MISIONES. Son hijos de la vitalidad del río y de las huellas de los animales. Están inmersos en una cultura de cantos, danzas y rituales. Los niños de las comunidades Mbya Guaraní de Misiones abrazan el orden mágico de la naturaleza y se crían descalzos pisando la tierra roja de sus antepasados.
Es recién en la escuela en donde empiezan a aprender, de a poco, el español y a incorporar la “cultura blanca”, en un proceso que no siempre es respetuoso de sus raíces. Durante 2020 muchos niños y niñas quedaran aislados en sus aldeas sin acceso a la educación —no todas tienen establecimientos en sus territorios— pero también a servicios básicos como luz, telefonía, Internet, agua potable, salud y buenos caminos. Con Hambre de Futuro recorrimos durante febrero las localidades más vulnerables de Misiones para reflejar cómo la pandemia impactó en el día a día de estos chicos y en sus oportunidades de futuro. Hugo Duarte se quiebra a cámara cuando recuerda su niñez de indigencia y soledad. De chiquito iba con sus hermanos a pedir un pedazo de pan al pueblo de Iguazú o lo que desechaban en el mercado.
Parte del equipo de rodaje adentrándose en la selva para llegar a las comunidades más alejadas de Misiones
“A veces nos acompañaba mi mamá o mi hermano mayor. Mi padre fue alcohólico. A los 10 años empecé a trabajar con él en el yerbal. Era muy duro. Una semana iba a la escuela y la otra iba a trabajar. Por eso ahora estoy atrasado”, dice este joven de 20 años que vive en la comunidad Guapoy, trabaja vendiendo orquídeas en la ruta y sueña con poder dedicarse al rap. Como Puerto Iguazú es una zona de mucha afluencia turística, las comunidades aprovechan para venderles artesanías, orquídeas o hacer visitas guiadas. “Lo que más se dañó fue la situación económica porque muchas familias no pudieron salir a vender sus artesanías que aprovechan a vender en puntos turísticos. Actualmente esto se está normalizando y se están abriendo puntos de venta en algunas ciudades”, explicó Norma Silvero, directora general de Asuntos Guaraníes de Misiones. Según la Encuesta de la Deuda Social Argentina del Programa del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA los números más preocupantes del NEA son una pobreza infantil del 59%, una inseguridad alimentaria del 33% y un déficit en la cobertura de salud del 59%.
Sobrevivir con maíz, mandioca y frutas
“En la cultura mbya los ancianos y los niños ocupan un lugar muy importante. Los niños están juntos, siendo mirados por todas las madres y las abuelas Uno siempre siente la alegría de los niños, jugando, se los ve cantando, siempre tienen árboles para treparse. No necesitan juguetes ni celulares para estar contentos. Como les enseñan a compartir, eso es transversal a su educación”, detalla Kiki Ramírez, Coordinadora Nacional del Equipo Nacional de Pastoral Aborigen (Endepa). En Misiones existen alrededor de 120 comunidades originarias que para sobrevivir al aislamiento social obligatorio tuvieron que volver a recurrir a su bien más preciado: la tierra. Plantaron batata, mandioca, maíz, porotos y con eso lograron tapar el hambre. Durante el año pasado una fuerte sequía azotó la zona y les hizo más difícil a las familias poder tener sus propios cultivos. En la mayoría de las aldeas que visitamos el almuerzo consistía en poner unos choclos y mandiocas sobre las brasas. En la comunidad Ysyry de Puerto Mado, las madres pisaban los frutos de las palmeras en un mortero para lograr una especie de jugo para los más chicos, que ellos devoraron ansiosos. “Con la pandemia casi no pudimos vender y directamente cambiamos los canastos por mercadería”, cuenta Francisco Medina, representante de la comunidad Ita Poty. El calor, la humedad y las lluvias tropicales son moneda corriente en estos territorios. El modo de vida guaraní está marcado por la caza, la pesca, poder ir a un arroyo, melar en la selva, buscar plantas medicinales, usar la leña para hacer el fuego y encontrar el tabaco para sus ceremonias. La contaminación de la selva y la reducción de sus territorios han hecho que estos pueblos ya no tengan posibilidad de sostener un esquema de subsistencia basado en la selva. “En estos últimos años, la emergencia indígena es evidente. Un tema común que afecta a todas las comunidades del país es la falta de regularización de los territorios. El pueblo Mbya Guaraní depende muchísimo de la selva, toda su vida está ahí: su espiritualidad, su alimentación y su medicina. Es también sustento y ahí están los materiales que usan para hacer sus artesanías. El desmonte y la deforestación se sigue haciendo más allá de la Ley de Bosques que supuestamente protege los montes nativos”, explica Ramírez. En cuanto al acceso a servicios, la provincia señala que todavía quedan 42 comunidades sin acceso a agua potable y 44 sin luz eléctrica. Desde la Dirección de Asuntos Guaraníes están trabajando junto a la empresa Energía de Misiones S.A. en un programa de mejoramiento de la energía y junto al Instituto Misionero de Agua y Saneamiento en lo que respecta al agua potable. “Estamos haciendo un programa de mejoramiento de tendido eléctrico y en aquellas comunidades en la que no hay energía eléctrica, vamos a instalar paneles solares a través del Ministerio de Energía, que también va a trabajar en el recupero de vertientes”, explica Silvero, quien no tiene raíces originarias. “Dentro de la dirección tenemos personal que pertenece a los pueblos originarios”, se defiende la funcionaria. En la aldea Miri Marangatú de Iguazú, los chicos no tienen escuela, ni luz, ni agua potable ni sala de primeros auxilios en su territorio. Todo les queda lejos y eso limita su calidad de vida y sus oportunidades de futuro. “Mi sueño es lograr tener un doctor o una doctora en nuestra comunidad. O un maestro capacitado de la provincia. O abogados de los pueblos indígenas, que salgan de la propia comunidad. Hay muchos chicos guaraníes que están estudiando y ellos me dan fuerza para luchar por mis objetivos”, dice Romualdo Benitez, el cacique de esta comunidad en la que viven 26 familias, en la zona denominada “2000 hectáreas”.
Muchas de las viviendas son precarias y no tienen acceso a servicios básicos como luz eléctrica y agua potable
La virtualidad, una utopía
Durante la pandemia, la educación fue uno de los derechos más relegados para las comunidades. En algunas aldeas, los maestros de grado preparaban las actividades y se la mandaban al directivo que tenía una autorización para ingresar a los territorios. En otras, prácticamente perdieron el año. En 2021, de a poco todas fueron volviendo a algún tipo de presencialidad. “Son muy pocos los hermanos que tienen acceso a un celular o a una computadora, además de que no tienen Internet libre. Entonces se intentó garantizar la escolaridad a través del papel. Obviamente la presencialidad es insustituible para el aprendizaje. Ahora los chicos están asistiendo día por medio por burbujas”, dice Javier Rodas, profesor en la escuela secundaria de la comunidad Jasy Porá. Allí vive Lilian Fernández Ojeda en una casa de madera que comparte con su mamá y sus seis hermanos. Desde el inicio del 2020 se acostumbró a hacer la tarea debajo de la sombra del árbol que está afuera de su casa junto a sus hermanos. El contacto que tuvo con la escuela fue a través de las fotocopias que iban y venían. Reinalda Ojeda, su mamá, es promotora de la salud en la comunidad. “Luz tenemos pero estamos enganchados nomás. El agua la vamos a buscar a una canilla en la casa de mi hermano. La ropa la lavamos en un arroyito y los chicos se bañan en el arroyo”, cuenta. Uno de los principales reclamos es poder tener escuelas primarias y secundarias en su lugar, así los chicos no tienen que trasladarse para poder sostener su trayectora. “El tema de la educación ha sido nefasto en las comunidades porque el 2020 es un año que se perdió completamente. Algunas no tienen energía que es algo básico. Como positivo, muchos jóvenes que estaban estudiando en las zonas urbanas tuvieron que volver a sus comunidades a escuchar a los ancianos y a conectar con sus raíces”, agrega Ramírez.
Lilian Ojeda hace la tarea junto a sus hermanos en la aldea Jasy Porá. Durante la pandemia el contacto que tuvo con la escuela fue a través de fotocopias
La comunidad Ita Poty, ubicada en Ruiz de Montoya, consiste en 12 familias desparramadas en un pulmón de verdes flúos y coronado por un arroyo en el que los chicos se zambullen para soportar el calor. Algunos están desnudos y tienen líneas negras en los cachetes de la cara como símbolo de protección. Toda la comunidad se paraliza para recibirnos y el cacique nos dicen “Aguyjevéte” en señal de bienvenida. Romina Benítez tiene 15 años y va al 1er año de la escuela. “Vivimos en medio de las chacras de los colonos y es muy dificil encontrar materiales para construir las casas. Por eso es necesario poder tener viviendas seguras para que cuando yo ya no esté, los más chicos las puedan seguir usando. Y también es necesario tener un pozo perforado porque el agua que estamos tomando está contaminada”, dice. Silvero reconoce que hay comunidades que están muy cercanas a plantaciones de pinos o a fábricas y eso perjudica la calidad del agua. “Lo que se hace es tratar de que ese impacto no suceda pero cuesta. Por eso buscamos el recupero de vertientes para que las comunidades puedan tener acceso a agua potable”, explica. El pueblo más cercano queda a 6 kilómetros y solo pueden llegar caminando. Hasta allá van si necesitan comprar algo de mercadería. Las viviendas son muy precarias, no tienen luz eléctrica y eso los deja sin posibilidad de conexión a una línea telefónica o a Internet. “Pedimos tener un mejor camino de acceso para que puedan llegar las ambulancias y tardemos menos en ir a comprar mercadería. Hace dos años que tenemos un aula satélite. Es muy chiquitita y ahora no tienen ni un pedazo de papel para estudiar. Durante todo el año pasado los chicos estuvieron en sus casas y no fueron a la escuela. Se traía para que fueran completando algo de tarea”, explica Medina. Los chicos crecen sin ningún contacto con la tecnología: no conocen lo que es un televisor o un celular. Se pasan en día corriendo por la selva, dibujando sobre la tierra con ramitas de árboles, cantando o jugando con el tronco de un choclo como si fuera un autito y lo arrastran por la tierra.
En esta zona, los chicos están acostumbrados a criarse descalzos pisando la tierra de sus antepasados, en libertad y sin contacto con la tecnología
Una camada de caciques jóvenes
En estos lugares con chozas de paja, adobe y techos de hojas de tacuara, todo sucede al aire libre y por eso el barbijo es un elemento obsoleto. La persona con más edad de la comunidad Ita Poty es una mujer de 54 años, albina, que fuma tabaco en una pipa para proteger a su gente. “Hoy aceptamos la ropa que nos traen y la usamos como ustedes pero mis abuelos no tenían como comprarla. El techo de las casas está hecho de tacuara que es muy difícil de encontrar. Y si hay, es poquito y no alcanza para una casa. Y las paredes son de palmera de pindó. No es cualquier árbol. Si cortamos un árbol nuevo, no dura”, A Dalmacio Ramos lo nombraron cacique de la comunidad Ysyry de Puerto Mado —en la que viven 60 familias— cuando tenía solo 18 años. Su familia hizo un gran esfuerzo para que estudiara en una Escuela de la Familia Agrícola, con la esperanza de que algún día pudiera ayudar a defender los derechos de su comunidad e iniciara un proceso de integración con los diferentes organismos del Estado. "Al principio tenía miedo y no me sentía preparado pero los ancianos siempre me fueron guiando”, señala.
“Lo que más se dañó fue la situación económica porque muchas familias no pudieron salir a vender sus artesanías que aprovechan a vender en puntos turísticos”
NORMA SILVERO, DIRECTORA GENERAL DE ASUNTOS GUARANÍES DE MISIONES
Hoy, junto a todo un grupo de caciques jóvenes de la zona, se capacitan, se organizan y luchan por los derechos de su pueblo y el futuro de los más chicos. “Mi sueño es que en algún momento se mejore el sistema de educación. Acá funciona solo el nivel primario en un espacio muy chiquito y tenemos 65 alumnos. No entran todos. Algunos días hasta sacábamos los bancos y dábamos afuera. También funciona un aula satélite para el nivel secundario pero no tenemos la construcción de la escuela. Los días de lluvia no se puede dar clases porque es al aire libre y los chicos pierden sus estudios”, reclama Ramos. Silvero asegura que interactúa con estos caciques jóvenes que hoy están preparados, son promotores de la salud o están frente a un aula dando clases. “Me parece muy importante que los caciques y los miembros de las comunidades tengan la posibilidad de profesionalizarse. Estamos haciendo mucho hincapié en que no hay edad para estudiar y en asegurarles este derecho. Me admiro por el pensamiento, por las ideas y las proyecciones que tienen”, señala la funcionaria.
Apostar por su cultura
Una fuente de trabajo importante de algunas comunidades son los senderos turísticos en los que pueden compartir su cultura y conocimientos: el recorrido incluye explicaciones sobre la flora y fauna, las trampas que usaban antiguamente para cazar, coros de niños, comidas típicas y la posibilidad de comprar artesanías. En la comunidad Yriapú funcionan dos senderos, uno corto y otro que llega hasta el Río Iguazú. En 2005 nació allí el proyecto Modelo de Autogestión para el Turismo y el Empleo (MATE) que consiste en capacitaciones laborales vinculadas con el turismo para que las personas de la propia comunidad pudiera desarrollar este proyecto. “Sabían qué decir pero no sabían cómo decirlo porque su lengua materna no es el español. La autogestión siempre fue nuestra finalidad. En 2011 ganamos una donación muy importante de la IAF y a partir de ahí ellos comienzan a generar su propio emprendimiento turístico”, explica Viviana Bacigalupo, coordinadora pedagógica del proyecto Mate y de la Escuela Clemencia González.
Francisco Medica es representante de la comunidad Ita Poty y parte de una camada de caciques jóvenes que luchan por los derechos de su comunidad
El nuevo sueño cumplido es la inauguración del Instituto Superior de Turismo Comunitario Karai Correa, una carrera terciaria que dura 3 años y que está concebida desde la cosmovisión indígena. “Esta tecnicatura les va a permitir llevar adelante distintos emprendimientos, negociar mejor y participar de otras iniciativas turísticas en las que se hable sobre su cultura. Queremos que puedan tener un trabajo acorde a las leyes laborales, la libertad de elegir con qué operadora turística trabajar y no estar presionados”, agrega Bacigalupo. La creación del instituto fue aprobada por las autoridades educativas de la provincia de Misiones para el 2022. El futuro de los chicos de las comunidades originarios es incierto pero la apuesta siempre es que lleguen a ser profesionales que mantengan su cultura y que vuelvan a sus comunidades para mejorar el acceso a derechos. “Los niños necesitan ser valorados en su cultura para que estén ayudados en su entorno a ser felices con lo que tienen. Y a querer ser indígenas. Porque empiezan a tener contacto con la sociedad no indígena y empiezan a tener vergüenza de ser diferentes y a negar su identidad. Eso es muy triste porque es tanta la riqueza que tienen, que ellos podrían estar aportando eso en su medio”, concluye Ramírez.
NO CUENTAN CON ACCESO A INTERNET EN EL HOGAR
NO CUENTAN CON UN CELULAR
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