Se llamaba Manuela Sáenz, tenía 26 años y llevaba cinco unida en matrimonio al médico Jaime Thorne, con quien no intimaba demasiado. Por la noche, en el baile de honor, Bolívar y la dama fueron presentados formalmente. Él apeló a una de sus clásicas estrategias de conquista: le contó cómo se conocieron Romeo y Julieta. Funcionó.
Los Libertadores se entrevistaron el 26 de julio de 1822. Al día siguiente, el argentino regresó a Lima e inició su retiro. Bolívar arribó a Lima en septiembre de 1823. Manuela Sáenz lo hizo en octubre, acompañada de su madre. Durante la última semana de octubre de 1823, Simón Bolívar y Manuela Sáenz se vieron en Magdalena, en las afueras de Lima. Ella había logrado sortear la vigilancia materna, pero no disponía de mucho tiempo. Por eso, el reencuentro comenzó a celebrarse de inmediato y en la mayor intimidad. La joven quiteña corrió a la cama y al deslizarse dentro de la sábanas, recibió un pequeño pinchazo: era el aro perdido de alguna dama.
Se lanzó sobre Bolívar y lo atacó con uñas y dientes. Se marchó furiosa, luego de dejarle notables marcas en la cara. Durante una semana, hasta que cerraran las cicatrices, el Libertador venezolano se recluyó en su cuarto. Todas sus actividades se suspendieron, alegando que había enfermado en forma repentina. No se le ocurrió decir que lo atacado había un avispa.
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