Confianza, un bien necesario y escaso
Diego CabotManzur y alberto Fernández presentaron obras de infraestructura científica y tecnológica
Hay una particularidad en estas últimas jornadas de crisis que ha tornado distintos los diálogos con los economistas. Ya nadie pasa un gráfico, una planilla de cálculo o un número que explique tal o cual cosa. No se trata de cifras; se trata de confianza.
Justamente eso se ha convertido en un bien escaso para un gobierno que aparece desmotivado, disperso, con pocas ideas y sin capacidad crítica. Y no hay nada peor para cualquier paquete de medidas económicas, buenas o no, que llegar al mundo en medio de una fenomenal crisis de confianza. Algo así como tirar un lingote de oro o un ladrillo en un terreno de arenas movedizas. Irremediablemente, los dos se perderán de vista con el correr de los minutos.
Para la Casa Rosada, conseguir una porción de confianza es más difícil que para un argentino hacerse de un par de repuestos para un auto importado. La construcción política del kirchnerismo se basó en la denigración del diálogo y en el desprecio de la confianza. Siempre se prefirió el miedo como moneda para conseguir el apoyo, y el enfrentamiento para relacionarse con “los otros”. Y vaya si fue eficiente. Aquel herramental ya no sirve.
Sucede que ahora, en medio de una escalada de deterioro económico, financiero, monetario y fiscal, los anuncios no solo deberán ser acertados, sino que tendrán que generar confianza en los actores económicos y políticos. Desde los fondos más grandes y los inversores sofisticados hasta los empleados con ingresos mínimos, todos deberán aportar al marco de confianza para que las medidas se apoyen en terreno firme.
Y eso, justo eso, es lo que no está. El presidente Alberto Fernández; su vice, Cristina Kirchner, y el presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, no logran reflejar ninguna imagen de unidad, de cohesión y, mucho menos, de confluencia de intereses. Y ahí, en ese vértice achatado, radica uno de los primeros problemas económicos. Desde ese vicio esencial, de la falta de confianza que inspiran quienes manejan los hilos del Gobierno, parte la imposibilidad de hacer análisis económicos serios.
La palabra del Presidente, que por estas horas solo se escucha en actos cerrados con atmósfera controlada, no ayuda a despertar confianza. Sus análisis y sus diagnósticos parecen más destinados a autoconvencerse y a tapar su propia incapacidad que a explicar las verdaderas razones que han llevado a la Argentina a transitar un tiempo vertiginoso.
Es verdad que el mundo es más inflacionario desde que todos los países emitieron dinero para enfrentar la pandemia. Pero Fernández debería saber que subestimar al auditorio suele volverse como un búmeran: no es lo mismo transcurrir un proceso inflacionario de un dígito que correr sin obstáculos a las tres cifras como sucede en la Argentina. Con semejante error de diagnóstico es imposible confiar en las soluciones. El país no es el único que tiene problemas de inflación, pero quizá sea uno de los pocos del planeta que no hacen nada para solucionarlos. Los gobiernos de los países exitosos resuelven problemas; se dedican a eso. Lo logran y son reelegidos, o fallan y se cambian. Pero lo intentan. El Presidente, ni uno ni lo otro: los niega o busca culpables que nunca son propios.
Tampoco podría obviar el jefe del Estado que muchos de los dólares que están fuera del circuito no entran en el sistema, entre otras cosas, por falta de confianza ¿En quién?, se podría preguntar. En él, y en la ausencia de las políticas que puedan despejar el horizonte de tormenta, sería la respuesta.
Ayer hubo un ejemplo concreto de esto, casi como si el profesor de derecho se hubiese propuesto hacer un trabajo práctico a la vista de todos. “Guardan 20.000 millones de dólares y no los liquidan, esperando una mejor rentabilidad, cuando el país los necesita”, dijo, en un acto sentado al lado del ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación, Daniel Filmus, uno de los tantos funcionarios a los que prácticamente no se los escucha. Y luego remató: “Estamos innovando en nuevas herramientas para poder salir del brete en el que el mundo nos ha metido”.
Aquellos 20.000 millones de dólares a los que se refirió no salen de los colchones o de los silobolsas -todo indica que le habló al campo- por falta de confianza. Además, no debería olvidarse el Presidente que a partir de que rija el nuevo “dólar que ingresa al país en manos de un turista” se habrá concedido a un extranjero el privilegio de cambiar un billete estadounidense a 325 pesos, mientras que a los dueños de los granos no liquidados les paga entre 88 y 90 pesos. Un estadista serio no debería hacer estos reproches en público.
Quizá sus asesores podrían proponerle otro experimento social relativamente sencillo. Con una camioneta similar a la que recorre los barrios, al grito de “compro, señora, compro”, deambular por el país y ofrecer adquirir dólares a 88 pesos, igual que lo que recibe un productor de soja. Si consigue uno, pues debería considerar que ha tenido un buen día.
De lo expresado sobre que la Argentina está innovando, poco para decir. La Argentina no innova, aunque sí lo hacen muchos argentinos, justamente, pese a las políticas públicas que asfixian con impuestos, regulaciones e ineficiencia a los que tienen una idea distinta o disruptiva. El problema es que muchos de esos innovadores ven el país desde afuera.
Hay algunas cosas más. Muchos integrantes del gobernante Frente de Todos, ahora ansiosos por empezar el operativo despegue, consideran que la crisis actual se debe más a la falta de liderazgo del Presidente y a su pelea con su socia política que al fracaso del dogma económico que profesan. No hay una verdadera conciencia de que ya no es posible gastar más de lo que se recauda y es imposible imprimir para solventar la billetera. Vale aclarar que la emisión fue la causa de la inflación mundial de la que Fernández habla. Los agentes económicos ya no pueden mantener el optimismo frente a una supuesta batería de medidas que no partan de una fuerte consciencia de ese drama de origen.
El reconocimiento de los problemas no es solo una forma de autocrítica, sino que es la manera que tienen los líderes políticos de empezar a imponer sus políticas. De hecho, pedir a los contribuyentes argentinos que paguen más impuestos o requerir esfuerzos a un pueblo que ya está harto de estar harto es casi un abstracto si no se parte por unificar un discurso en el que se reconozca que la causa de esta crisis, en este caso, es el exceso de gasto público.
Laurence Cornú es una doctora en filosofía francesa que escribió mucho sobre la confianza. La define así: “La confianza es una hipótesis sobre la conducta futura del otro. Es una actitud que concierne el futuro, en la medida en que este futuro depende de la acción de un otro. Es una especie de apuesta que consiste en no inquietarse del no-control del otro y del tiempo”. El otro es el presidente Alberto Fernández
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