sábado, 3 de marzo de 2018

LECTURA RECOMENDADA


Perros salvajes, de Ian Rankin
Otro dúo infalible del policial negro

La unión de un detective, una ciudad o país y un éxito prolongado ha logrado la existencia de series de relatos, tanto cuentos como novelas. El paradigma es Sherlock Holmes y Londres, con un éxito tan arrollador y persistente que logró que Conan Doyle no pudiera "matar" a su invención como deseaba. Otro es el comisario Maigret y París escritos por Georges Simenon. Cuando la novela policial se globalizó, en las últimas tres décadas, los ejemplos se multiplicaron: el inspector Wallander y la ciudad sueca de Ystad por Henning Mankell, Pepe Carvallo y Barcelona por Vázquez Montalbán, el comisario Montalbano (homenaje a Montalbán), Sicilia y Andrea Camilleri. La lista podría seguir con varios ejemplos. En la Argentina un caso olvidado fue el de la Avenida Corrientes y el comisario don Frutos Gómez, contados por Velmiro Ayala Gauna.










Para los adictos a la combinación, la lista estaría gravemente incompleta sin la presencia del escocés Ian Rankin, el inspector John Rebus y la ciudad de Edimburgo. A lo largo de treinta años (la primera novela apareció en 1987), el inspector duro de pelar, dotado de humor y a esta altura ya retirado, apareció en veintiún novelas. Para muchos escoceses, Edimburgo sería otra sin su "presencia". En parte se debe al detallismo, la emotividad personal y la profundidad con que Rankin ha sabido ir desplegando sus casos. O la elección matizada y justa de detalles como pubs, temas musicales o simple idiosincrasia nacional. O el cuidado con que ha construido los demás personajes, en particular los integrantes de la comisaría donde trabaja. En las últimas novelas Rebus se retira, y va ocupando su lugar uno de ellos, Malcolm Fox (aunque muchos lectores ya le han advertido al autor que ni se le ocurra sacar a Rebus del todo). Las mujeres, a ambos lados de la ley, también son retratadas con eficacia. Por otra parte, el enigma suele volverse laberíntico debido a la sucesión de villanos en conflicto. Quien lee va apreciando una capa tras otra de una trama que parece tenerlas hasta el infinito.
El título de Perros salvajes, tomado de una canción, es menos evocador que el original, que podría traducirse Como los perros del campo. Rankin no sólo describe a Edimburgo sino también, en mucha menor medida, a Glasgow. De allí provienen dos mafiosos que aparecen en "su" ciudad, despertando en seguida la alarma tanto entre los mafiosos locales como entre la gente dedicada, más o menos, a hacer respetar la ley. Algunas víctimas de balazos acompañados de notas de amenaza multiplican la densidad narrativa. Además, desembarca en la comisaría un equipo especial de investigación, quisquilloso con su intimidad profesional.
El placer de acompañar a Rankin en los vericuetos de la trama, que incluye barrios, alrededores de la ciudad y algunos puntos alejados del mapa, está impulsado por el sabor de la literatura. No en vano es un fan de Stevenson, con quien comparte tanto la nitidez visual o la creación de personajes representados por detalles fuertes, como la sugerencia de los planos infinitos que se cruzan en la experiencia humana, sobre todo en la aventura o el crimen. A su vez la construcción, o más bien la dificultad progresiva de la trama, se vuelve tan convincente, que cuando llegan al fin las soluciones (a menudo imposibles, según la costumbre de la serie negra anclada en sociedades concretas) al lector le resultan levemente apresuradas. En su ánimo de lector de policiales queda un pequeño espacio sin llenar. Es la situación ideal para seguir con la serie: buscar la reproducción de la satisfacción que el resto del libro alimenta a base de pericia, solidez e inspiración.
Tampoco sería justo presionar a Rankin para que siga con Rebus. Sobre todo si se tiene en cuenta que su pacto con Edimburgo y John Rebus ya supera en diez años los que desplegó Raymond Chandler para relacionarse con la ciudad de Los Ángeles y Philip Marlowe.

PERROS SALVAJES.Ian Rankin, RBA. Trad. de Efrén del Valle, 438 páginas, $ 395

E. E. G.

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