Repitencia: último eslabón de la decadencia
La inflación y la falta de una reforma educativa condenan a muchos a la exclusión en nombre de una justicia social que solo da empleos a los militantes
Nadie puede estar en desacuerdo con respecto a las nocivas consecuencias de “repetir el año” tanto en la escuela primaria como en la secundaria. Pero también es evidente que ese fracaso es síntoma de problemas mayores: la dramática situación socioeconómica y la baja calidad educativa.
Sin duda, la repitencia daña la autoestima del alumno al forzarlo a asistir nuevamente a clases sin sus compañeros iniciales. Sin estímulo, difícilmente aprenda las materias reprobadas. Repetir es un fuerte incentivo a la inasistencia y al abandono en un contexto de necesidad económica, donde “repetir” supondría para el niño y su familia perder el tiempo. Esa es la clave para entender la medida que se comenta en este editorial. La solución de fondo sería lograr que todos aprendan y que, por saber, no sean reprobados.
La provincia de Buenos Aires encara una reforma del nivel secundario como medida de emergencia ante una catástrofe social, aunque no lo plantea así. Mediante una medida administrativa, pretende reparar el último eslabón de una larga cadena de fracasos. No encara el problema de la calidad educativa, de las licencias abusivas ni de los paros o feriados puentes que interrumpen el calendario escolar, pues nada de ello soluciona el drama de las deserciones. Con profesores estables, bien pagados, bien formados, apasionados por su tarea y con clases regulares, los alumnos aprenderían mejor. Pero eso no es posible ahora en ninguna de las 24 jurisdicciones.
En la Argentina, los chicos que se gradúan del nivel primario ingresan al secundario, pero solo egresan 50 de cada 100 y apenas 25 a la edad correspondiente. El resto repite una, dos o más veces hasta que abandona. Es el país de América Latina con más repetición escolar en el nivel secundario. La repitencia casi siempre termina en deserción, pues los más pobres tienen que llevar plata a casa y solo el 14% aprueba la secundaria, ampliando la brecha entre alumnos de escuelas privadas y públicas. Todo eso repercute luego en el nivel terciario, base de la capacitación adulta y pilar del desarrollo del país.
Hay en Buenos Aires 300.000 docentes, de los cuales la mitad son de nivel secundario y, de estos, la mayoría debe acumular horas de cátedra cubriendo diversas instituciones para asegurarse un ingreso insuficiente. Viven agitados, sin tiempo para tareas extracurriculares ni retribución por las que realizan. Y los sindicatos se oponen a cualquier reforma pues temen que el mérito reemplace a la antigüedad como criterio de promoción. Ello les quitaría su poder a través de las negociaciones colectivas. Como el gobernador Axel Kicillof tiene como aliado al sindicalista Roberto Baradel, todos esos temas quedan soslayados.
Nuestro país tiene el calendario escolar más corto del mundo, pues privilegia el turismo a la educación con fines de semana largos que vacían escuelas para llenar playas. Como las playas son bonaerenses, Kicillof aplaude, mientras los chicos no aprenden. Así como el ausentismo afecta el ritmo escolar por rotación de docentes, las clases perdidas perjudican la secuencia en la enseñanza.
El director general de Cultura y Educación de esa provincia, Alberto Sileoni, señaló que la eliminación de la repitencia ha sido adoptada por muchos países desarrollados. Omitió decir Sileoni que en esos países existen recursos suficientes para dar apoyo personalizado a quienes son promovidos de esa forma. Con una inflación del 100%, la realidad es que los docentes argentinos son pobres y viven angustias para llegar a fin de mes: en ninguna provincia existen fondos para encarar programas semejantes.
El aluvión de problemas externos a la escuela supera cualquier política educativa que se pretenda aplicar. Es tan grave la deserción por causas económicas o familiares que las herramientas al alcance del ministerio son inocuas. Sin embargo, la eliminación de la repitencia, en lo inmediato, reduciría los abandonos de los repitentes frustrados. De esa forma, se “patearía para adelante” el problema de los alumnos reprobados, quienes continuarían cursando (sin ningún apoyo especial) en la esperanza de que, con más suerte que cabeza, terminen sus estudios sin perjudicar las estadísticas. De hecho, es lo que ya ocurre sin ninguna disposición que lo establezca.
La ley de educación nacional 26.606 fijó como objetivos del secundario formar ciudadanos para el trabajo y para seguir estudios superiores, con capacidad de definir su proyecto de vida, “basado en valores de libertad, paz, solidaridad, igualdad, respeto a la diversidad, justicia, responsabilidad y bien común”. Sin embargo, con una inflación del 100%, todas esas palabras son letra muerta, la sociedad se disgrega y adopta los valores contrarios.
La inflación es motivo de las huelgas docentes, los días sin clases, el agotamiento de los maestros, el malestar de los alumnos. Provoca tensiones familiares, disputas entre esposos, conflictos entre padres e hijos. Rompe vínculos solidarios e impulsa el “sálvese quien pueda”. Alienta la proliferación del paco y del delito. Significa despidos, aumento del desempleo, de la pobreza y la indigencia. Angustia a quienes tienen ingresos fijos, carcome los sueldos, esfuma las jubilaciones y aniquila las pensiones.
Sileoni no tiene permitido atribuir la repitencia y la deserción a las crisis familiares por falta de empleos formales y su reemplazo por planes y changas dispersas, que impiden articular vidas dignas y bien alimentadas. Sin hogares que los acojan, los jóvenes no pueden asistir con regularidad a las escuelas, ni prestar atención en las clases, ni estudiar en sus casas. Y sus padres y madres, “agentes naturales y primarios de la educación”según la ley, son impotentes ante esa situación.
Sabe Sileoni que el gasto público desbordado y la emisión sin freno son la causa última de esos dramas, pero también sabe que financian al “Estado presente” del que su gobernador se enorgullece. Sabe que su provincia es la mayor beneficiaria de los subsidios y transferencias que causan la inflación, siendo su cómplice principal e inmoral. El Estado que se precia de igualitario, al hacer política electoralista emitiendo, profundiza la desigualdad.
En la provincia donde el kirchnerismo buscará refugio a partir de 2024,todos los valores duraderos se arrojan a la hoguera del populismo para conseguir votos. La consigna es privilegiar el corto plazo sobre el largo en todos los ámbitos, aunque las urnas de este año condenen el futuro del mañana.
Las palabras esfuerzo, mérito, excelencia, progreso, examen, evaluación, calificación, puntaje, aprobación y reprobación, premio y sanción, orden y disciplina, ahorro e inversión, competencia y eficiencia, estabilidad y moneda sana son censuradas, tanto en la escuela como en la economía, tanto en la Justicia como en la administración gubernamental.
Se pretende ignorar que la provincia es parte de un mundo global, donde la supervivencia exige competitividad en todos los órdenes, con conocimientos e integración al mundo digital. Según el Banco Mundial, “el valor del capital humano equivale a cuatro veces el valor del capital físico”. Sin educación de calidad, los jóvenes bonaerenses no tendrán futuro. El país, tampoco.
Actualmente, el título secundario es el piso para tener oportunidades laborales. Con alrededor del 40% de la población bajo la línea de pobreza, el gran desafío de los adultos pobres es lograr que sus hijos puedan superarlos. Pero sin una reforma educativa, inviable en un país con los actuales niveles de inflación, se los condena a la exclusión en nombre de una justicia social que solo sirve para crear organismos y programas, dando empleo a militantes y refugio a condenados por defraudación al Estado.
La repitencia casi siempre termina en deserción, pues los más pobres tienen que llevar plata a casa y solo el 14% de ellos aprueba la secundaria
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