Lecturas: Oliver Sacks, un narrador insólito sin herederos a la vista
La publicación de Todo en su sitio, libro póstumo del médico inglés, vuelve a probar hasta qué punto sus abordajes resultan originales e inimitables
M. DE. A.
Dufour
Nadie contó el cerebro como Oliver Sacks (Londres, 1933-Nueva York, 2015), el autor de El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. Por eso resultará difícil encontrarle al especialista inglés un heredero simbólico en el mundo de los libros: debería ser un ente ideal que reuniera mucho trabajo clínico (de allí salió su conocido libro Despertares), una empatía singular con quienes sufren caprichosas conexiones neuronales, y décadas de lectura con poca o ninguna de las distracciones propias de la vida hipermoderna. Sacks admitía desconocer todo de la cultura popular (¿quién es Michael Jackson?, preguntaba), pasaba de largo ante la tecnología (prefería leer a Jane Austen) y tuvo “una existencia solitaria, casi monacal durante muchos años, pero profundamente satisfactoria”, como él mismo contaba en entrevistas.
"Además de la neurología, Sacks dejó un cúmulo de escritos sobre otros muchos asuntos que lo apasionaban"
A un hipotético heredero, por si fuera poco, deberían gustarle otras áreas del conocimiento más allá de la muy específica de su campo. Porque, además de la neurología, Sacks dejó un cúmulo de escritos sobre otros muchos asuntos que lo apasionaban: la tabla periódica de los elementos (cuyo orden racional aún fascina; ver por ejemplo El tío Tungsteno), la evolución darwiniana, la botánica (profesaba un amor especial por los helechos y formaba parte de la American Fern Society), la natación como práctica personal intensa y también la música (que es la forma que la matemática toma en el cerebro). Entonces, sí, podrían aparecer escritores científicos que resulten brillantes en algunos de esos ítems. Un caso es el del cirujano retirado Henry Marsh, por citar el más reciente de los best sellers médicos. En Ante todo no hagas daño (2016), Marsh exhibe sin pudores la trastienda de la medicina, ironiza acerca de los problemas del sistema de salud inglés y no tiene en problemas en decir que odia hurgar en el cerebro, que es precisamente lo que hace rutinariamente un neurocirujano (casi como André Agassi en su autobiografía Open, que arranca con un “odio el tenis”). “Mis ojos solo ven materia”, razona Marsh, del que también se consiguen sus Confesiones.
Pero Sacks, inglés de Londres que se terminó de criar sentimentalmente en California, amante de las motos y de los grandes espacios físicos y morales norteamericanos, constituye una especie de miembro único de ese posible club de autores. La buena noticia es que Sacks, de cuya muerte se cumplen seis años pasado mañana, sigue escribiendo. En castellano acaba de publicarse Todo en su sitio, una nueva colección póstuma tras El río de la conciencia.
Con el subtítulo “Primeros amores y últimos escritos”, tiene una coherencia quizá mayor que El río… al reunir textos inéditos con otros publicados desde 1987 en revistas como Granta, Life o The New Yorker, hilados por las historias clínicas que siempre constituyen el meollo de la obra del médico inglés.
Entre otras perlas, Sacks se muestra nuevamente sin prejuicios y no tiene ningún problema en plantear una serie de sueños de sus pacientes como premonitorios (el que sueña que se enferma, se enferma), por más que luego la explicación termine siendo racional y mecánica, todo lo mecánica que permite un dispositivo tan complejo, intrincado y biológico como el cerebro.
“Solo he encontrado dos tipos de terapia no farmacéutica realmente importante para los pacientes que padecen enfermedades neurológicas crónicas –escribe Sacks–: la música y los jardines”
Este último volumen (¿último?) incluye además piezas como “Orangután”, a un pelín del “Axólotl” de Julio Cortázar, o “Clupeofilia”, sobre el amor al arenque de las culturas nórdicas, y otra sobre la necesidad de los jardines y espacios verdes en general: “Solo he encontrado dos tipos de terapia no farmacéutica realmente importante para los pacientes que padecen enfermedades neurológicas crónicas –escribe Sacks–: la música y los jardines”.
Por alguna razón retórica no fácilmente identificable, los relatos de Sacks persuaden, entusiasman y contagian optimismo incluso cuando habla de vidas que podrían considerarse en algún sentido limitadas (aunque estrictamente no sea así y, justamente, el autor muestre que lo que a menudo parece una limitación es en realidad un redescubrimiento, una oportunidad para ver lo mismo desde otra óptica).
Es lo que sucede con el último de los textos incluidos en Todo en su sitio, “La vida sigue”, que podría ser un hato de quejas y lamentos por el cese de la conciencia personal (Sacks murió poco después de escribirlo como consecuencia de un cáncer) . En él anota cómo cambió la ciudad de Nueva York debido a los teléfonos móviles, “artilugios que nos han sumido en una realidad virtual mucho más densa, absorbente, e incluso más deshumanizadora. Cada día me enfrento a la completa desaparición de las antiguas cortesías”. Y añade que así es cómo se renuncia “a los placeres y logros de la civilización: la soledad y el ocio, la libertad de ser uno mismo, la capacidad de concentración, ya sea para contemplar una obra de arte, una teoría científica, un atardecer o la cara del ser amado”.
Sacks agrega que le preocupa el peligro del cambio climático, elogia la encíclica Laudato si’, del papa Francisco, y dice que lo que se vive es ante todo “una catástrofe neurológica a escala gigantesca”. Sin embargo, no rebaja a lágrima o reproche ese final. Confía en la civilización y encuentra consuelo en que todo seguirá de una u otra forma: “Ahora que me enfrento a mi inminente marcha de este mundo, tengo que creer en ello: que la humanidad y nuestro planeta sobrevivirán, que la vida continuará y que esta no será nuestra hora final”.
Si difícilmente tenga herederos intelectuales, Sacks sí creó sus propios precursores, como el Freud más materialista (en las páginas de “El otro camino: Freud como neurólogo”, dentro de El río de la conciencia); como el Darwin botanista, o como el neuropsicólogo ruso Alexander Luria, con quien tuvo un profuso intercambio epistolar durante cuatro años… ¿quizá se podría agregar al Sherlock Holmes que emerge de las páginas de Conan Doyle? Claro que sí: su mente analítica luchaba con su mente contadora de historias y el resultado en palabras tiene la estructura de la ficción; Sacks fue un novelista como novelista fueron Platón y Borges: sin jamás escribir una novela. Y hasta se podría admitir de la manera más simple la crítica que le han hecho de que Sacks fue en definitiva el hombre que confundió las historias clínicas de sus pacientes con una carrera literaria. Sí, ¿y qué?
Todo en su sitio
Por Oliver Sacks
Anagrama. Trad.: D. Alou
306 páginas. $ 2095
Confesiones
Por Henry Marsh
Salamandra. Trad.: P. Antón de Vez
304 páginas
$ 1829
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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