Los bolivianos cultivan la mitad de las plantas y flores que se venden en la Ciudad
Felipa nacida en Potosí, hoy cultiva plantas y flores con su marido en Escobar
Cuando en 1997 el albañil boliviano Francisco quedó desempleado, decidió darle un giro a su vida. Con su mujer Hilaria y sus tres hijos, dejó Buenos Aires y se mudó a Florencio Varela, donde alquiló un terreno de una hectárea. Allí armó un invernáculo y empezó a cultivar flores y plantas. Desconocía todo sobre ese oficio, pero lo aprendió mirando cómo trabajaban los que sabían.
Consolidado en la actividad, hoy vende sus crisantemos, claveles y san vicentes en el Mercado de Flores, en Barracas, el más importante de la ciudad.
En efecto, son cientos los inmigrantes bolivianos que desde el inicio de este siglo incursionaron en el cultivo de plantas y flores, una actividad que hasta entonces, y durante décadas, estuvo dominada por las comunidades japonesa, portuguesa e italiana.
Pero de a poco, y a medida que estas colectividades fueron abandonando la actividad para dedicarse a otras tareas, los bolivianos ganaron un terreno que los argentinos, por rechazar las tareas rurales, no explotaron, según ellos mismos explican. Y hoy, entre productores y peones, representan alrededor del 50% del total de la gente que se dedica a este cultivo en los alrededores de Buenos Aires. Mientras en 2003, en el Mercado de Flores había unos cinco vendedores bolivianos, ahora suman la mitad de los 250 puestos.
Pero por el esfuerzo que demandan los arduos trabajos del campo, los bolivianos saben que tal como antes ocurrió con los nietos de los japoneses o portugueses, los suyos también abandonarán este oficio a medida que su nivel instructivo les permita encontrar trabajos lejos de las inclemencias de la intemperie.
"Tenía cero conocimientos sobre el arte del cultivo", dice , y explica que aprendió el oficio "mirando a los portugueses" con los que se relacionó al principio. "Vi que había otros bolivianos que se estaban desarrollando con éxito en este rubro y tenían para comer. Entonces me animé a empezar", recuerda.
El Mercado de Flores, ubicado en Olavarría 3240, Barracas, abre los lunes, miércoles, jueves, viernes y sábado, de 6 a 10.
Historia
Hasta finales de la década del 90, el boliviano Mario se dedicaba a la producción de ladrillos. Pero cuando la rentabilidad dejó de compensar sus esfuerzos, decidió alquilar un terreno de seis hectáreas en Florencio Varela. "¡No sabía nada de flores!", se ríe. Pero tenía familiares que se dedicaban a su cultivo y entonces se animó. Y ahora con su mujer Valenciana cultiva alhelíes, liciantes, gipsofilias ("velo de novias") y san vicentes.
Hasta 2003, el Mercado de Flores funcionó en la avenida Corrientes al 4600, en Almagro. El vendedor de flores Antonio descendiente de italianos, cuenta que cuando se mudaron a la actual ubicación, la cantidad de vendedores bolivianos no llegaba a cinco. Mientras que hoy, de los 250 puestos, la mitad son atendidos por bolivianos.
"Los bolivianos proveen alrededor del 50% del total de flores y plantas que llegan a la ciudad", calcula Osmar Coelho, jefe del Mercado de Flores de Buenos Aires, y nieto de productores de origen portugués. Explica que la mayoría de los cultivadores están ubicados en La Plata, Florencio Varela, Garín y Escobar.
"Vinieron los bolivianos con muchas ganas de trabajar y fueron ganando mercado", dijo Coelho. Además explicó que el cultivo de flores y plantas, a diferencia del de verduras (donde también se destacan los bolivianos), demanda mucha mano de obra e insumos: "Una planta de lechuga crece en apenas 40 días. En cambio las flores, desde la siembra hasta la cosecha, pueden demorar entre cuatro y seis meses", comparó.
Desde 2008 el boliviano Andrés alquila media hectárea en Escobar, donde en 13 invernaderos cultiva unos 40.000 plantines por año. "Nos levantamos a las 5 y trabajamos unas diez horas por día", calcula.
Alegrías del hogar, petunias, crisantemos, ficus, potus y lazos de amor abarrotan el invernadero de Felipa Flores
Entre los bolivianos es un hábito que en las plantaciones trabaje la familia completa. Felipa Flores, nacida en Potosí, cuenta que en la plantación que atiende con su marido en Escobar también trabajan sus siete hijos.
Los precios de los paquetes en el Mercado de Flores son: alhelíes, $30; liciantes, $60; san vicentes, $20; gipsofilias, $40. En tanto que los cactus, muy demandados desde hace un par de años, salen $25.
Varios productores bolivianos y descendientes de portugueses coincidieron en que es muy difícil conseguir mano de obra argentina para trabajar en las plantaciones. "En la última década se debilitó la cultura del trabajo", dijo Quispe. Y agregó que tampoco quieren trabajar en el campo las nuevas generaciones de bolivianos que llegan a la Argentina.
Lo mismo opinó el productor boliviano Carlos , que en La Plata cultiva tres hectáreas con rosas y astromelias: "El argentino no quiere trabajar en el campo. Y los hijos de bolivianos ya nacidos aquí tampoco".
Portugueses
Víctor es presidente de la Cooperativa Argentina de Floricultores, creada en la década del 40. Nacido en Portugal, llegó al país a los seis años, y como su padre y su abuelo, también él se dedica al cultivo de plantas y flores. Calcula que en toda el área que rodea a Buenos Aires, desde Escobar a La Plata, puede haber unos 1000 productores de plantas y flores. "La mayoría son pequeños propietarios, que cultivan una o dos hectáreas", dice.
"A medida que las comunidades inmigrantes se van insertando en la sociedad local van eligiendo trabajos menos sacrificados", dice. Y precisa que la incertidumbre es distintiva de este rubro debido a los imponderables avatares del tiempo y de los precios.
Los productores bolivianos Mario y Valenciana tienen un hijo que estudió para técnico superior en sistemas, y ya saben que su futuro estará lejos de las plantaciones. "Este negocio va a terminar conmigo", dice Mario, y agrega con cierta resignación: "Tengo que aceptarlo".
También dice que progresivamente la rentabilidad del negocio fue cayendo porque la mayoría de los insumos, como fungicidas, pesticidas, fertilizantes y muchas semillas, son importados, en tanto que los precios de venta de las plantas y flores no acompañaron estas alzas.
Aunque la comunidad japonesa aún conserva una cuota del mercado de plantas y flores, perdió espacio cuando las nuevas generaciones cambiaron de oficio. "La gente de mi generación estudió una carrera universitaria y cambió de rubro", cuenta Fernando de 35 años, cuyo padre se dedicó al cultivo de flores. "Hoy los bolivianos reproducen la historia de mi viejo hace 40 años", compara.
F. J. de A.
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