Una inquietante sensación de fragilidad y desgobierno
La novedad de estos últimos meses no es tanto la desconfianza del establishment en Alberto Fernández como que hasta los que se suponían incondicionales han perdido la fe....Francisco Olivera
Ante cada pedido, Daniel Scioli dio la misma respuesta. Recibió múltiples llamadas de representantes de empresas urgidas por lo más escaso esta semana, permisos para importar, y contestó que tendrían que esperar hasta la semana próxima porque se necesitan dólares para pagar gasoil. ¿Se podrá al cabo de ese plazo? Él espera que sí. Es la explicación que le dieron en el propio Gobierno. El ministro de Desarrollo Productivo habla casi todos los días con Miguel Ángel Pesce, presidente del Banco Central, pero la realidad es que no tiene por qué conocer con exactitud esa disponibilidad: nadie está en condiciones de anticipar escenarios dentro de una administración que últimamente decide tarde y mal.
Scioli lleva dos semanas en el cargo y sus colaboradores ya lo han oído maldecir el momento en que aceptó formar parte del gabinete. Exactamente lo contrario de lo que dicen quienes frecuentan a su antecesor, Kulfas: que el economista está aliviado.
El Gobierno ha quedado atrapado en su propio cepo. Si no consigue liberar algunas importaciones, la economía empezará a frenarse. Por eso hay funcionarios llamando a bancos para que, sin hacer ruido, convenzan a sus clientes exportadores de acelerar la liquidación de divisas. No es tan fácil. El volumen de la cosecha liquidada es hasta ahora un 30% menor que el del mismo lapso de años anteriores. No se termina de notar proporcionalmente en la recaudación porque los precios son más altos. Convencido de que retienen todavía unos 2000 millones, Julián Domínguez, ministro de Agricultura, sondeó a las cereales, por ahora sin éxito. ¿Y si obedecen y viene una devaluación?; ¿quién se haría cargo de esa pérdida?, le contestan.
La novedad de estos últimos meses no es tanto la desconfianza del establishment en Alberto Fernández como que hasta los que se suponían incondicionales han perdido la fe. Hubo al respecto un punto de inflexión que el entorno del Presidente y algunos empresarios ubican en aquel sábado posterior al acto de Tecnópolis en que el jefe del Estado aceptó, por presión de Cristina Kirchner, echar a Kulfas. No porque el exministro fuera irreemplazable, sino porque todo ocurrió de un modo explícito, sin disimulos, y con uno de los ministros más identificados con el pensamiento de la Casa Rosada.
Ese quiebre pasó esta semana por primera vez al ámbito sindical, otro sector políticamente decisivo, con las deliberaciones en derredor de la visita del Presidente ayer a la CGT. El acto se hacía, no se hacía…, se hizo. Nada habla tanto de la fragilidad del jefe del Estado como esa concatenación de malentendidos que empezó la semana pasada, cuando Héctor Daer, uno de los líderes de la central, acordó con el Gobierno la invitación. “Te van a llamar de Casa Rosada”, dicen que le dijo Daer a Jorge Sola, secretario general del sindicato de Seguros, y se fue durante toda la semana a Fortaleza, Brasil, a un plenario gremial.
Daer había alcanzado a contarles a algunos, no a todos, pero las dudas aparecieron enseguida. “¿Por qué no convocás a una reunión de mesa chica y lo discutimos?”, le propuso el domingo Gerardo Martínez a Andrés Rodríguez, de UPCN. El formato de invitación que empezó a llegar a los dirigentes tampoco ayudó. Según publicó el periodista Ricardo Carpena, era un Whatsapp firmado por la Dirección General de Ceremonial de la Presidencia. Decía: “Estimado/a: por medio del presente, nos ponemos en contacto con usted con el fin de enviarle una invitación del señor Presidente de la Nación, para participar del acto en Conmemoración del 48 Aniversario del Fallecimiento del Teniente General Juan Domingo Perón. El mismo se llevará a cabo el 1 de julio a las 17.30 horas en la sede central de la CGT. Se ruega confirmar asistencia por este medio”. Lo primero que les molestó a los sindicalistas fue la inazopardo. versión de roles entre invitado y anfitriones. “¿Cómo que soy invitado a mi propia casa?”, protestó uno.
La organización venía mal desde el principio. Y la interna del Frente de Todos empeoraba las cosas. ¿Convenía formar parte de un acto que, como viene la discusión, podría ser interpretado como un escenario armado por la Casa Rosada para contestarle al discurso de Cristina Kirchner del Día de la Bandera? Además el Gobierno ya daba por confirmada la presencia de Emilio Pérsico y Fernando Navarro, dos funcionarios que integran al mismo tiempo el Movimiento Evita. ¿Eso sumaba o restaba hacia adentro de la CGT?, se inquietaban en la sede de “Ellos tienen cargos representativos en el Poder Ejecutivo –reflexionó un líder gremial–. Y yo tampoco soy Yasky o Palazzo. No somos indiferentes al Gobierno, pero sí soberanos”.
Había muchas dudas. La conducción de la CGT lo discutió el martes en la sede de UPCN. Por la noche, la visita de Alberto Fernández a la conmemoración de la muerte del general Perón estaba suspendida y trascendió a los medios. Por supuesto, provocó tensiones. La Casa Rosada empezó a presionar. Según publicó en este diario Nicolás Balinotti, existió hasta un llamado del canciller Santiago Cafiero. Los sindicalistas no daban por terminado el asunto, pero no estaban convencidos. El miércoles invitaron a UPCN a otro que se había enterado tarde, Claudio Moroni, ministro de Trabajo, y le dieron sus razones. Fue ahí donde la CGT se convenció del daño que la cancelación podía causarle al Presidente y decidió aceptar la reunión, pero con algunas condiciones. Entre ellas, que se cambiaran los términos de una normativa que Carla Vizzotti tiene para el sistema de salud y que incluye lo que el Gobierno les debe a las obras sociales, y un cambio protocolar: que Alberto Fernández fuera al acto en calidad de presidente del Partido Justicialista, no de jefe del Estado. Un acto del peronismo, no de la CGT. Por eso era importante que, por ejemplo, hubiera gobernadores.
La asistencia de ayer tampoco fue masiva. Estuvo Pérsico, del Movimiento Evita (Navarro no llegó a tiempo) y unos pocos gobernadores, y hubo una ausencia sonora, Pablo Moyano. “Es irrelevante porque vino Hugo”, atenuó uno de los organizadores.
Estos desencuentros inauguran una nueva etapa en uno de los últimos sectores que respaldaba a Alberto Fernández. En realidad, individualmente ya se venían detectando reacomodamientos. Daer, por ejemplo, se reunió el miércoles de la semana pasada tres horas en el Senado con Cristina Kirchner. ¿Qué es entonces lo que viene? ¿El fin de la moderación y el ciclo cumplido de Guzmán, como definió esta semana Larroque? En el peronismo temen que sí. A muchos les cuesta, por ejemplo, atribuir a la Casa Rosada las medidas anunciadas el lunes por el Banco Central para el comercio exterior. Creen que fueron una respuesta a la advertencia de la vicepresidenta sobre el “festival de importaciones”. Alguien que está desde el principio con Alberto Fernández fue muy crítico al respecto: “Tomamos la decisión tres horas después de que la pidiera Cristina y encima, ¡peor!, aclaramos que no lo hicimos por ella”. Nada de esto llamaría la atención si no se diera en un contexto extraño de convivencia dentro del Frente de Todos. El Presidente, que ya no le dirige la palabra a “la jefa”, suele irritarla sin embargo con algunas respuestas o gestos de autonomía. “Si tomaste la decisión de no hablarle, peleate. Si no, no la provoques, porque es peor: no hay necesidad de mojarle la oreja al león”, se quejó un aliado de Alberto Fernández que está sorprendido por la capacidad de daño autoinfligido que ha descubierto en su propio espacio y que, cada tanto, lo lleva a fantasear con qué haría él mismo en el lugar de la oposición. Lo dice con ironía: “Si me tuviera enfrente, me haría una fiesta”.
La asistencia de ayer no fue masiva; estuvieron Pérsico, del Movimiento Evita (Navarro no llegó a tiempo) y unos pocos gobernadores, y hubo una ausencia sonora, Pablo Moyano
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