¿El futuro perfecto de amar? Hijitos.” La felicidad según Susanita. Todas las verdades de la vida pueden encontrarse en algún cuadrito de las tiras de Quino. Incluso en sus silencios.
¿Mafalda hubiera querido tener hijos? Es posible que no. O es posible que sí en condiciones distintas de las de su madre, es decir, si para eso no debía dejar colgados sus sueños en el armario donde se guardan los delantales y la aspiradora.
Nos creemos dueños de nuestras decisiones, nos creemos libres, y somos algo libres pero somos también arcilla moldeada por el tiempo que nos tocó habitar.
Las épocas, los contextos, definen en buena medida no sólo los límites de lo que nos atrevemos a hacer, sino también de lo que nos atrevemos a soñar.
Y moldean el límite de lo decible, incluso de lo que nos permitimos decirnos a nosotros mismos fuera de la mirada de los otros. Hay pensamientos que nos encargamos de matar antes de que terminen de formularse.
No queremos ni verlos ni oírlos ni vernos en ellos. Más todavía si esos pensamientos, si esos deseos, tuvieran el poder de convertirnos en el centro de todas las condenas.
De esos silencios íntimos, de esos silencios forzados, hablan las historias que la socióloga israelí Orna Donath reunió en el libro Madres arrepentidas, que acaba de salir en España, pero cuyo planteo central -hay mujeres que se arrepienten de haber tenido hijos y no son enfermas ni desviadas- ya venía agitando las aguas en Europa desde abril de 2015, cuando su autora publicó un artículo sobre el tema en la revista académica Signs y fue entrevistada por varios medios alemanes.
El hashtag #regrettingmotherhood se viralizó y el debate, como ella explica en el prólogo del libro, generó un aluvión de críticas contra las madres arrepentidas pero, a la vez, una gran cantidad de testimonios de alivio por parte de mujeres que se habían arrepentido de tener hijos y agradecían la posibilidad de poder hablar, al fin, sin ser excomulgadas, arrojadas al destierro social por ofender uno de los ideales más venerados de nuestra cultura: la maternidad.
Donath da a conocer la historia de 23 mujeres israelíes de entre 26 y 73 años (algunas ya son abuelas), de distintos orígenes sociales y culturales y diversos niveles de estudio y recorrido laboral.
El punto en común es la experiencia vergonzante de sentir que haber tenido hijos, finalmente, no era lo que hubieran querido.
No está en cuestión el amor que sienten por ellos ni la responsabilidad con la que cumplieron sus deberes de crianza.
Lo que está en cuestión es el origen de eso que pensaron que había sido su deseo -tener hijos- y que ahora, aun con mucha culpa, revisan como parte de un mandato del que no supieron o no pudieron escapar.
La socióloga israelí recoge un guante y lo da vuelta. Con 40 años y ningún deseo de maternidad, dice que se cansó de escuchar sermones y profecías de infelicidad -“te vas a arrepentir de no tener niños”- que cualquiera se sentía con derecho a decir, como si tal cosa, cuando mencionaba que no tenía hijos ni deseaba tenerlos.
Todavía hay algo insoportable para nuestra época en las mujeres que se plantan de ese modo. Que ejercen una libertad tan radical que la presión social no las hace tambalear.
No queremos ni verlos ni oírlos ni vernos en ellos. Más todavía si esos pensamientos, si esos deseos, tuvieran el poder de convertirnos en el centro de todas las condenas.
De esos silencios íntimos, de esos silencios forzados, hablan las historias que la socióloga israelí Orna Donath reunió en el libro Madres arrepentidas, que acaba de salir en España, pero cuyo planteo central -hay mujeres que se arrepienten de haber tenido hijos y no son enfermas ni desviadas- ya venía agitando las aguas en Europa desde abril de 2015, cuando su autora publicó un artículo sobre el tema en la revista académica Signs y fue entrevistada por varios medios alemanes.
El hashtag #regrettingmotherhood se viralizó y el debate, como ella explica en el prólogo del libro, generó un aluvión de críticas contra las madres arrepentidas pero, a la vez, una gran cantidad de testimonios de alivio por parte de mujeres que se habían arrepentido de tener hijos y agradecían la posibilidad de poder hablar, al fin, sin ser excomulgadas, arrojadas al destierro social por ofender uno de los ideales más venerados de nuestra cultura: la maternidad.
Donath da a conocer la historia de 23 mujeres israelíes de entre 26 y 73 años (algunas ya son abuelas), de distintos orígenes sociales y culturales y diversos niveles de estudio y recorrido laboral.
El punto en común es la experiencia vergonzante de sentir que haber tenido hijos, finalmente, no era lo que hubieran querido.
No está en cuestión el amor que sienten por ellos ni la responsabilidad con la que cumplieron sus deberes de crianza.
Lo que está en cuestión es el origen de eso que pensaron que había sido su deseo -tener hijos- y que ahora, aun con mucha culpa, revisan como parte de un mandato del que no supieron o no pudieron escapar.
La socióloga israelí recoge un guante y lo da vuelta. Con 40 años y ningún deseo de maternidad, dice que se cansó de escuchar sermones y profecías de infelicidad -“te vas a arrepentir de no tener niños”- que cualquiera se sentía con derecho a decir, como si tal cosa, cuando mencionaba que no tenía hijos ni deseaba tenerlos.
Todavía hay algo insoportable para nuestra época en las mujeres que se plantan de ese modo. Que ejercen una libertad tan radical que la presión social no las hace tambalear.
Una amiga que siempre tuvo claro que no deseaba ser madre se lo tomaba con bastante humor y había aprendido a lidiar con la irritación que eso provocaba en los demás.
En una entrevista con un matrimonio mayor que evaluaba contratarla como ghost-writer para un libro de memorias, se abrió el momento de las preguntas personales.
La señora, madre de varios hijos y ya abuela, querían conocerla mejor.
¿Estaba casada? ¿Tenía niños? “No”, decía ella, con un mohín casi de congoja, como si fuera posible poner en gestos una frase como “todavía no se me dio” que, adivinaba, iba a tranquilizar a la dueña de casa.
“Bueno, querida, no te preocupes -la consolaba-, ya va a llegar, quedate tranquila que todo llega en esta vida” “¡Y entonces yo sí lloraba!”, decía ella con su cinismo habitual.
Tenía clarísimo, y lo mantiene hoy al borde de los 50, que no le interesa tener hijos.
La maternidad como quintaesencia de la realización femenina es uno de los ideales fetiche de nuestro tiempo. Pero los ideales suelen ser tiranos. Y toda tiranía silencia las voces disidentes o las quema en la hoguera.
Si hasta ahora el avance social, laboral, político y cultural de la mujer había llegado a visibilizar con menos inclemencia -por lo menos en sociedades desarrolladas- historias de mujeres que hacen público su deseo de no tener hijos, el libro de Donath da un paso más: intenta visibilizar hasta qué punto el imperio de la maternidad como ideal lleva a muchas mujeres a tener hijos cuando, quizá, de haber podido pensar más libremente hubieran elegido otro camino.
Pero, ¿y el instinto maternal? ¿No hay en el impulso de procrear una estrategia de la naturaleza en defensa propia?
Tan atravesados como estamos ya por la cultura, todo indica que el animal que nos habita no se siente obligado a garantizar la continuidad de la especie.
Como si a la pregunta por el instinto, nuestra época respondiera con una pregunta sobre el deseo.
La investigación no propone a estas mujeres como ejemplo, pero tampoco como fenómenos de circo. No tiene valor estadístico, no anuncia livianamente que “cada vez más madres se arrepienten de tener hijos”.
Lo que sostiene es que hay madres que se arrepienten y que sus experiencias merecen ser escuchadas porque echan luz sobre un malestar que probablemente no sea sólo individual, sino que refiere a un malestar en la cultura.
Por eso, las considera un alerta y una oportunidad para revisar desequilibrios de género -injusticias sociales, económicas y políticas- todavía vigentes y tan presentes en el ámbito familiar que acaso puedan explicar, al menos en parte, estas experiencias fallidas de maternidad.
Aunque por debajo de esa cuestión biopolítica, en los testimonios de estas mujeres late una inquietud de otro orden, radicalmente subversiva: preguntarse qué se quiere, qué se desea, más allá de los discursos dominantes sobre la maternidad o sobre lo que sea.
En una entrevista con un matrimonio mayor que evaluaba contratarla como ghost-writer para un libro de memorias, se abrió el momento de las preguntas personales.
La señora, madre de varios hijos y ya abuela, querían conocerla mejor.
¿Estaba casada? ¿Tenía niños? “No”, decía ella, con un mohín casi de congoja, como si fuera posible poner en gestos una frase como “todavía no se me dio” que, adivinaba, iba a tranquilizar a la dueña de casa.
“Bueno, querida, no te preocupes -la consolaba-, ya va a llegar, quedate tranquila que todo llega en esta vida” “¡Y entonces yo sí lloraba!”, decía ella con su cinismo habitual.
Tenía clarísimo, y lo mantiene hoy al borde de los 50, que no le interesa tener hijos.
La maternidad como quintaesencia de la realización femenina es uno de los ideales fetiche de nuestro tiempo. Pero los ideales suelen ser tiranos. Y toda tiranía silencia las voces disidentes o las quema en la hoguera.
Si hasta ahora el avance social, laboral, político y cultural de la mujer había llegado a visibilizar con menos inclemencia -por lo menos en sociedades desarrolladas- historias de mujeres que hacen público su deseo de no tener hijos, el libro de Donath da un paso más: intenta visibilizar hasta qué punto el imperio de la maternidad como ideal lleva a muchas mujeres a tener hijos cuando, quizá, de haber podido pensar más libremente hubieran elegido otro camino.
Pero, ¿y el instinto maternal? ¿No hay en el impulso de procrear una estrategia de la naturaleza en defensa propia?
Tan atravesados como estamos ya por la cultura, todo indica que el animal que nos habita no se siente obligado a garantizar la continuidad de la especie.
Como si a la pregunta por el instinto, nuestra época respondiera con una pregunta sobre el deseo.
La investigación no propone a estas mujeres como ejemplo, pero tampoco como fenómenos de circo. No tiene valor estadístico, no anuncia livianamente que “cada vez más madres se arrepienten de tener hijos”.
Lo que sostiene es que hay madres que se arrepienten y que sus experiencias merecen ser escuchadas porque echan luz sobre un malestar que probablemente no sea sólo individual, sino que refiere a un malestar en la cultura.
Por eso, las considera un alerta y una oportunidad para revisar desequilibrios de género -injusticias sociales, económicas y políticas- todavía vigentes y tan presentes en el ámbito familiar que acaso puedan explicar, al menos en parte, estas experiencias fallidas de maternidad.
Aunque por debajo de esa cuestión biopolítica, en los testimonios de estas mujeres late una inquietud de otro orden, radicalmente subversiva: preguntarse qué se quiere, qué se desea, más allá de los discursos dominantes sobre la maternidad o sobre lo que sea.
C. A.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.