miércoles, 19 de octubre de 2016

LA MALA SUERTE, FOBIAS Y CÁBALAS

Hace casi medio siglo, el 1º de octubre de 1968, la ya legendaria Primera Plana publicó una nota que anticipaba, a su manera, lo que hoy conocemos como "periodismo de investigación". Allí, Juan Carlos Algañaraz traza, en un texto que se nutrió de 25 entrevistas y un viaje especial a San Juan, el mapa de las supersticiones locales, una mitología que sigue vigente.
En el siglo XIX, Robert Louis Stevenson, autor de La isla del tesoro y El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, recurría a videntes para comunicarse con su mujer, que había muerto. Hoy, aunque nos cueste admitirlo en tiempos en que el pensamiento científico nos permite enviar sondas a los confines del sistema solar, explorar las interacciones moleculares de nuestro organismo y prever qué tiempo habrá dentro de quince días, dejar de pasar bajo una escalera o evitar casarse un martes 13 se toman como hechos naturales, porque "podrían atraer la mala suerte".
El recorrido que hace Algañaraz, apoyado en anécdotas, leyendas urbanas y hasta estudios académicos como el de la antropóloga Esther Hermitte, doctorada en la Universidad de Chicago con una tesis sobre el tema, es delicioso (o terrorífico, según dónde nos ubiquemos). Muestra que cábalas y rituales prosperaban en todos los ámbitos, desde los populares hasta los profesionales, los empresariales, y los del arte y la cultura. Y que, al contrario de cómo normalmente nos describimos, somos intrínsecamente irracionales.

La lista de fobias conforma un acervo inabarcable. La que alude a los nefastos efectos del número 13 llevaba a evitar el uso de esta cifra en asientos de avión y pisos de edificios, o, por el contrario, multiplicaba apuestas en la quiniela que podían ocasionar pérdidas incalculables.
Otra de las supersticiones que todavía goza de excelente salud es la del "mal de ojo", que asegura que una persona puede provocar náuseas, dolor de cabeza y otros síntomas indefinidos simplemente con la mirada. Prueba de su vigencia es que figura en ese ícono de la modernidad que es la Wikipedia. Para diagnosticarlo, allí se sugiere, por ejemplo, el "método del carbón", que consiste en soltar un cabeza de fósforo quemado en una olla con agua. Si se hunde es buena señal, pero si flota, todo lo contrario. También se aconseja echar un poco de aceite en agua: si toma la forma de un ojo, quiere decir que la persona está "ojeada".
Lo bueno es que basta con una cintita roja anudada en torno de la muñeca para evitarlo. O recurrir a un curandero, que hará gestos con la mano y la apoyará en la frente del afectado para librarlo del trastorno.

Los conjuros para evitar la mala suerte son igualmente caprichosos, y varían entre no derramar sal, no abrir el paraguas en ámbitos cerrados, no colocar el sombrero sobre la cama, no romper espejos y evitar levantarse con el pie izquierdo, entre muchos otros.
Algañaraz también recorre las supersticiones que proliferaban en esos días entre deportistas, políticos y artistas, algunas verdaderamente delirantes. Al parecer, Ángel Labruna tenía la cábala de convertir un gol antes de comenzar cada partido; Amadeo Carrizo usaba siempre la misma gorra; el centroforward de Racing, Juan Carlos Cárdenas, no salía a la cancha sin una bolsita con cuero disecado de sapo; para competir, Fangio siempre se calzaba unos zapatos viejos; Gálvez, que estaba convencido de que moriría quemado, jamás utilizaba trabas en las puertas o cinturón de seguridad, y como consecuencia de esta costumbre poco aconsejable murió en un choque en el que salió despedido.
En el Colón, vinculaban con un reguero de desgracias a la ópera La forza del destino, de Verdi, cuya primera representación había coincidido con el incendio del teatro de San Petersburgo; Piazzola "perdía el color" si alguien nombraba a Carlos Di Sarli, considerado "mufa"; Goyeneche "bordeaba el soponcio" cuando le pedían que cantara el tango "Adiós, muchachos". Ni los presidentes se libraban de las supersticiones, y hay varios, ayer y hoy, que tuvieron fama de "yeta".

La antropóloga Hermitte interpretaba en aquella nota que "Cuando el individuo, ante ciertas circunstancias adversas o una situación angustiosa, no tiene cursos naturales de acción (o desconfía de sus posibilidades) [...] le es imprescindible hacer algo positivo y por eso consulta horóscopos, atesora fetiches y sigue rituales contra la mala suerte".
Sobresaltos y crisis no faltan. Crucemos los dedos.
B. N.

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