La llegada de Don Hipólito Yrigoyen a la presidencia de la Nación fue parida por la democracia naciente. Fue una luz de esperanza producto del voto secreto, obligatorio y universal masculino que instaló la ley Saénz Peña.
Hace algunos días; EL 12 DE OCTUBRE....... 100 años.
La caída de Yrigoyen, un 6 de setiembre de 1930 fue producto de un golpe fascista del general José Félix Uriburu y se convirtió en la matriz de todos los derrocamientos de presidentes constitucionales que envenenaron nuestra historia republicana.
Como suele ocurrir, Don Hipólito había cometido errores y la situación económica y social era complicada. Pero los militares lo voltearon por sus aciertos y no por sus fallas.
Ese acto subversivo instaló la idea nefasta de que los uniformados eran los salvadores de la patria o que en los cuarteles estaban los bomberos que apagaban los incendios políticos.
Así nos fue. Ese péndulo entre democracia y dictadura nos metió en el atraso y el subdesarrollo.
Aquella terrible inestabilidad se cortó para siempre cuando otro radical, heredero de Yrigoyen y Alem llegaba al gobierno en 1983.
Se llamaba Raúl Alfonsín y tuvo que derrotar por primera vez en las urnas al peronismo en una elección libre para convertirse en el padre refundador de la democracia que con sus luces y sombras ya lleva 33 años y se quedará a vivir para siempre entre nosotros.
Una obviedad: la peor de las democracias es mejor que la mejor de las dictaduras. Solo con más y mejor libertad, igualdad y democracia se pueden solucionar los problemas más graves que tenemos como país.
Pero nunca hay que olvidar lo que pasó para evitar que se repita. Uriburu fue la génesis de los Ramirez, Lonardi, Poggi, Onganía y los Videla, entre otros dinosaurios.
A Don Hipólito se la tenían jurada. No soportaban su condición de hombre del pueblo. Le decían “El Peludo”, despectivamente y exageraban las limitaciones que sus 78 años le imponían a su cuerpo y a su mente.
La ultraderechista Liga Patriótica pegaba afiches que decían: “La renuncia o la guerra necesaria”. Todos chupamedias ideológicos de Hitler, Mussolini y Primo de Rivera.
En 1928 Hipólito Yrigoyen ganó su segundo mandato con 838 mil votos, casi el doble de lo que sacaron los del radicalismo antipersonalista, la fórmula Leopoldo Melo y Vicente Gallo que había juntado además a los conservadores y los socialistas independientes.
El diario “Crítica” que en ese momento apoyaba al gobierno, escribió que “ningún prestigio del pasado o del presente puede equipararse a su prestigio. Correligionarios que jamás lo han visto creen en sus virtudes como el creyente en Dios”.
Apenas 600 cadetes y 900 soldados y la ayuda sicológica de 20 biplanos volando sobre la Plaza de Mayo, cometieron el crimen institucional.
Bombardeaban afiches contra don Hipólito. Fue muy pobre el levantamiento contra la Constitución pero la resistencia, hay que decirlo, fue casi inexistente.
Unos francotiradores en la esquina de El Molino frente al Congreso y no mucho más.
Uriburu entró a la Casa Rosada con el manifiesto golpista redactado por Leopoldo Lugones en un bolsillo y con el capitán Juan Domingo Perón subido al estribo de su auto.
Don Hipólito que ya estaba enfermo, terminó de enfermarse cuando vio que un grupo cargado de odio saqueó su humilde casa de la calle Brasil.
Lo encarcelaron en una nave de guerra pese a su edad y lo confinaron en la Isla Martín García.
Aquel día Crítica vendió 483 mil ejemplares y al poco tiempo fue clausurado y Natalio Botana encarcelado junto a 33 redactores. Ese día empezó nuestra decadencia. Se decretó la ley marcial y hubo varios fusilamientos y torturados.
Irracionales detuvieron a dos próceres: el general Mosconi y don Amadeo Sabattini.
El hijo de Lugones organizó la Gestapo argentina e inventó la picana eléctrica con la que durante los 70 fue sometida a apremios ilegales su propia hija, Piri Lugones.
En 1953, Perón reconoció su error. Y elogió la figura de Yrigoyen como un líder nacional y popular contra la oligarquía.
Don Hipólito hablaba poco pero era muy claro. “Mi programa es la Constitución”, dijo.
Apostó a multiplicar la educación pública, las leyes obreras, las cajas jubilatorias, ferrocarriles nuevos y control de los que pertenecían a los británicos, sostuvo la gloriosa reforma del 18 que proclamó la unidad de obreros y estudiantes y definió que “los dolores que nos quedan son las libertades que nos faltan”.
Protagonizó un ciclo de crecimiento económico muy difícil de igualar en la historia argentina.
Varias veces tuvo que suspender sus estudios para ayudar en su casa. Trabajó como empleado de una tienda o en la empresa de tranvías.
Hijo de un comerciantes vasco francés, donó su sueldo a la Sociedad de Beneficencia y fue austero hasta el extremo y la contracara de Cristina Kirchner que usurpó un espacio de homenaje.
Yrigoyen fue el creador de YPF y hoy se publicó el contrato secreto entre YPF y Chevrón que firmaron los ladriprogresistas, cargado de trampas y sociedades en paraísos fiscales para evadir impuestos y hacer un fenomenal negocio financiero.
Los Kirchner fueron coherentes en la incoherencia. Nacionalistas en los 70, privatistas de YPF en los 90, luego estatistas de prepo en su gobierno y ahora cómplices de la multinacional Chevrón en un contrato inexplicable.
Juan Hipólito del Sagrado Corazón de Jesús Yrigoyen fue el primer presidente electo y reelecto con la ley Saénz Peña y el primer derrocado por un golpe militar.
Se puede decir que con él llegaron al gobierno las clases medias y populares a las que pertenecía pese a que no se puede negar la responsabilidad que tuvo en tres masacres brutales: la semana trágica, La Forestal y la Patagonia rebelde.
De hecho nunca las condenó ni las mandó a investigar.
Con su tío Leandro Nicéforo Alem y Aristóbulo del Valle fundó la Unión Cívica. Se recibió de abogado aunque nunca terminó la tesis y jamás ejerció.
Fue comisario de Balvanera y docente designado por Domingo Faustino Sarmiento como presidente del Consejo Escolar de su barrio.
Un revolucionario que participó en las revueltas de 1874 encabezada por Bartolomé Mitre y también en los tsunamis radicales de 1890 y 1893.
Se levantó en armas contra el régimen conservador con una fuerza de 8 mil hombres que financió y condujo. Fue encarcelado y deportado a Montevideo en lo que fue su única salida del país en su vida.
Murió rodeado de su pueblo. Que se pierdan mil gobiernos pero que se salven los principios fue su lema rector. Fue misterioso y de un silencio enigmático. Casi no pronunció ni un solo discurso público.
Inoculó en sus correligionarios el amor por la honestidad y las manos limpias y el respeto por la República. Tranquilamente lo podríamos definir como San Hipólito de la Democracia.
Fue hace 100 años. Y hoy su ejemplo nos sigue guiando. Por 100 años más.
A. L.
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