Crisis de fondo, presidente de forma
Sergio Suppo
A la deriva, la Argentina sufre por duplicado la desgracia de su crisis crónica, amplificada por el abandono de cualquier intento de solución por parte del Gobierno.
En el límite del ahogo financiero del Estado de las últimas horas, el país mira cómo el Presidente no ejerce y su segunda usa el poder que le queda para tratar de zafar de causas judiciales.
Un notorio ejercicio de supervivencia reemplaza las decisiones que cualquier gestión tomaría para no convertirse en una administración fallida. En eso están, cada uno por su lado, Alberto Fernández y Cristina Kirchner.
Entre toda la infinita serie de desmentidas a sus propios compromisos, hay un anuncio de fines de 2019 que el entonces flamante presidente Fernández ha cumplido con rigor: su promesa de no tener un plan económico. “No creo en ellos”, dijo.
¿Cómo pensaba reencauzar entonces la delicada situación que recibió de Mauricio Macri? Ahora se sabe que, efectivamente, no había pensado nada.
Luego de dos años y medio de un equilibrio imposible, sin atreverse nunca a ejercer el cargo con el liderazgo político que implica, con el reemplazo de los ministros que Cristina reclamaba, Fernández entregó los últimos vestigios de poder. Apenas se mantienen las apariencias y alguna que otra formalidad sobrevive a la evasión de sus responsabilidades presidenciales.
Fernández y Kirchner ya no son solo una pareja divorciada. Él ha decidido aceptar que ella manda en un gesto de reconciliación que lejos está de ser correspondido. Es ahora una separación con subordinación.
Cristina sigue enojada y concentrada en embestir contra la Corte en un esfuerzo que expone su impotencia. Siempre se supo que el peor reproche que ella le hace al presidente que impuso es no haber puesto el empeño necesario en garantizarle la impunidad que desea.
La jefa del kirchnerismo también choca con su propia convicción de que la Justicia debe allanarse a los votos y que ese apoyo en las urnas convierte a los dirigentes en intocables. Bajo esa misma consigna, los jueces que la juzgan registraron en octubre del año pasado que el apoyo al oficialismo había sufrido una baja tan significativa que repusieron la posibilidad de que Alberto y Cristina puedan ser desalojados del gobierno en 2023.
La repetición de las agresiones ha cambiado de contexto. Se acerca el tiempo en el que las causas de corrupción sometidas a juicio serán falladas. La causa Vialidad será la primera, antes de fin de año, sin que la Corte haya aceptado ninguno de los recursos para anular el proceso.
Cristina, peleando por sí misma contra la Justicia en un momento dramático para la economía, se expone como una dirigente ajena a los verdaderos problemas colectivos de la Argentina. Una vez más, ajena a los padecimientos del conjunto. ¿A quién si no a ella y a un minúsculo grupo de imputados les importa el comportamiento de la Corte en las causas que la tienen como protagonista?
El recurso dialéctico de presentar a la vicepresidenta como una potencial proscripta es una aceptación anticipada de condenas que todavía no han sido dictadas ni en primera instancia.
Hay una agenda más perentoria que su propia suerte judicial si llegan a profundizarse la crisis económica y la debilidad del Presidente. Cristina es el reemplazo institucional de Fernández, un tema que ya empezó a formar parte de las especulaciones que derivan de la crisis terminal de las finanzas públicas y de la inoperancia y la falta de poder para ponerles freno.
Desde que la nueva ministra de Economía anunció que debería sentarse sobre los fondos que quedan por la simple razón de que ya no hay más dólares, todo el oficialismo ha desfilado ante ella para pedirle aumentar el gasto público.
Los niveles de irresponsabilidad e irracionalidad superan lo conocido y están por encima de los ideologismos que recurren al pensamiento mágico para reemplazar datos duros.
Batakis hace lo que puede con sus propias limitaciones, sin ayuda del Presidente, que no tiene poder ni fuerza para sostenerla, y sin el aval explícito de Cristina, amparada en la especulación a que da lugar su silencio. ¿No fue acaso ese binomio el que volvió a dirigirse la palabra para sacarla a Batakis de la tercera línea del coro y convertirla en inesperada sucesora de Martín Guzmán?
A mitad de semana, nació desde el propio kirchnerismo la idea de llamar a la oposición. Varios dirigentes recibieron mensajes tales como el que sigue: “La situación no da para más”. Se abre ahora un dilema entre los dirigentes de Juntos por el Cambio, la coalición que cruje cada vez que discute hasta lo irrelevante.
Mientras, el dólar blue abre una brecha que fulmina la última credibilidad del peso, la escasez de dólares empieza a paralizar la producción que requiere importaciones y la inflación devora los ingresos de toda la pirámide social, enloquecida remarcación de precios mediante.
La ministra muestra la caja desfondada y en menos de diez días recibe una andanada de respuestas desde su propio territorio.
Los movimientos piqueteros del propio oficialismo organizan marchas para pedir que se apruebe una ley por la cual el Estado debería pagarle un salario a cada persona.
Los gremios de la CGT anuncian la reapertura de las paritarias, una vez que la inflación desbordó los acuerdos originales.
Una minúscula delegación de gobernadores –todo un dato de la fuga dentro del propio peronismo– visitó a la ministra para reclamarle un multimillonario plan de obras de infraestructura.
Desde el mismo gobierno se anuncia que están a punto de ser designados 20 mil empleados públicos.
Sin soluciones en la mano, el problema no es sin embargo la ministra Batakis. ¿Cabe alguna duda?
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