el derrumbe de la convertibilidad desataron la necesidad de una ayuda permanente.
Esa ayuda fue instalada por el kirchnerismo, pero no hubo sector político relevante que negara su necesidad. Nadie creyó entonces que lo circunstancial se convertiría en permanente. Peor, nadie siquiera pensó que el fracaso de las sucesivas gestiones detonaría un país en el que la pobreza es mayoritaria.
El país que luego del frustrado intervalo macrista volvió a ser gobernado por el kirchnerismo también parece atrapado en su propio desatino. Y corre el riesgo de quedar preso del interés de hacer de la pobreza un capital político antes que un doloroso problema a resolver.
Extremado hasta la exageración de una ironía, la política argentina dejó de preguntarse qué hacer con la pobreza para indagarse sobre qué podrán hacer los pobres con el país. Las próximas mediciones indicarán que casi la mitad de los argentinos quedaron en esa situación.
Es esa mayoría la que pretende ser expresada por intermedio de supuestos representantes que desde hace años se afirman como intermediarios entre el Estado que da y el desesperado que necesita. En el camino se quedan cifras millonarias que sirven en forma cada vez más visible para construir poder y hasta autonomía respecto del mando kirchnerista.
A la evolución de la pobreza hay que agregar un dato más inquietante que proyecta el futuro: casi dos tercios de los niños y adolescentes son hijos de familias carecientes en los grandes centros urbanos que rodean la Capital Federal, Córdoba y Rosario.
Allá lejos, el peronismo nació como la representación de los descamisados, pero en verdad su base, sobre la que Juan Perón organizó su movimiento, eran obreros industriales sindicalizados. El mito de Eva Perón abanderada de los humildes fue construido con ayudas complementarias a personas que en general tenían un trabajo formal.
Es sobre la idea de una movilidad ya establecida como herencia de la Argentina construida por la Generación del 80 que el peronismo edificó su supervivencia. El proyecto nacional de que los hijos podrían estar mejor que los padres venía de antes y Perón simuló haberlo inventado.
Hace ya muchos años que aquella representación original del justicialismo está en crisis, pero nunca como ahora es evidente que el núcleo mayoritario del kirchnerismo que heredó al peronismo ya no son los trabajadores organizados, sino los que carecen de empleo, viven en la hostil informalidad de una ocupación precaria y esperan que el Estado les pague un salario mínimo todos los meses.
La pandemia parece más una excusa que un argumento para explicar el desbarranque sin límites
No había planes sociales en el primer peronismo y no los hubo después, hasta que el cambio de siglo y el derrumbe de la convertibilidad desataron la necesidad de una ayuda permanente.
Esa ayuda fue instalada por el kirchnerismo, pero no hubo sector político relevante que negara su necesidad. Nadie creyó entonces que lo circunstancial se convertiría en permanente. Peor, nadie siquiera pensó que el fracaso de las sucesivas gestiones detonaría un país en el que la pobreza es mayoritaria.
El kirchnerismo siempre fijó su núcleo duro de votantes en esa legión creciente de trabajadores sin trabajo que dependen del Estado aun en contra de su voluntad y que componen sus ingresos con una parte del aporte público y otra de changas y empleos insuficientes.
Cristina Kirchner dejó en esa situación a un tercio de los argentinos luego de dilapidar los ingresos de los mejores años de las commodities agropecuarias. Nunca se atrevió a pensar y hacer un país fuera de su lógica binaria de pobres buenos y ricos malos.
Después de la inflación de Macri y de la “no política” económica de Alberto Fernández, el remedio a la situación social es multiplicar hasta cubrir a más del 80% de la población con ayuda social.
La pandemia parece más una excusa que un argumento para explicar el desbarranque sin límites que, sin embargo, no frena las tensiones que empezaron a estallar en el propio oficialismo por el control político de los pobres.
En un país sobrecargado de intermediaciones que encarecen y distorsionan la capacidad productiva, lo que en realidad se está discutiendo es la administración de la ayuda a los pobres.
El control de esos fondos es, en la desesperación de depender de una ayuda, el control por el sometimiento de millones de personas. A Cristina Kirchner le han nacido varias organizaciones que hasta hace poco creyó controlar, pero que ahora desafían su liderazgo a fuerza de marchas de protesta protagonizadas por personas llevadas bajo la amenaza de perder lo poco que reciben o, peor, a cambio de recibir una parte de lo que en verdad les tocaría.
Es un país que demanda por intermedio de representantes autoimpuestos que, a un tiempo, son oposición y oficialismo. Cristina creyó ser su representante, pero la calle que los hace visibles está dividida en varias organizaciones piqueteras a las que casi dos décadas atrás Néstor Kirchner domesticó dándoles abrigo político y fondos de subsistencia.
La dimensión de esas demandas es tan grande que, en un acto de hipocresía a cara descubierta, es el propio kirchnerismo el que volvió a reivindicar el trabajo genuino como salida de la propia trampa que se construyó. Como Maradona.
Cristina Kirchner dejó en esa situación a un tercio de los argentinos luego de dilapidar los ingresos de los mejores años de las commodities agropecuarias. Nunca se atrevió a pensar y hacer un país fuera de su lógica binaria de pobres buenos y ricos malos.
Después de la inflación de Macri y de la “no política” económica de Alberto Fernández, el remedio a la situación social es multiplicar hasta cubrir a más del 80% de la población con ayuda social.
La pandemia parece más una excusa que un argumento para explicar el desbarranque sin límites que, sin embargo, no frena las tensiones que empezaron a estallar en el propio oficialismo por el control político de los pobres.
En un país sobrecargado de intermediaciones que encarecen y distorsionan la capacidad productiva, lo que en realidad se está discutiendo es la administración de la ayuda a los pobres.
El control de esos fondos es, en la desesperación de depender de una ayuda, el control por el sometimiento de millones de personas. A Cristina Kirchner le han nacido varias organizaciones que hasta hace poco creyó controlar, pero que ahora desafían su liderazgo a fuerza de marchas de protesta protagonizadas por personas llevadas bajo la amenaza de perder lo poco que reciben o, peor, a cambio de recibir una parte de lo que en verdad les tocaría.
Es un país que demanda por intermedio de representantes autoimpuestos que, a un tiempo, son oposición y oficialismo. Cristina creyó ser su representante, pero la calle que los hace visibles está dividida en varias organizaciones piqueteras a las que casi dos décadas atrás Néstor Kirchner domesticó dándoles abrigo político y fondos de subsistencia.
La dimensión de esas demandas es tan grande que, en un acto de hipocresía a cara descubierta, es el propio kirchnerismo el que volvió a reivindicar el trabajo genuino como salida de la propia trampa que se construyó. Como Maradona.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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