La ballena y el krill indigentes
No habrá “Estado presente” ni Estado posible sin un sector privado viable, sin prosperidad basada en el esfuerzo, la competencia y el mérito
La desolación del campo, el abandono de viñedos, la hacienda exánime y las lagunas evaporadas son imágenes de la sequía que asoló y asuela a nuestro país. Las oficinas vacías, los comercios cerrados, los bronces robados, los zaguanes como viviendas y las avenidas con acampes son retratos del encierro causado por el Covid.
Esas visiones apocalípticas fueron reales y deberían servir como ejemplos de educación económica para quienes desdeñan el rol del capital como cimiento material de las democracias liberales. Sin una base de prosperidad, sin moneda y sin trabajo, los países quedan desolados, a la merced de populismos extremos.
No basta con el inventario repetitivo de las riquezas argentinas; eso lo han hecho todos los gobiernos y cada vez estamos peor. Que los recursos naturales, que la población educada, que los yacimientos de litio, que el gas de Vaca Muerta, que las reservas de agua, que la diversidad de climas, que la tolerancia religiosa, que la ausencia de conflictos raciales, que los ríos navegables, que la extensa costa atlántica, que los 3 millones de kilómetros cuadrados y que pin y que pan.
Los más optimistas –y más necios– presagian un futuro de grandeza pues “la estructura productiva está indemne” y “la industria está intacta”, ignorando que, sin capital de trabajo, nada puede funcionar. Sin dinero líquido, contante y sonante, ni la industria, ni el campo, ni el litio, ni el gas de esquisto pueden convertirse en riquezas.
Se trata de un concepto desconocido por los líderes “progres” que se cuelgan de paravalanchas, caminan territorios, predican banalidades y desfondan cajas públicas sin haber trabajado jamás fuera del Estado. Salvo con inmobiliarias y financieras para poner sus dineros mal habidos a buen recaudo.
Si la fuga de ahorros y cerebros que sufre el país lo hicieran tocar fondo, no bastará con empuñar el libro rojo de la liberación, recitar el inventario de riquezas y repetir, como José Ignacio de Mendiguren, que las fábricas están intactas y los campos siguen fértiles. Ese día, con la misma estupefacción de quienes toman plantas para “recuperarlas”, los gestores de pobreza descubrirán que no habrá insumos para elaborar, ni productos terminados para hacer caja, pues todo fue vendido antes de quebrar.
Cuando revisen los tanques de combustible, los encontrarán vacíos, y cuando quieran poner en marcha las máquinas, les habrán cortado la luz. Si quisieran encender las calderas, tampoco habrá gas, por falta de pago. Los teléfonos estarán en silencio y también los celulares. No habrá internet para Whatsapps, ni para buscar en Google alguna solución. Si hubiese accidentes por la oscuridad, encontrarán vacíos los botiquines y si llamasen a la ART, oirán que perdieron su cobertura. Cuando sientan olor fétido, sabrán que tratar efluentes requiere aireación forzada, que se ha detenido.
Si procurasen ayuda afuera, lo harán caminando, pues los vehículos no tendrán nafta y las motos tampoco. No podrán tomar colectivos, en paro por riesgo de asaltos. La estación de servicio estará cerrada (para ellos) por facturas impagas. Lo mismo que el taller mecánico, el local de repuestos, la ferretería y el supermercado. Igual que el mayorista y el minorista. Idéntico que el electricista, el gasista o el plomero. Ni el laboralista pagará las cartas documento, ni el escribano labrará actas de su bolsillo.
¿Quién abonará quincenas o jornales sin dinero en la caja, ni fondos en las cuentas bancarias? ¿Quién se hará cargo de viáticos y horas extras? ¿Quién llevará y traerá al personal que vive lejos? ¿Quién irá a las oficinas de ARBA a rogar que detengan una ejecución por ingresos brutos o una clausura?
En los campos, que los marxistas de cabotaje pretenden ocupar y explotar sin capital fresco, la película será igual. En tiempos de Lenin bastaba tractor, arado de reja, algunas semillas, una hoz para cosechar y un martillo para intimidar. El capital de trabajo era mínimo y la mayor labor la hacía la naturaleza.
Desde entonces, nuevas tecnologías modificaron la producción y las necesidades de capital. La siembra directa se expandió igual que la ingeniería genética, los fitosanitarios, fertilizantes e inoculantes. La revolución digital trajo la agricultura de precisión, utilizada por modernos contratistas que brindan servicios de siembra, pulverización, cosecha y embolsado, creando economías de escala. Formados en nuevas habilidades agronómicas, de gestión e informáticas utilizan internet de las cosas y el ecosistema de la nube como herramientas habituales. Esa revolución agrícola nada tiene que ver con el pasado, ni con el futuro que imaginan los “okupas”.
Si la fuga de ahorros y cerebros que sufre el país lo hiciera tocar fondo, los “tomadores de tierras” se encontrarán sin grano en los silos, ni agroquímicos en los galpones, ni gasoil en los tanques. Los contratistas no les brindarán servicios y ellos mismos no sabrán cómo operar maquinarias que, además de combustible, requieren formación para gestionar procesos de punta. A menos que ocupen campos para radicar familias de hortelanos y plantar verduras con rastrillos, palas y regaderas.
En ausencia de capital de trabajo, la Argentina rural volvería al siglo XIX, cuando no existía agricultura y el ganado era cimarrón. En ese escenario, no habrá recursos para financiar al Estado presente, ni para hacer efectivos los nuevos derechos, vaciados de contenido.
Si el país tocase fondo, por fuga de ahorros y cerebros, los azorados militantes de paravalancha aprenderán que ni las industrias, ni los campos pueden producir sin capitales. Si creen que formando cooperativas obtendrán subsidios de Victoria Tolosa Paz o del Instituto Nacional de Asociativismo (Inaes), descubrirán que sus oficinas han sido tomadas por los “sin techo”. Y si corriesen por auxilio al Banco Central, el sereno les contará que no emite más dinero pues la Casa de Moneda se quedó sin plata para comprar papel.
La Argentina distópica que se describe arriba es el destino cierto de las naciones sin capitales, ni ganas de recibirlos, como Cuba, Nicaragua o Venezuela.
La solución no vendrá con marchas, ni con discursos en estadios, ni mirando a los ojos de Vladimir Putin, ni halagando a Xi Jinping frente al retrato de Mao. La solución vendrá por algo tan intangible como elusivo, que es la confianza. Los argentinos tienen más de 200 mil millones de dólares en el exterior y solo se necesita atraerlos, para que refluyan hacia el país cerebros y capitales. Y así, recuperar la moneda, el ahorro en los bancos, el crédito a las empresas y el empleo regular en ellas.
Con la boca abierta, los enemigos de la seguridad jurídica sabrán que no hay Estado posible sin sector privado viable. Y que los recursos que ellos gastan no salen de la nada. Sin prosperidad basada en el esfuerzo, la competencia y el mérito, las fuentes inagotables de billetes quedarán tan secas como las lagunas bonaerenses.
Y sin capitales, no podrán evitar que la ballena se coma al krill, como pretendía Máximo Kirchner en su fábula infantil. Casi pidiendo perdón, por ser ambos indigentes. Sin capitales, el Estado es un globo desinflado, con las letras del “Estado presente” arrugadas e ilegibles, al que todos (y todas) le soltarán el piolín cuando no puedan vivir más de él.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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