domingo, 2 de julio de 2023

IDENTIDAD CULTURAL


El joven desconocido que payó y derrotó a Santos Vega
francisco Luis Lanusse

En la figura del mítico Santos Vega convergen -y eso lo hace imprescindible- las tres fuentes de la poesía y el canto popular del río de la Plata. De igual modo que en ámbitos de la teología se habla de una Trinidad, en ámbitos del estuario existió, si bien de otro tenor, una Trinidad. De la cual la poesía gauchesca fue la hermana menor, cronológicamente hablando. Este acerbo trinitario lo conformaban, a más de quien nos ocupa, el Canto payadoril y la tradición folklórica, con sus músicas, cantos, danzas.
Este terceto, si se nos permite cierta audacia comparativa, tiene su afinidad con las nativas boleadoras. Como ellas, tienen tres piedras o bolas. Que no andan sueltas, pese a cierto juego independiente: las unen tientos que, trabajando en conjunto con ellas, supieron hacer rodar desde ñanduces y potros salvajes. De modo que, en símiles con las ñanduceras, la tradición folklórica, el canto payadoril y la poesía gauchesca, también juegan solas y juntas. Y pialan corazones criollos, reconocidos por José Hernández nomás por el gusto con que se arriman a estos asuntos.
Santos Vega integra esa categoría de seres reales-legendarios que, trascendiendo su existencia física, devienen símbolos y convocan alegorías. Porque José Santos Castro -tal su nombre- era nieto de españoles llegados al Plata a mediados del siglo Xviii. La familia tuvo sus estancias en Dolores y el Tuyú, pagos señeros de Vega, más allá de su peregrinar de payador. Esto nos lleva al cuyano Juan Gualberto Godoy y a la posibilidad de que, en verdad, fue este quien derrotó a Vega.
Si bien Godoy fue poeta letrado, también fue, diríase vocacionalmente, cantor y guitarrero popular, amigo de fogones y almacenes. Y que, para no desentonar con la época, debió extrañarse por motivos políticos, en este caso ideas unitarias. Pese a tener la Cordillera a mano para ganar tierra chilena, Godoy parte a la provincia de Buenos Aires. Allí, incorporado a la criolla categoría de matrero, pasa algunos años sin volver a su tierra. Y hasta donde se sabe, tiene pulperías en Dolores y el Tuyú, aproximadamente entre los años 1827 a 1830. Además, era calígrafo, vendía en cartulinas sus cielos, sus cifras y romances. Y cantaba e improvisaba, solo o en contrapunto, al compás de su guitarra.
La tradición menta que Vega fue vencido por un joven desconocido. Y se tiene por año de su fallecimiento, aproximadamente, el de 1829. ¿Es Godoy tal joven desconocido? Mitre, que de adolescente pasó un tiempo en la estancia de Gervasio rosas en el Tuyú, donde se inspiró en su poema a Vega, no solo asegura la existencia real del payador, sino incluso su amistad con Godoy. Y si payaron de contrapunto, ¿dónde iba a ser sino en alguna de esas pulperías de campaña, sitas por lo general en un cruce de caminos, en una esquina?
Yo tengo la convicción de que la derrota de Vega fue a manos del mendocino. Este, según tradiciones, trajo de Cuyo el alias de Juan sin ropa con que aparece en la obra de obligado. La clave de mi convicción está en el relato de un testigo presencial de la muerte de Vega, don Pedro rodriguez orcón. Su hijo Paulino, periodista del Azul, transcribió el relato de su padre. Tras mencionar la llegada atardecida de Vega a la estancia de Sáenz Valiente, cercana a la ría del Ajó, poco antes de morir entabla un diálogo con el capataz, quien le dice: “Desde sus últimas payadas en la esquina “La real” no volví a verlo ni a saber nada de usted.”
He aquí el faltante que nos arrimaría la seguridad: la pulpería “La real”, sita en el Tuyú, ¿era regenteada por Godoy? Porque de estar al relato, Vega no es vuelto a ver luego de payar allí, ni se sabe nada de él por la zona. Es decir, que fue derrotado en “sus últimas payadas”, al parecer en tal boliche de campo. Y, golpeado en su prestigio, suponemos que abrazó con hidalguía a su joven amigo Godoy, triunfador en el trance. Y se retiró a continuación, yendo a esconder su bochorno por esos mundos, hasta aparecer de modo fantasmal en esa estancia, donde muere rato después, junto al fogón

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