La banalidad puede matar
Alejandro Fidias Fabri
Días atrás iba caminando por una avenida discurriendo sobre la banalidad moral en que vivimos sumergidos. De pronto, cuando voy llegando al cruce con una calle, aparece una enorme 4x4 conducida por una señora que estaciona su camioneta sobre la cebra de cruce peatonal y obtura la rampa para discapacitados de la esquina. La señora se baja y camina rodeando su camioneta, para luego subir a la vereda. Inmediatamente se percata de una persona ciega que había comenzado a cruzar a pie sobre la cebra desde la vereda opuesta, barriendo en semicírculos la calle con su bastón blanco. En un momento la ciega se topó con la camioneta y la conductora se dirigió caminando hacia ella y la ayudó a pasar rodeando el auto. Una vez que alcanzaron la vereda, la ciega le agradeció y cada una siguió su camino. Pensé en la enorme contradicción de esta señora: ni le importó el prójimo ni le importó la contravención de estacionar sobre la cebra y obturar la rampa, y de manera irracional y contradictoria se detuvo a ayudar a la ciega a superar el obstáculo que ella misma había creado. Y luego de esta experiencia dejó su vehículo como obstáculo y siguió caminando por la vereda como si nada. Y hasta parecía satisfecha de su ¨buena acción¨ del día para con la ciega.
De alguna manera este acontecimiento ratifica la idea que venía armando en mi cabeza sobre la utilización de la palabra ¨banalidad¨ para calificar la moral que enmarca a los varios accidentes con cuatriciclos que han ocurrido este verano en la costa llevándose la vida de niños y adolescentes. Y cuando leí que, pese a los accidentes mortales, un grupo de unos cincuenta turistas y vecinos había encabezado una protesta en Costa del Este ¨para pedir la libre circulación con los cuatriciclos en la playa y evitar los controles de seguridad que establece el municipio¨, dudé si la palabra banalidad lograba captar la situación o ya se trataba de imbecilidad moral.
Algo banal es algo desprovisto de originalidad, algo común, algo trivial, insustancial. Y pensé que en realidad la inconsistencia con que diariamente tomamos algunas decisiones solo puede ser síntoma o de nuestra insustancialidad o de nuestra ausencia de reflexión. Y si bien Aristóteles nos calificó de ¨animales racionales¨, quizá se equivocó al no incluir la conjunción copulativa ¨y¨. A veces somos animales y a veces somos racionales. Y en lugar de vivir integrados, nos pasamos la vida pendulando entre ambas posiciones.
Es sabido que la moral encierra los actos buenos y malos de los seres humanos: los animales carecen de moral, solo buscan satisfacer sus instintos; de entre los seres humanos, algunos buscan ser morales, intentando perseguir el bien, y otros son inmorales, saben discernir entre el bien y el mal y eligen el mal y, por último, los hay amorales, no saben discernir entre el bien y el mal y como los animales se mueven solo por instintos. Y si bien habría que analizar caso por caso para evaluar en que categoría entraría cada uno, la situación de incapacidad de algunos miembros de la sociedad de obrar con la razón, de plantearse dilemas éticos, de reflexionar, también podría estar enmarcada en la pereza y la cobardía de actuar de manera adulta y responsable. Resulta más fácil o más cómodo el ser banales, actuar infantilmente, o quedarse en el ámbito animal, ámbito de los deseos e inclinaciones, que servirse de la propia razón. Y ni siquiera llegar a plantearse que esta banalidad moral pueda causar la muerte de niños y adolescentes, incluyendo la de los propios hijos.
Podemos concluir que nuestro destino como personas sea no el de operar siempre racionalmente pues si ello ocurriera seríamos máquinas en cuerpos humanos, sino el de compatibilizar amorosa y responsablemente nuestra animalidad con nuestra racionalidad. También podemos pensar que, si bien buscamos dirigirnos hacia el estado de felicidad -que para unos será maximizar el bienestar, para otros maximizar la libertad, etc.-, es posible también que erremos en darnos cuenta dónde está la felicidad, lo que claramente nublará a nuestra razón al momento de juzgar o decidir. Si el fin último está errado, estarán erradas todas las decisiones que intenten dirigirse hacia ese fin último. Y si bien no todas las decisiones que tomemos en la vida nos resultarán fáciles, tengamos siempre presente que la banalidad puede matar.
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