Alberto y Cristina, sin dólares y sin tinta en la lapicera
Sergio Suppo
Hay remedios que pueden ser peor que la enfermedad. Acaba de comprobarlo Cristina Kirchner, que con un golpe de lapicera pretendió torcer el rumbo fatal que la sequía de dólares genera en la atribulada economía del país. Para su disgusto, recibió la notificación de que sus órdenes provocan el efecto inverso al buscado. Más desconfianza y menos dólares.
Empecinada en que le den la razón antes que en tenerla, es más difícil que imposible que la vicepresidenta asuma que la última corrida contra el peso de los dólares que escapan al cepo sea obra de su aparición de dos semanas atrás. De tanto quejarse contra el presidente que inventó, terminó dictándole las nuevas medidas restrictivas que debía tomar.
La jefa del kirchnerismo alineó a la propia tropa, con la que espera atravesar el desierto al irse del poder
Cristina reunió en pocos días a la mayoría silenciosa del peronismo en un operativo que afecta a Alberto Fernández, pero que no le reporta mayores beneficios a su autora. En medio de la inquietud de los dirigentes del peronismo por la proyección de estas circunstancias en sus respectivas aspiraciones políticas, la jefa del kirchnerismo alineó a la propia tropa, con la que espera atravesar el desierto al irse del poder. Los gobernadores la acompañan sin comprometerse, los gremios se le acercan por las dudas y los intendentes esperan retener lo que les queda.
No es posible establecer, ante semejante descalabro financiero y económico, si la corte que convocó para achicar todavía más a Alberto Fernández servirá para intentar la hazaña de retener el poder o, como se teme, para asistir en procesión a los funerales de su propio gobierno.
"Es la misma Argentina la que corre el riesgo serio e inminente de perder hasta las más elementales formas de gobierno"
El drama del ahogo financiero y la precariedad política no es un mero asunto interno del oficialismo, como con descuidado disimulo algunos pretenden interpretar. Es la misma Argentina la que corre el riesgo serio e inminente de perder hasta las más elementales formas de gobierno.
Alberto Fernández está parado justo en medio de dos avenidas: el país ya no tiene divisas para operar sus relaciones económicas y ni él ni Cristina tienen poder para adoptar las medidas necesarias para capear el temporal. El tránsito de los acontecimientos le resulta cada vez más ajeno al Presidente.
Sin fondos, al cabo del semestre en el que ingresó la mayor cantidad de dólares por exportaciones en toda la historia del país. Sin poder, luego de no haber querido ni podido ejercer las extraordinarias ventajas que otorga un sistema rígidamente presidencialista. Alberto no pudo con Cristina y ahora ya no puede ni con él mismo, entre una realidad que lo acosa y lo supera, las limitaciones de su equipo y la descomunal embestida kirchnerista.
Es muy posible que cuando Cristina obtenga su presa, el control pleno del área económica, ya sea demasiado tarde para anticiparse a las crueles decisiones que con autonomía suelen tomar los mercados, barridos por la desconfianza.
La aceleración del deterioro provoca situaciones solo explicables en un contexto retroalimentado por el propio vértigo.
Apenas cuatro datos sueltos: Fernández se convirtió en el primer presidente constitucional en visitar a un condenado con sentencia firme según las normas y penas vigentes del Estado de Derecho. La visita a Milagro Sala, un desesperado intento de congraciarse con Cristina, es también el reflejo de la impotencia que provoca en la vicepresidenta que las causas por corrupción en su contra sobrevivan a pesar de las presiones ejercidas desde el poder para eliminarlas.
Fernández escenificó el mundo del revés al glorificar la impunidad sin que esta se haya consumado en el caso de Milagro Sala. Sobre llovido, mojado, el papista Juan Grabois saludó la visita a Sala y pidió un indulto para ella. Esa palabra podría tener una resonancia mayor si el potencial naufragio de estas horas no ocultara las especulaciones sobre perdones a personas mucho más importantes.
Otro dato. Los hombres del Presidente tienen poco menos que mendigar que algún sector interno le organice un acto político en el que pueda hablar. Nunca desde Héctor J. Cámpora hubo un presidente peronista tan huérfano.
Más. El asesinato de un camionero a manos de otros camioneros convertidos en piqueteros es una prueba obvia, pero soslayada por el oficialismo de su responsabilidad en la generación de la violencia que brota en las calles y rutas. Falta gasoil hace tres meses y es responsabilidad del kirchnerismo, que controla a billetera abierta los negocios de la escasez de energía, desde la falta de cálculo para establecer el abastecimiento hasta el insólito retraso para hacer un gasoducto clave.
La vicepresidenta debería al menos reconocerle a su fallido delfín que hizo todo lo posible por contentarla; desde repudiar las vacunas norteamericanas en beneficio de las rusas hasta legitimar las autocracias venezolana y nicaragüense. Las relaciones exteriores de Fernández han logrado resumir la impresión general que se tiene de su gobierno en todas las encuestas: mediocridad y empecinamiento ideológico.
El rigor de la situación no solo abre interrogantes sobre el futuro de la presidencia y su incapacidad por falta de recursos materiales y de poder político. Es por esa razón que en los últimos días los planes económicos que distintos grupos de trabajo venían trazando para ser ofrecidos a los candidatos presidenciales han empezado a acortar sus términos de ejecución.
El abismo es más profundo si se observa que lo que viene es la reposición de viejas recetas que ya produjeron rotundos fracasos. Cristina es una actriz que recita versos que creyó exitosos en la euforia de aquellos patios llenos de incondicionales de la Casa Rosada.
Es la misma letra, pero la realidad se ha vuelto más dramática. Son otros tiempos, con la intensidad de uno de esos tangos que resumen todo con casi nada: “Andando mal y sin vento…”.
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